Pablo Cuvi

Leyendo los inicios de Zelenski, Trump y Putin y la manera cómo ascendieron al poder, los tres son tan peculiares que parecen diseñados por un guionista de Netflix para agudizar los contrastes y enriquecer la trama.

Hoy, adictos a sus teléfonos incluso cuando están juntos, los adolescentes ya no necesitan reunirse en el mall para comunicarse pues la vida entera pasa por esa ridícula pantallita.

Si finalmente redactan una nueva Constitución, esta deberá prohibir explícitamente cualquier base militar en las Galápagos. Punto.

La realidad política supera cada día a la más descabellada idea de cualquier guionista profesional que se rija por los parámetros de la verosimilitud.

Quitar el subsidio al diésel significaba exacerbar el descontento popular que siempre está latente y desemboca en la confrontación histórica de pobres vs. ricos; en este caso, vs. el rico.

No es que se aplique el modelo de un Estado fascista sino que se utilizan varias de sus técnicas políticas para concentrar el poder y embestir contra la globalización y el libre comercio.

En lugar de hacer lo posible por ayudar a detener carnicerías donde mueren sobre todo los pobres, la élite del mundo está preocupada en vivir más de cien años.

Así somos desde el inicio de la república: unos tigres para dar golpes de Estado y alimentar la fantasía de que la siguiente Constitución lo arreglará todo.

Lo que nos unió fue la literatura: el fulgor del boom latinoamericano nos encandilaba a todos y hablábamos hasta la madrugada de esas novelas que se volvieron legendarias.

El detonante de todo es la extrema pobreza, ahí y en todas las villas miseria de América Latina. Y eso no se arregla precisamente a balazos, ni con marchas en contra de la Corte Constitucional.