Tablilla de cera
Vergüenza para la humanidad y fracaso para Israel

Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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El rey Felipe de Bélgica dijo el lunes de la semana pasada que la situación en Gaza “es una vergüenza para la humanidad”. El papa León XIV la llamó “una barbarie” y clamó por detenerla ya.
Las voces vienen hasta de los propios israelíes: “Lo que ahora está ocurriendo en Gaza es un genocidio”, dijeron Amos Goldberg y Daniel Blatman, profesores israelíes de estudios sobre el Holocausto en la Universidad Hebrea de Jerusalén, que han estudiado por años el Holocausto, el genocidio y la violencia de Estado.
Y todos vimos cómo hace una semana más de 500 judíos estadounidenses llegaron a la rotonda del Capitolio de Washington para protestar contra la visita de Netanyahu, exigir un alto al fuego inmediato y el embargo de armas a Israel. Sentados en el suelo, con camisetas rojas, cantaban: “Let Gaza live” y “Not in our name”, hasta que la policía empezó a confiscar los carteles y llevarse presos a algunos de ellos.
Esta semana, las dos principales organizaciones de derechos humanos de Israel se unieron a este consenso: B’Tselem y Médicos por los Derechos Humanos-Israel publicaron informes separados que demuestran que las acciones de su país en la franja de Gaza equivalen a un genocidio.
Y este martes, treinta miembros destacados de la sociedad israelí también sacaron un comunicado en el que exigen a la comunidad internacional que aplique “sanciones drásticas” a Israel. La declaración, en la que participan un cineasta ganador de un Oscar, un antiguo presidente del Parlamento israelí y un ex fiscal general, entre otros, pide que se mantengan esas medidas hasta que el Gobierno de Benjamín Netanyahu ponga fin a la “brutal” campaña militar con “un alto el fuego permanente” en la franja de Gaza.
“Nuestro país está matando de hambre a la población de Gaza y contemplando la expulsión de millones de palestinos de la Franja”, denuncia la nota. Los firmantes —que se presentan como “israelíes comprometidos con un futuro pacífico” tanto para su país como para sus “vecinos palestinos”—, aseguran escribir la misiva “con profunda vergüenza, rabia y agonía”.
Lo que ha hecho Israel, con la destrucción de Gaza y las acciones sistemáticas para provocar la hambruna no se borrarán de la conciencia de la humanidad jamás.
Ahora, por ejemplo, dice que lanza ayuda alimentaria en paracaídas, que hace “pausas humanitarias” en la guerra y deja entrar algunos camiones de alimentos, pero no es sino una burla sangrienta: no son 200 sino 6.000 los camiones que podrían entrar a la zona y ¿quién puede ir a recoger la ayuda lanzada en paracaídas en un país en guerra, donde disparan a todo el que se mueve?
Bastaría con que Netanyahu dejara ingresar a toda la ayuda y que permitiera que la ONU la distribuyera. Sería más digno, menos humillante para la población y mucho más eficiente, porque la crisis humanitaria no puede resolverse en “pausas” sino con un sistema confiable de suministros.
Indigna oír a Netanyahu negar que haya hambre en Gaza, cuando ya hay decenas de personas, sobre todo niños, muriendo por desnutrición.
Ahora bien, lo que está pasando no es, de ninguna manera, un triunfo para Israel. Al contrario, es un absoluto fracaso.
Recuérdese que cuando Israel rompió el cese del fuego con Hamás este mes de marzo y reanudó la guerra sin cuartel en Gaza, que había sostenido por 15 meses, sus líderes dijeron que la nueva campaña militar y el bloqueo de comida forzarían a Hamás a soltar a todos los rehenes israelíes que aún tenía cautivos, y que Israel no tendría que hacer “más concesiones”.
Hoy, cuatro meses después, la campaña es un fracaso “estratégico, diplomático y humanitario”, como lo recordaba el New York Times este lunes, especialmente por la indignación mundial frente a la grave situación de hambruna de Gaza.
Es que, ¿qué ha logrado Israel en los últimos cuatro meses?
- Hacer ciertos avances militares, capturando de nuevo áreas que había cedido antes;
- Recuperar ocho cadáveres de rehenes asesinados;
- Matar a varios jefes de Hamás, incluyendo su jefe máximo Muhammad Sinwar, y
- Destruir algunos trechos más del sistema de túneles subterráneos de Hamás.
