‘¿Qué hago aquí?’: Así corrí 80 kilómetros en 14 horas en el Quito Trail
La franquicia Ecuador de la carrera de trail running más prestigiosa del mundo, la UTBM World Series se realizó entre el 1 y 3 de agosto de 2025, en Quito. Más de 3.000 atletas participaron en sus diferentes distancias: 80 kilómetros (K), 50K, 30K, 20K y 8K.

Santiago Ayala Sarmiento y Gabriela Espinosa, corredores de la distancia 80 kilómetros de la carrera UTMB Quito Trail, posan en la meta, el 2 de agosto de 2025.
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Santiago Ayala Sarmiento
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Santiago Ayala Sarmiento, periodista de PRIMICIAS, corrió la distancia más larga del Ultra Trail de Quito y compartió su testimonio. Este es el relato de su aventura:
“Hay muchos ángulos desde los cuales relatar una experiencia de esta naturaleza. Y tantos ángulos como en tantas personas que se animan a correr. El peor error en el que se puede incurrir es generalizar. Y lo que le ocurre a cada corredor, en cualquier distancia, es único. Sí, puede haber situaciones en las se que coincida, pero aún así, lo que vive cada quien es, citando un lugar común, como la huella dactilar.
Bajo ese contexto, quiero compartir un pedacito de la experiencia mía, personal (valga la cantaleta), de lo que fue correr 80 kilómetros en la UTMB World Series de Quito, Ecuador. Todo lo que pasó antes de estar parado en la línea de partida, en Mindo, a las 02:00 del sábado 2 de agosto de 2025, es toda otra historia por sí misma.
Estoy ahí parado, atacado de nervios y de pensamientos impostores. Miro alrededor y veo gringos con estampas de vikingos; corredores que parecen disfrutarlo, sonriendo para sus cámaras; personas en estado meditativo, como que flotaran; sí, y también otros con rostros pálidos o gestos que denotan miedo. Pasan los atletas élite y sabes que estás a 10 reencarnaciones de acercarte a su nivel, bajas la cabeza.
Lo que le ocurre a cada corredor, en cualquier distancia, es único.
Santiago Ayala Sarmiento
Con una amiga desde la universidad, uniformados con las camisetas del club donde entrenamos, Ecuadoruns, tratamos de darnos ánimo y alentarnos, Pero es difícil, el lenguaje corporal es evidente. Minutos antes nos toma por sorpresa Joaquín López, nos abraza y nos da las últimas palabras: “Paso constante y diviértanse”. Una bocanada de ánimo para creer por un segundo que sí es posible llegar a la Plaza de San Francisco, en Quito. Porque después del primer paso, solo viene el segundo, y el tercero…
Para mí, los 80K son un escalón para -algún día- llegar a la UTMB Finals, que se realiza cada año en agosto, en el Mont Blanc. Al terminar una carrera de 80K recibes tres “running stones” (digitalmente) y mientras más acumules, en las carreras de la marca, más posibilidades tienes en el sorteo que se realiza cada diciembre. Así que el camino para cumplir mi sueño de pararme en Chamonix para correr 176K recién empieza, tanto en lo físico, en lo mental, en lo emocional y en lo económico.
Así que cuando al momento de la partida suena el himno de la UTMB, la canción de Vangelis, ‘Conquest of paradise’, se me pone la piel de gallina y es inevitable no soltar una lágrima. Inhalación profunda, activación de la ruta en el reloj inteligente, lámpara frontal prendida y el último grito de aliento conjunto de los alrededor de 175 corredores de esta distancia y sus familias y amigos de espectadores en las aceras de Mindo.
El primer enemigo que aparece en la cabeza, casi automáticamente, es esa idea de querer competir y de querer pasar a todos, hasta a los élite. Ahí es cuando empieza a tomar forma las horas previas de entrenamiento. “A tu propio ritmo”. Esta carrera es contigo y contra ti mismo. Así que bloqueo el pensamiento y hago mi carrera. El clima, fresco, aunque con un poco de humedad, lo cual empieza a sentirse en lo pegajoso de la camiseta. Pero nada que moleste, así que el escenario es favorable.
Las primeras cuatro horas, antes del amanecer, la carrera transcurre por senderos llenos de vegetación tropical, con muchas ramas, raíces y piedras en el piso, lo cual obliga a estar muy atento a la pisada. En esta primera parte, compartes con más personas el recorrido, hasta que poco a poco los ritmos van dispersando unas de otras y por largos trechos, varias veces, te encuentras solo en medio de la noche. En este tramo no me siento muy cómodo, alrededor de las 04:45 me entra sopor y sueño, y no evito tropezar unas cuantas veces. Afortunadamente, vuelvo a ponerme 11.
