La trampa de la no-política
Profesor de ciencia política y Decano de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad San Francisco de Quito.
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“El precio de desentenderse de la política es el ser gobernado por los peores hombres” Platón
Con una mezcla de pena y espanto veo cómo un influencer de mediana potencia en las redes sociales ecuatorianas promueve con entusiasmo lo que él llama la “no-politica”. “Es lo de hoy” dice, como si se tratase de una moda conveniente para la sociedad. Ese discurso ha sido posteriormente recogido por periodistas influyentes que lo amplifican y lo promueven irresponsablemente. Aunque esta persona pretenda estar “rechazando” a la política, en realidad la está usando a su favor, para ganar notoriedad. Pero en el trayecto le hace un flaco favor a la calidad del debate público en nuestro país.
La explosión de las comunicaciones inmediatas por el advenimiento de las redes sociales ha cambiado radicalmente el cómo se vive la política a nivel mundial. Esto podría traer muchos beneficios, como más información y mayor participación por parte de la ciudadanía. Pero si es manejado de forma irresponsable, puede tener muchos riesgos. Uno de ellos es justamente lo que estamos viviendo: la banalización de la política.
Y es que de un tiempo acá -y esto es una tendencia a nivel mundial, como muestran los casos de Trump, Bukele, Milei o Berlusconi- la política ha pasado de ser una discusión sobre los contenidos a ser una discusión sobre las formas. Importa menos lo que se dice que cómo se lo dice. El marketing político, principal responsable de esta tendencia, ha logrado que conseguir el poder sea el objetivo final de la política, cuando el poder político debe ser un medio para buscar el bienestar y el desarrollo de las sociedades. La proliferación de influencers, tiktokers, “estrategas”, comunicadores, y trolls terminan banalizando el debate público. Si queremos que nuestro sistema político de verdad avance, debemos enfocarnos más en las propuestas reales de nuestros representantes, y no en si comen guatita con cuchara, bailan y cantan en tarimas y escenarios, se ponen zapatitos rojos o regalan muñecos de cartón.
Por supuesto, esto es responsabilidad tanto del “pueblo de a pie” como de las élites políticas. Una democracia funcional requiere de una ciudadanía informada y participativa, que se interese en lo que se discute en la arena política y tome posturas basadas en información clara. Lamentablemente, la cultura política ecuatoriana no está fundamentada en esas características. Buena parte de la ciudadanía no sólo no está interesada en discusiones sobre política, sino que también está profundamente decepcionada, y por lo tanto, alejada de la misma. Las élites -sobre todo los políticos populistas (que abundan en nuestro país)- toman nota de esto y alimentan la superficialidad del debate político a su conveniencia.
A esto se suma un problema todavía más profundo: cuando la política se trivializa, también se debilita nuestra capacidad colectiva para identificar qué asuntos son realmente importantes. Si todo se reduce a gestos, ocurrencias, frases ingeniosas o pequeñas polémicas de coyuntura, los temas estructurales —los que de verdad determinan la calidad de vida de la gente— quedan relegados a un segundo plano. Es más fácil hablar del baile, del insulto, del chisme o del escándalo del día, que discutir seriamente sobre cómo mejorar la educación pública, cómo reducir la violencia o cómo generar empleo sostenible. La banalización funciona como un velo que cubre lo esencial y magnifica lo irrelevante.
Esta lógica tiene otra consecuencia peligrosa: vuelve más simple manipular a la opinión pública. Si la ciudadanía consume política como entretenimiento, lo que importa es quién grita más fuerte, quién genera más clics, quién inventa el video más viral. Y ahí los políticos oportunistas encuentran un terreno fértil para avanzar sin necesidad de ofrecer soluciones reales. La “no-política” termina siendo profundamente política: una herramienta para que los menos preparados, o los menos escrupulosos, ocupen espacios de poder sin rendir cuentas. En ese ambiente, el ciudadano común pierde; gana únicamente quien sabe explotar el ruido y las apariencias.
Denigrar la política, deslegitimarla, vaciarla de contenido, es lo peor que podemos hacer si queremos mejorar la calidad del debate público en nuestro país. Parte de las razones por las que hoy sufrimos de un sistema político disfuncional, es precisamente el haber abandonado a la política. No nos dejemos llevar por influencers que le hacen más daño que bien a nuestro sistema político. La política es absolutamente necesaria, y mientras mejor sea manejada, más potente será como herramienta para lograr el bienestar de todos. La solución no es abandonar la política, sino recuperarla.