Columnista Invitada
Las heridas abiertas de la polarización

Dra. en Jurisprudencia, Decana de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la UDLA, Directora Ejecutiva Participación Ciudadana. Con más de 20 años trabajando temas de democracia, procesos electorales, Transparencia y Diálogo Político.
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Nuevamente, un paro nacional somete al Ecuador a episodios cruentos de violencia. El estallido de protestas —con sabor a vandalismo y organización criminal— prende la chispa de una respuesta —con sabor a violencia estatal—. Y en este escenario, el diálogo se configura como el gran ausente.
Tras más de veinte días de violencia, parecería que se abren vías de solución, no obstante, no hay que perder de vista a un fenómeno que ha sido evidente en esta crisis y que podría dejar al país afectado a mediano, y largo plazo. Por sus efectos, podría llegar a ser hasta más peligroso que el paro mismo: este fenómeno es la polarización que se ha instaurado en todos los espacios y ha venido para quedarse.
Los riesgos de que una sociedad, en momentos de crisis, normalice la convivencia desde la polarización, representa una amenaza profunda para la democracia y la esperanza colectiva de un futuro pacífico. Y esto aplica tanto en lo político como en lo social. Conforme se profundiza la polarización, ésta aleja las posibilidades de generar algún tipo de consenso, porque al romperse la convergencia ¿qué queda?: la violencia.
Partir por la mitad un país, es un recurso bien útil y peligroso. De hecho, la polarización que hoy vive el Ecuador fue sebada por un pasado régimen político que dividió al país entre buenos y malos; y esos frutos se siguen cosechando hasta hoy. Pero es una estrategia bien útil, porque no hay nada mejor que dividir para vencer —ya lo dijo Maquiavelo—, pues, reinar en espacios polarizados ofrece buenos réditos políticos para quienes promocionan esta práctica. Los ciudadanos fragmentados anulan su reflexión objetiva, postergan sus valores éticos y se colocan en la vereda de al frente de cualquiera que ose contradecirlos. Terminan siendo elementos funcionales a intereses que por lo general no son democráticos.
Y en esta lógica, la crisis que atraviesa el país a razón de las movilizaciones ha producido una batalla campal —especialmente en redes sociales— de los pros y los contras a favor de una u otra posición.
El disenso, lejos de ser una puerta para el debate, ha pasado a ser una provocación y hasta un grito de guerra, y, por lo tanto, hay que eliminarlo. Esto se ha visto claramente en un sinnúmero de posiciones polarizantes que le han echado más gasolina a la hoguera de una movilización con la que, a estas alturas, es bien difícil terminar porque han provocado heridas sociales y profundas divisiones que sólo con visión de país se pueden tratar de sanar.
Pero ¿cómo evitar polarizarse en escenarios como el que vive el Ecuador en la actualidad?
Para contestar esta difícil pregunta se puede decir que este complejo trabajo, a futuro, queda en manos de varias actorías. Se necesita voluntad política; liderazgos éticos y una sociedad civil consciente de que el país no puede seguir avanzando en bandos enfrentados.
Empezar identificando con claridad, guste o no, que hay actores políticos que manejan agendas cercanas al crimen organizado, y que contaminan cualquier protesta pacífica transformándola en vandalismo y desestabilización es un inicio. Para ellos, todo el peso de la ley y sin miramientos. Para el pueblo manipulado: diálogo y políticas públicas que alivien sus necesidades.
Instituir el diálogo estructural, podría ser otra solución para desarmar la polarización. De esta forma, se superaría la tiranía del diálogo coyuntural, que, por lo general, suele ser inducido por presiones del ambiente político del momento. Para ello, y dadas las características violentas del paro, quizás convenga en un corto tiempo, plantear la institución de un espacio gubernamental permanente de trabajo para la cohesión social. Esto, contribuiría a ayudar a generar espacios de aproximación y co-creación de políticas públicas en favor de los movimientos sociales, y pueblos indígenas, por fuera de la influencia del crimen organizado, mineros ilegales y demás intereses.
El truco está en transformar las diferencias, en oportunidades de encuentro. Es entender que la paz no se decreta; sino que es una construcción permanente que requiere el compromiso no sólo del gobierno, sino de la colectividad en su conjunto.
En estos tiempos convulsos, es preciso tomar un poco de aire y pensar que el Ecuador es un país, cuya diversidad define a su pueblo. Por lo tanto, hasta que estos tiempos recios amainen, clamamos una tregua a la polarización.