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Columnista Invitado

Cuatro verdades para la CONAIE

Andrés Ortiz Lemos

Escritor y académico

Actualizada:

21 oct 2025 - 13:59

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Toda mi generación tuvo un romance apasionado con la CONAIE en la década de los noventas. Eran la fuerza redentora más apasionante del hemisferio junto con el ejército zapatista de liberación nacional de Chiapas. No pedían simples cambios en el gobierno: querían cambiar la estructura democrática completa. Crear un nuevo modelo de sociedad. Pero con el pasar de los años cayeron en las mismas trampas que han hecho tropezar a todos los caudillos políticos de la región. Y hay que decirlo, “decirles sus verdades”, en lenguaje común.

Primera verdad

Los paros de 2019 y 2022 no beneficiaron a las bases de su organización. Los indicadores sociales siguieron tan alarmantes como antes para aquel grupo; un 86,2% no tiene empleo adecuado, la pobreza por NBI llega al 68%, más del doble de lo que ocurre entre mestizos o blancos; la desnutrición infantil llega a casi el 40%, más de veinte puntos por encima del promedio nacional (Censo 2022). Ninguno de esos temas se discutió en las negociaciones del paro 2019. Las mesas de diálogo del paro del 2022 tocaron algunos puntos de forma retórica sin ofrecer demandas específicas. A esto hay que sumarle la ignorancia, torpeza y falta de preparación de los asesores de los gobiernos en ambas oportunidades, eso también hay que decirlo. ¿Quién salió ganando entonces? Los dirigentes, particularmente Leonidas Iza que usó el capital político de esos eventos a su favor, saltando hábilmente del ámbito de la sociedad civil - como líder de movimientos social- a la competencia electoral.

  • La desnutrición infantil, otro tema de grandes acuerdos

Pero todos se dieron cuenta de aquello. Incluyendo otros dirigentes, y los individuos dentro de las comunidades. Por eso no es ninguna sorpresa ver como en el nuevo levantamiento que vive el Ecuador no hay un liderazgo nacional visible. Pequeños dirigentes locales pugnan por ganar protagonismo, y compiten unos con otros por arrebatarse aquel anhelado espacio en la visibilidad pública.

¿Los comuneros de a pie? Cabreados, y es evidente con todos los indicadores que acabo de mostrar. Pero ninguno de ellos tiene plena confianza en las organizaciones, y no solo las nacionales, sino incluso las de primer grado. Hay una molestia generalizada, pero no existe un plan orgánico.

Algunos movimientos políticos bien identificados se frotan las manos buscando pescar en aquel nuevo torrente de dispersión. Entre otras cosas quieren sacar provecho a favor de su campaña para el NO en el referéndum que se viene.

Los aturdidos dirigentes nacionales, por su parte, intentan encontrar un nuevo significante que articule los discursos dispersos del paro. Como el tema del precio del diesel no parece prosperar (pues les resultó difícil convencer a la gente, que la mayor aspiración histórica del movimiento indígena sea que los camiones del megasupermercado necesiten desesperadamente combustible subsidiado para salvar la dignidad de los pueblos ancestrales) ahora ha salido a la palestra la solución mágica de aumentar el salario mínimo a 650 dólares. ¿Alguien piensa a estas alturas que una economía como la ecuatoriana, con un PIB equivalente a la mitad de lo que produce España, solo en el área del turismo, puede hacer aparecer dólares mágicos por obra y gracia de la justicia social, No. Los dirigentes nacionales tampoco. Pero claramente están desesperados por encontrar el pretexto para otro evento que salve sus posiciones privilegiadas.

Segunda verdad

Ya que nos hemos puesto sinceros debo decirlo. La plurinacionalidad fue la mayor estafa de la historia republicana de este país. Antes de que los gremios de antropólogos, los abogados de DDHH, los sociólogos, pacten un acuerdo para llevarme a la hoguera, déjenme terminar la idea. Ni el anteproyecto de ley de 1988, ni el proyecto político de 1994, ni las propuestas para la Asamblea de Montecristi en 2007, ni otros documentos de la CONAIE donde se hablaba de plurinacionalidad, se molestaron en contarnos qué significaba el término. El correísmo tomó aquella palabra tan bonita y en un acto de amable paradoja lo incluyó en el artículo uno de la constitución 2008, al lado del enunciado que decía que el Ecuador era un estado unitario. Con eso desarmaron hábilmente la idea.

