La Marín, el epicentro de malos olores, ruido e inseguridad en el Centro de Quito
El corazón del centro histórico late fuerte en La Marín: buses, vendedores, olores penetrantes y música ensordecedora dibujan el retrato de un lugar donde el desorden y la inseguridad se resisten a desaparecer, pese a los controles municipales y policiales.
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Caminar por La Marín un día cualquiera es un ejercicio de resistencia. El sol intenso rebota sobre el asfalto de esta tradicional zona del centro histórico de Quito, mientras el humo de buses y autos impregna la ropa y se siente en la garganta.
Un equipo de PRIMICIAS recorrió este sector desde las 08:30 del jueves 21 de agosto de 2025, hasta cerca del mediodía, para conocer la realidad que vive este punto de la capital en el que, diariamente, confluyen miles de pasajeros.
El ruido es constante: motores que rugen, parlantes a todo volumen con cumbia, reguetón o baladas, gritos de vendedores ambulantes que ofrecen desde medias hasta celulares. Conversar en un volumen normal de voz resulta casi imposible.
Y el aire no da tregua. Bajo los pasos elevados de la avenida Pichincha, donde locales cerrados muestran puertas metálicas corroídas y grafitis desteñidos, el olor a orina y humedad golpea a quienes se atreven a cruzar.

Allí, personas en situación de calle duermen entre trapos viejos y cartones, rodeados de olores nauseabundos. Otros fuman o beben, según vecinos, a plena luz del día.
“Quito, la capital, debería estar limpia, pero esto ya no se puede”, lamenta una mujer que vive en el sector desde 1989. Señala una casa abandonada convertida en refugio improvisado. “Aquí entra cualquiera, fuman, duermen, roban. La policía viene, se va, y ellos enseguida vuelven”.
El caos se multiplica alrededor del Mercado Central y del coliseo Julio César Hidalgo, hoy en franco deterioro. En contraste, el interior del mercado luce renovado y ordenado, como una burbuja que no refleja lo que ocurre afuera.
En el playón de La Marín, punto de llegada de buses desde el norte, sur y valles, la multitud fluye sin pausa. Es, también, el terreno favorito de los arranchadores.

“Los robos aquí son a toda hora, sobre todo en la mañana, cuando la gente va al trabajo”, cuenta un comerciante ambulante. Otro, que vende medias, asegura que la inseguridad “es fatal” y, al mismo tiempo, acusa al Municipio de hostigarlos con decomisos y multas.
La Policía admite que el sector es un foco de conflictividad. El mayor Von Marthinez, del distrito Manuela Sáenz, reconoce que el playón y la zona hacia El Trébol concentran la mayor cantidad de robos.
“La modalidad más común es el arranche, a pie o en moto, sobre todo de celulares”, explica. Dice que existen patrullajes constantes, incluso de madrugada, con operativos focalizados en las zonas calientes, según estadísticas. Sin embargo, pide también “autocuidado” a la ciudadanía para no facilitar a los delincuentes.
La Secretaría de Seguridad del Municipio insiste en que hay avances. Carolina Andrade, su titular, dijo a PRIMICIAS que ahora se mantiene un “70% de control” en la zona, gracias a vallas metálicas, operativos contra el comercio informal y la intervención de fuerzas armadas y policías en el control de armas y expendio de drogas.
Pero admite que las acciones se concentran en las plazas más turísticas del centro histórico y que La Marín seguirá siendo un desafío.

La historia recuerda que este espacio no siempre fue caos. A finales del siglo XIX, la plazoleta construida sobre una quebrada canalizada por iniciativa de Francisco Andrade Marín fue símbolo de modernidad y progreso.
Hoy, en cambio, el lugar que lleva su nombre es sinónimo de abandono, desorden e inseguridad.
Así suena La Marín: motores, bocinas, gritos y música a todo volumen. Así huele: esmog, orines, comida frita en la calle y alcohol. Y aunque todos en Quito saben que existe, pocos quieren conocerla a detalle.
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