Un ecuatoriano brilla en el barrio más caro de Madrid
Roberto Orquera logró vencer sus miedos e instaló un salón de limpiabotas en Salamanca, un barrio exclusivo de Madrid. Ahora está por inaugurar su segundo local.

El ecuatoriano Roberto Orquera, dueño de un salón de limpieza de zapatos en la lujosa zona de Salamanca, en Madrid.
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Soraya Constante
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MADRID. Una canción de vallenato sale del sótano del local, la melodía anima a uno de los empleados, un colombiano que se ocupa de las reparaciones del calzado que les confían los clientes de alto nivel. Junto a él trabaja otro migrante, un paraguayo, que se ocupa de la limpieza del calzado fino. Ambos trabajan para el ecuatoriano Roberto Orquera, cuyo apellido da nombre a esta zapatería de lujo que se presenta como salón de limpiabotas, y está en el barrio de Salamanca, donde comparte con marcas internacionales de alta gama, como Gucci, Louis Vuitton, Prada, Chanel y Hermès, una zona por donde se pasean las grandes fortunas de Madrid y donde viven personas que tienen una renta media de 40.000 euros brutos al año.
Este migrante de 47 años dejó el barrio quiteño de La Tola hace más de 25 años y en Madrid, cansado de tener trabajos de tres o cinco días, como albañil o mensajero, se puso a lustrar zapatos en una esquina del centro de la ciudad. Averiguó donde le podían hacer una caja de madera y compró todo lo demás en una tienda china, de esas de todo a 100 pesetas, porque era el tiempo de las pesetas.
“Un día que me fui a caminar sin rumbo, sin conocer nada, y llegué al centro de Madrid, a Sol, y vi a un señor limpiando zapatos. Me acordé de mi mamá que tenía la costumbre de hacernos lustrar los zapatos a mí y a mis hermanos cuando salíamos a la calle y me hice limpiar los zapatos. El señor era muy mayor y casi no tenía ganas. Y pensé ‘esto seguro que yo lo hago mejor’”, cuenta Roberto.
Era el mes de junio cuando empezó a probar suerte de nueve de la mañana a nueve de la noche, a espaldas de su mujer porque tenía vergüenza. Se paraba en la Plaza España, esquina con la calle Princesa, con su cajón y una silla plegable. “Había unas cabinas telefónicas y yo hacía como que estaba ahí esperando, y les ofrecía el servicio a los que pasaban por mi lado”, recuerda.
Mantuvo ese trabajo a pie de calle durante dos años, hasta que obtuvo los papeles de residencia y pudo colocarse como mensajero. Pero tras cuatro años y tres accidentes de moto decidió renunciar, y volvió a pensar en el oficio de limpiabotas. Para entonces ya conocía mejor la ciudad y decidió buscar clientes en el barrio de Salamanca.
Tocando muchas puertas, muchas veces, consiguió trabajar dentro de algunos hoteles y establecimientos de lujo, y por consejo de un cliente se hizo con un ‘corner’ dentro del centro comercial Jardín de Serrano, que estaba repleto de museos, galerías de arte y tiendas de marca. Su mobiliario eran dos sillas de jardinería que colocaba cada día sobre un altillo de madera que encargó a una carpintería, y contaba con la ayuda de un migrante boliviano, su primer empleado.
Las fotos de esos inicios están colgadas en la pared de otro salón que el ecuatoriano está por inaugurar, también en el barrio de alto poder adquisitivo, donde sus clientes se gastarán entre 60 y 100 euros. A diferencia del local donde suena vallenato, aquí se escucha el jazz moderno que sale de un reproductor vintage de vinilos. Hay mucho mimo en este espacio de 15 metros cuadrados, muebles hechos a medida y donde quiera que se posa la mirada hay piel, hasta la pequeña nevera del lugar está forrada de cuero.

Cuando echa la mirada hacia atrás, Roberto reconoce que para hacerse un hueco en el barrio pudiente de Madrid tuvo que lidiar con la discriminación. “Fue difícil ser inmigrante, ser latino, en un barrio de gente de un poder adquisitivo muy alto. Yo era un chico de 20 y tantos añitos, jovencito y meterme en este núcleo fue difícil. Mucho racismo”, lamenta. No quiere dar mucho peso a esto, no han sido todos, pero recuerda que alguna vez le han hecho saber que no pertenece a este país. “Me han dicho ‘te voy a poner en un avión’, ‘te voy a mandar a tu puto país’, no sé qué, no sé cuánto”, recuerda.
Pero en contraparte, muchos han sido los que han confiado en él, y es que en un momento Orquera llegó a ser marca de zapatos hechos a mano. Entre sus clientes se cuentan a futbolistas del Real Madrid, ni más ni menos. “No puedo dar nombres por temas de confidencialidad, pero por mi zapatería pasó uno que luego fue a recoger un balón de oro”, cuenta. Esa parte del negocio, sin embargo, se resintió tras su divorcio.
Roberto ha llevado su negocio a otro nivel y ha llegado a visitar zapaterías de lujo en Italia para conocer cómo cuidar los zapatos. “Yo llamaba a los números que me daban las dependientas de tiendas de lujo y como soy un cabezota no paraba hasta conseguir que me atendieran”, cuenta. Esa osadía le convirtió en el limpiabotas que dejó atrás el betún barato y el cajón de madera, y llegó al barrio más caro de Madrid.
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