Países que no tienen estados plurinacionales, como España, Suiza o incluso estados Unidos, presentan sin embargo divisiones territoriales que permiten el ejercicio de diversos grupos con identidades plurales. En Cataluña, por ejemplo, no solo se practican sus propias leyes, sino que incluso tienen su propia Constitución y sus propios derechos, además se reconoce a esa región como una nacionalidad. Todo sin la palabrita mágica que nuestra Constitución tiene, y la suya no. Plurinacionalidad. Una idea que nadie se molestó en definir y por eso no sabemos lo que significa.

Antes que alguien me diga que la justicia indígena representa la cúspide de aquel logro increíble del género humano, déjeme darle una mala noticia. La justicia indígena se basa en las posiciones de poder y autoridad que las personas con más influencia tienen en las comunidades. El poder es un fenómeno dinámico, cotidiano, que nos atraviesa a todos, incluso de forma horizontal -no, no voy a citar a ese pensador francés y calvo que usted está esperando-. Por eso son tan importantes las normas escritas y las instituciones. Para darle a quienes requieren justicia un asidero mínimo donde encuentre reglas del juego claras y consecuencias esperables. En las sesiones de la justicia indígena, usted está sujeto al humor de los vecinos con más o menos influencia que la suya. Ya se hablará más sobre este tema.

Con esto no afirmo que la plurinacionalidad no sea una aspiración deseable. Sí, y yo la apoyo. Pero para establecerla se necesita definirla adecuadamente, y generar un espacio institucional válido para su ejercicio, con derechos y responsabilidades, como ocurre en los estados federales, las confederaciones, o los modelos autonomistas.

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Tercera verdad

Aprovechemos este torrente de sinceridad para confesar algunas otras cosas. Los indígenas no son los guardianes del medio ambiente, y no lo han sido nunca. Y antes que los funcionarios de ONG -bien posicionados- pongan el grito sobre las ramas, quisiera exponer unos datos sencillos: La Lofoten Declaration 2017, denunció el subsidio a los combustibles como uno de los peores estragos para el medio ambiente en la historia humana. Sí, ese mismo subsidio que los líderes indígenas que luchan por los “derechos ambientales” defienden con encarnecida pasión.

Pero aquel argumento es, tal vez el menos importante. El verdadero gran predador de la naturaleza es la visión esencialista de sociedad pre moderna. Créalo o no. Richard Lee , antropólogo legendario, plantea que un cazador recolector necesita 20 kilómetros cuadrados por persona para su subsistencia en una selva tropical -en un lugar con menos diversidad se necesitan hasta 50km por persona- ¿tiene usted idea de lo que pasaría si los tres millones de quiteños decidieran ser guardianes ambientales asumiendo la forma de vida de los grupos no contactados de la Amazonía ecuatoriana – a menudo representados como los ángeles guardianes de la armonía con la naturaleza? Necesitaríamos 60 millones de km cuadrados de selva con ese modelo de sociedad, solo para el número de habitantes que tiene Quito -una superficie mayor que África y Europa juntas-. Es un modelo imposible de sostener y ciertamente no representa una opción válida de desarrollo. La agricultura de autoconsumo tradicional, como la que se acostumbra en otras localidades, como la sierra central, tampoco es la más efectiva en el uso de recursos en relación a la cantidad de gente que puede alimentar. Busque los datos de la FAO al respecto.

Pero si quiere podemos hacer un ejercicio más simple. Exijamos, para cada uno de los quiteños, un sombrero de plumas de aves exóticas como el que usa Marlon Vargas. Le aseguro que extinguiríamos una basta línea de especies completas para cumplir con aquella aspiración ancestral.

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Cuarta verdad

El individuo indígena también existe. Es sorprendente como se ha pretendido vincular a los indígenas, fatalmente con una concepción colectivista de sociedad. Esta idea fue impulsada por la colonia por una institución llamada “reducciones” que ubicó grandes poblaciones en espacios pequeños para poder controlarlos mejor y abusar de su trabajo forzado. La república no cambió significativamente las cosas hasta la segunda mitad del siglo XX - con el fin del concertaje y huasipungo a partir de 1964-. Luego, los movimientos políticos radicales, como el partido comunista, alimentaron la idea que los indígenas debían ser perpetuos colectivos al servicio de su ideología. Sin embargo, la verdad es otra, no solo que los indígenas reclaman su individualidad, sino que lo han hecho siempre. Los intelectuales, y los demagogos – incluyendo los dirigentes - en realidad temen tratar a los Quishpe, a los Cacuango, a los Chiliquinga, como a iguales. Les asustaría una sociedad donde el neurocirujano, el profesor, o el empresario, sean indígenas, a quienes no puedan convertir en un colectivo etéreo susceptible de manipulación para sus propios intereses políticos.

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