Columnista Invitado
Llegó la hora de Latinoamérica
Economista por la Sorbona y máster en Corporate Finance por EDC Paris. Consultor en estrategia e inversión, especializado en mercados emergentes y análisis macroeconómico. Radicado en París, analiza y escribe con la mirada de una nueva generación.
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La razón por la que en mi última columna hablé del modelo suizo no fue solo para elogiar un país ordenado, sino para mostrar un modelo del que poco se habla, pero que funciona. ¿De dónde solemos inspirarnos nosotros? De Estados Unidos, Francia, Alemania o el Reino Unido. Durante el siglo XX, estas potencias ofrecieron servicios de calidad, innovación y, sobre todo, los mejores rendimientos financieros. Fueron los centros del capital global. Pero el mundo cambia. Hoy les toca pagar el precio de su propio éxito: el privilegio imperial del dólar y la comodidad de la socialdemocracia europea.
La historia lo recuerda bien. Roma fue el imperio dominante del Mediterráneo durante casi tres siglos (27 a. C.– 476 d. C.) , y España lo fue alrededor de un siglo (1516–1598). Los imperios tienen ciclos: por más fuertes que parezcan, caen.
Estados Unidos enfrenta problemas estructurales. Su deuda nacional acaba de superar los 38 billones de dólares. En los últimos 96 años ha registrado déficit fiscal en 82. El último superávit fue en 2001, es decir, 24 años consecutivos de déficit, con un promedio de -4,6 % del PIB. El país más rico del mundo ha convertido el endeudamiento en una costumbre.
Francia vive una historia similar: su último superávit fue en 1975 y, desde 2000, su déficit promedio es -4,3 % del PIB. En este contexto, comprar bonos del Tesoro estadounidense al 4 % o bonos franceses al 3 % (10 años) parece un rendimiento demasiado bajo para el riesgo que implican.
Por eso, hoy vemos en los diarios financieros cómo, en el mes junio, Brasil colocó 2.750 millones de dólares en bonos soberanos, incluyendo su referencia a 2035 con un rendimiento del 6,73 % en dólares. México emitió recientemente 6.800 millones de dólares en dos bonos globales - uno con vencimiento en 2032 al 5,85 % y el otro en 2038 al 6,625 % -, operación que confirmó la confianza de los mercados en este tipo de activos.
Son rentabilidades que empiezan a atraer capital que antes solo miraba a Nueva York, Londres o París.
Bajo mi punto de vista, la pregunta ya no es si América Latina puede ser una región con rendimientos interesantes, sino si los inversores globales pueden permitirse ignorarla.
Según el Global Family Office Report 2025 (UBS), más del 80 % del capital familiar de sus clientes está invertido en Estados Unidos y Europa Occidental, mientras América Latina, Medio Oriente y África reciben menos del 5 % combinado. Esa concentración abre una oportunidad: si la relación riesgo-rentabilidad mejora, los flujos pueden empezar a llegar.
Y hay razones para que así sea. La transición energética, la reindustrialización estratégica y el aumento del gasto militar de las principales economías del mundo dependen de materiales que abundan en nuestra región.
Latinoamérica concentra entre el 50 % y el 60 % de las reservas globales de litio y cerca del 40 % de la producción mundial de cobre, liderada por Chile y Perú. Al mismo tiempo, la demanda energética se dispara: el ex-CEO de Google, Eric Schmidt, advirtió que los centros de datos para la IA, requerirán 29 GW adicionales para 2027 y 67 GW en 2030, una expansión “a una escala industrial que nunca hemos visto”. Para ponerlo en perspectiva, una sola infraestructura de 10 GW equivaldría a la producción de casi siete centrales Coca Codo Sinclair operando a plena capacidad.
Argentina es un buen ejemplo del potencial que tiene la región. Tras un cambio político profundo, el país busca modernizar su economía y aprovechar sus recursos naturales. El propio presidente Milei recordó que Argentina no exporta ni un gramo de cobre, mientras Chile, con la misma cordillera, exporta más de 20.000 millones de dólares al año. También señaló que el país podría generar entre 30.000 y 40.000 millones anuales en petróleo y gas de aquí a 2031.
En Ecuador, la dolarización ofrece un atractivo adicional: no hay riesgo cambiario y, para los inversionistas que operan en otras monedas fuertes como el euro o el franco suizo, el dólar está “barato”. Si el país logra combinar reformas internas con proyectos verdes o de infraestructura bien estructurados, puede atraer parte de esos dólares que hoy buscan destino.
El desafío también es cómo aprovechar ese potencial y Noruega es el ejemplo de cómo capitalizar los recursos naturales. El país nórdico descubrió petróleo y gas en el Mar del Norte, creó un marco fiscal claro y canalizó las rentas al Government Pension Fund Global, que es el fondo soberano con más activos bajo gestión del mundo. Maneja 2,1 billones de dólares, lo que equivale a aproximadamente 380.000 dólares por habitante. ¡Sí, eso existe!
En un mundo donde los bonos europeos y estadounidenses pagan poco para el riesgo que implican y las valoraciones bursátiles están en máximos históricos, los inversionistas empiezan a mirar nuevos horizontes.
Tenemos el deber y el desafío de aprovechar este momento.
Llegó la hora de Latinoamérica.