La madrugada me alumbra corriendo al costado del río Cristal. El aire huele a brisa y las aves empiezan a cantar, como si alentaran también. Son los primeros 15 kilómetros y voy con buenas sensaciones, no fantásticas, pero sí aceptables. Alrededor del kilómetro 25 hago mi primer amigo de ruta, un australiano que venía ya con visibles molestias de las piernas. Trata de seguir el paso por unos cinco kilómetros, pero viene afectado. Con cara de dolor me pregunta cuánto falta para el abasto (lugar donde hay hidratación, fruta, frutos secos), le digo que ya solo unos 500 metros. Llegamos al helado río Cristal, lo pasamos, con agua hasta la rodilla. Tras el abasto, no lo volví a ver.
Desde este punto comienza el ascenso casi interminable hasta llegar a Cruz Loma. Aquí coincido con la segunda amistad de carrera, una atleta mexicana, que demuestra una fuerza de voluntad increíble. La conversación sobre las delicias gastronómicas mexicanas parece que hace que la llegada al abasto principal, que se ubica a mitad de carrera, en el kilómetro 40, se haga menos distante.
Este punto es clave para tomar energía, cambiarse de ropa, comer y descansar unos minutos. Los voluntarios en este y los demás puntos de abastecimiento, geniales, una banda de personas que animan, alientan, ayudan a recargar la hidratación que se lleva en el chaleco de corredor. Son el tercer pulmón de cada uno de nosotros. Aquí, sopita de arroz con fideo, plátano, sandía y la bebida mágica: Coca-Cola.
Los voluntarios, geniales. Son una banda de personas que animan, alientan, ayudan a recargar la hidratación que se lleva en el chaleco de corredor. Son el tercer pulmón de cada corredor.
Santiago Ayala Sarmiento
En realidad recién empieza la carrera. Los dolores musculares y articulares empiezan a aparecer. Y mi cabeza se llena de cuestionamientos y miedos. ‘¿Qué hago aquí?’, ‘Puedo irme a casa ya este rato’, ‘No quiero volver a hacerlo más’. Pero el corazón, a susurros, me va empujando. Viene la parte más dura, sí, pero puedo lograrlo. Mi amiga fugaz mexicana zarpó antes, aunque vuelvo a verla por el kilómetro 50. ¡Vamoooos! Y no la volví a ver. Para este momento, me siento mentalizado a dar todo en cada bajada que aparezca, porque se sabe ‘en las bajadas se gana o se pierde una carrera’.
Por el kilómetro 55 hago mi tercer amigo, oriundo de Chone pero que vive en Quito 30 años. Viene con fuertes dolores musculares. Le comparto una pastilla de sal. Y después de unos kilómetros logra aliviarse. Me pide otra, se la doy. Mientras conversamos, tomamos mal un desvío y nos perdemos. Mi reloj da la alerta del desvío: 800 metros hasta volver a retomar el sendero oficial.
Cerca de la Fan Zone, en la Hacienda Garzón, kilómetro 63, somos testigos de un momento angustioso. De repente un atleta se desploma. Pensamos que tropezó. Nos apresuramos a ayudar. Es asiático y no habla ni español ni inglés. Solo hizo la seña de "OK". Mientras nos mojamos con agua en la hacienda llega, mal trecho, por lo que la organización activa el protocolo médico para revisarlo. No supe más.
Entrar a San Francisco, a la meta, después de 14 horas, 26 minutos, abrazarte con tu familia que lo vive intensamente, es una estampa surrealista, que queda grabada para siempre.
Santiago Ayala Sarmiento
El cansancio ya es fuerte, el agotamiento es parte de cada paso. Saco una bebida de suplemento alto en azúcar y me sienta muy mal. Mareos, náuseas y dolor de estómago. Camino unos kilómetros hasta que me pase. De a poco cede el malestar, pero me encuentra justo en la subida más fuerte de la carrera. Es difícil explicar lo que cuesta a estas alturas, para nosotros los mortales, por supuesto, lo que significa sobrepasar esta empinada y sacrificada parte. Las piernas pesan una tonelada y cada zancada parece demorar horas. Logro atravesar esta pared.
El reloj ya marca el último tramo. Son alrededor de tres kilómetros de una subida de baja pendiente, pero constante. Empieza a sonar el ruido de la ciudad y aparece de pronto Quito. Sé que lo logré. Llego al mirador, pasando Cruz Loma, bebo el último sorbo de cola y tomo la bajada a toda velocidad, inyectado de adrenalina. La gente te anima a seguir, te aplaude y te alienta. Y entrar a San Francisco, a la meta, después de 14 horas, 26 minutos, abrazarte con tu familia que lo vive intensamente, es una estampa surrealista, que queda grabada para siempre. Lo hice. Aunque ahora mismo me duela todo el cuerpo y haya tardado mucho en escribir esta breve historia. Feliz”.
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