¿Y de qué ha servido eso?
- Hamás no ha sido derrotado ni se ha rendido.
- Sinwar fue remplazado por otro cabecilla del núcleo duro, Izz al-Din al-Haddad, quien ha mantenido la misma línea, igual que Sinwar mantuvo la de sus predecesores.
- Hamás sigue controlando áreas urbanas clave, no cede en las negociaciones ni renuncia a sus metas, y
- Sigue causando bajas mortales entre los soldados israelíes.
¿No es eso un fracaso? Y el costo es inmenso. Por supuesto, y sobre todo, para los civiles palestinos. Pero también para Israel: ha perdido la respetabilidad y legitimidad que le quedaban a los ojos del mundo, como se muestra en el viraje de sus aliados clave en Europa occidental.
Ante el horror, por fin han reaccionado: Gran Bretaña, Francia y Alemania exigieron en un pronunciamiento conjunto el fin de la guerra; Francia anunció que en septiembre reconocerá a Palestina como Estado y Gran Bretaña dice que hará lo mismo, si es que Israel no adopta medidas sustanciales de alto al fuego, permite la entrada de ayuda y reconoce la solución de dos estados.
Incluso Trump empieza a vacilar, porque ya no puede seguir negándolo. “Parece que hay niños verdaderamente hambrientos”, dijo, remordido, en su visita al primer ministro de la Gran Bretaña.
El bloqueo de ayuda alimentaria, que Israel impuso desde marzo hasta mayo, fue reemplazado por un sistema acordado entre Israel y EE. UU., un sistema ineficiente a propósito, que “reparte alimentos y muerte”, según los propios palestinos. Cientos han caído en esos sitios de distribución, acribillados por soldados israelíes, como lo comenté con dolor a inicios del mes.
En casi un siglo de guerras entre israelíes y palestinos, estos nunca estuvieron en una situación tan atroz como la de marzo: decenas de miles de desplazados que lo habían perdido todo, cerca de 50.000 muertos, miles de edificaciones destruidas.
Pero la situación se agravó después de mayo. Ese pueblo, que ya creía haber visto lo peor, ha tenido que afrontar no solo 10.000 muertos más por bombardeos y disparos, sino que Israel usara el hambre como arma de guerra, y ver que sus niños y sus ancianos mueren de inanición. Los padres luchan entre ellos por un kilo de harina, ¡qué vergüenza Israel!
El domingo en las misas católicas se leyó el pasaje del Génesis en que Abraham negocia con Dios para que no destruya Sodoma (Gen. 18, 20-32). Es uno de los textos más antiguos de la Biblia, tiene como 12 siglos de haber sido escrito, y está muy enraizado en las tradiciones del judaísmo y del cristianismo.
El pasaje —que pertenece a la tradición Yahvista, la que llama Yahvé a Dios y tiene relatos vívidos y un Dios antropomórfico— es muy rico en significados, pero sobre todo resalta la compasión de Abraham que intercede por quienes no conoce, y la misericordia de Dios que le escucha y promete no destruir Sodoma si es que encuentra 50, 40, 30, 20 o solo 10 justos.
La lección de un texto tan antiguo y significativo no cala en Netanyahu ni en los extremistas de su Gobierno que le tienen chantajeado. Al contrario, ellos quieren exactamente lo opuesto: destruir a todo el pueblo palestino por un puñado de terroristas a los que no pueden vencer.
Es verdad que Israel sufrió un ataque horrible el 7 de octubre de 2023 y que tenía derecho a defenderse, pero sobrepasó hace mucho los límites de una reacción militar. Y ahora ha fracasado.
Ha destruido Gaza, mata de bombazos, cañonazos y hambre a palestinos inocentes, ha arrasado sus viviendas, sus talleres, sus hospitales, sus universidades y está dispuesto a seguir hasta su extinción, pues, como dijo su ministro de Defensa, Israel Katz, ellos no tienen ninguna responsabilidad por los palestinos y gobernarán Gaza para siempre.
Pero el mundo no lo olvidará. Jamás Israel alcanzará así la paz anhelada. Y menos el respeto universal.
Solo queda preguntar: Caín, ¿qué has hecho con tu hermano?