“La peor tragedia que ha vivido Simiátug”: familias velan a los fallecidos en el accidente del bus de la cooperativa Ambateñita
Familias de las comunidades Playapamba y Mindina, en Simiátug (Bolívar) velan a sus muertos tras el accidente del domingo 16 de noviembre. Sobrevivientes y deudos relatan cómo un viaje para votar terminó en la jornada más dolorosa en la historia de la parroquia.
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En Simiátug todavía cuesta hablar sobre lo ocurrido. En las montañas de la provincia de Bolívar, donde las comunidades están acostumbradas a caminos duros pero no a la muerte colectiva, los habitantes coinciden en que el siniestro del bus, ocurrido el domingo pasado, ha sido “la peor tragedia” que recuerdan. Un viaje para votar se convirtió en una jornada que marcó para siempre a esta parroquia.
Para llegar al sitio del accidente hay que recorrer una vía angosta que zigzaguea entre montañas y precipicios, entre las provincias de Tungurahua y Bolívar.
El asfalto se interrumpe por tramos, aparece la tierra suelta, las piedras y huellas profundas de arrastre. La neblina sube de golpe, envuelve todo y obliga a bajar la velocidad hasta casi detenerse.
Este martes 18 de noviembre, el lugar del siniestro todavía guardaba señales del impacto. Un perrito permanecía allí, sentado a pocos metros del barranco, como si esperara que alguien regresara. Caminaba entre los restos del bus, olfateaba el terreno y volvía al mismo punto, quieto, mirando hacia la curva por donde la unidad perdió el control.
Playapamba: velorios entre ollas encendidas y largos silencios
En Playapamba, a unos 15 minutos del centro de Simiátug, la casa donde velan a María Piedad Aucatoma está rodeada por la comunidad.

Grandes ollas se mantienen sobre el fuego de la leña para preparar alimento para quienes llegan a acompañar a los deudos. Unas tablas sostienen el ataúd cubierto de flores, mientras decenas de velas iluminan el rostro de la mujer a la que ahora despiden.
Allí está Rodrigo Quinaloa, su esposo. Él había llegado a la comunidad antes que ella; tenían una minga el sábado. Su esposa debía viajar el domingo para votar, pero nunca regresó.
“Yo la llamé hasta las 11:30, y no contestaba. Bajé al centro, volví a llamar y nada. Me fui para arriba… y ahí estaba. Fallecida”, recuerda con la voz quebrada.
Vivían en Ambato desde hace ocho años, pero ella insistió en cumplir con el voto en su comunidad. Ahora, él solo espera que “la compañía se haga cargo” y que exista algún tipo de ayuda.
“Es doloroso. Nunca habíamos visto algo así. Es lo peor que ha pasado aquí”.
Rodrigo Quinaloa
A su lado, su hijo Neiser, casi sin levantar la mirada, intenta responder: “Mi mamá me daba todo… lo último que me dijo fue ‘chao’, porque salimos temprano. Me dijo que espere hasta las 16:00, pero nunca llegó”. El adolescente se aferra a la última bendición que ella le dio antes de salir.
Mindina: el velorio de una joven de 24 años y el testimonio del hermano que sobrevivió
A una hora de Simiátug, por un camino de tierra y piedras donde apenas pasa un vehículo por vez, la comunidad Mindina también vive su propio duelo.
Allí velan a una joven de 24 años, Maygua Tibanlombo, quien viajaba junto a su hermano, su cuñada y sus sobrinos. Todos sobrevivieron, menos ella.
Su padre, Ángel Tibanlombo, no oculta la mezcla de incredulidad y culpa que aún lo acompañan.
“Mi hija venía a votar… salió desde Tungurahua para cumplir el mandato del Estado. Ellos se embarcaron en el bus de las 09:00. No alcanzaron ni a llegar a sufragar; quedaron en medio camino”. Maygua había terminado el colegio, pero no pudo continuar estudios superiores. Trabajaba en agricultura para ayudar en la casa.
Ángel recuerda su despedida: “Ella dijo ‘adelántate, yo voy en el siguiente turno del bus’. Nos despedimos… y nunca volvió”.
Marco, hermano de Maygua y sobreviviente, habla desde el dolor y la conmoción de haber salido con vida.
“Yo escuché como que el bus explotaba… pensé que se incendiaba. Reaccioné rápido y traté de bajar por la ventana”.
Marco Tibanlombo
Cree que fueron los frenos o un fallo en la marcha. Su rostro tiene raspones, su brazo está lesionado, pero su memoria insiste en la imagen de sus hijos en medio del caos.
“Yo me admiro cómo salvaron mis dos hijos… el de cuatro años y el de un año. Solo tuvieron golpes leves. A mi esposa la llevaron al hospital de Ambato”.
Dice que Dios le dio “una oportunidad más de vida”. Pero la oportunidad llegó con un precio imposible de asumir: la muerte de su hermana. “Ha sido un fatal accidente. Lo peor que hemos vivido”.
Un pueblo marcado por caminos difíciles y duelos simultáneos
Los testimonios se repiten: nunca habían visto algo semejante. Las vías para llegar a Simiátug —estrechas, irregulares, sin guardavías y con una neblina que aparece sin aviso— son conocidas por los habitantes, pero no estaban acostumbradas a describir una tragedia de esta magnitud.
Ahora, varias casas permanecen iluminadas día y noche. Playapamba, Mindina y otras comunidades caminan entre velorios simultáneos. Otras familias velan a sus familiares en Ambato.
En cada uno, las flores, los rezos en español y quechua, y las manos que se juntan para recibir a los visitantes cuentan una misma historia: el dolor de un pueblo que vio partir a sus familiares en un bus que debía cumplir una rutina conocida, pero que nunca llegó.
Según el reporte preliminar de las autoridades, el siniestro dejó 22 fallecidos y más de 40 heridos.
Equipos de rescate de Bolívar, Tungurahua y Chimborazo trabajaron durante horas para recuperar cuerpos y evacuar a los sobrevivientes por caminos complicados y con neblina persistente.
El Servicio de Investigación de Accidentes de Tránsito (SIAT) de la Policía Nacional realiza las pericias correspondientes.
Según Daniel Morales, jefe del SIAT Tungurahua, el bus salió del terminal con más de 70 pasajeros, algo que debía haber sido impedido y que es la posible causa del siniestro de tránsito.
El chofer del bus falleció en el lugar, algo igual que su esposa e hijo.
La Fiscalía, por su parte, abrió una investigación previa para determinar responsabilidades.
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