Recetas a medias y largas esperas: así viven los pacientes de los hospitales públicos en Guayaquil
Los hospitales Teodoro Maldonado y el de Monte Sinaí, en Guayaquil, sufren una crisis de desabastecimiento de medicinas, con decenas de medicamentos con stock cero. PRIMICIAS recogió testimonios de los pacientes que sufren por la falta de medicamentos.

Interiores del Hospital Teodoro Maldonado Carbo, del IESS, en Guayaquil.
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PRIMICIAS
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“Al paciente lo cargan de Herodes a Pilatos para que se haga un examen en un lado, busque la medicina en otro y vuelva después para que lo atiendan”, dice un jubilado del IESS que padece diabetes e hipertensión. Su frase, cargada de cansancio y resignación, resume lo que cientos de pacientes experimentan a diario en los hospitales públicos de Guayaquil: la dificultad de conseguir medicinas y la fragmentación de un sistema que no logra responder a tiempo.
Un recorrido por el Hospital Teodoro Maldonado Carbo, del IESS, y por el Hospital Monte Sinaí, del Ministerio de Salud Pública, evidencia cómo los usuarios enfrentan el persistente desabastecimiento de medicamentos.
Las cifras lo corroboran. Según un análisis realizado por PRIMICIAS sobre los datos de abastecimiento de medicamentos en los hospitales públicos, esos dos centros tienen los peores niveles de abastecimiento de Guayas, a pesar de que son hospitales nivel III, que incluso acogen pacientes de otras provincias.
La situación más crítica está en los hospitales del Ministerio de Salud, especialmente en el Monte Sinaí, aunque el Teodoro Maldonado Carbo es el más desabastecido del IESS.
Faltan medicinas y los pacientes deben comprarlas fuera
Las cifras sobre el desabastecimiento son alarmantes y las consecuencias se sienten directamente en los pacientes que deben gastar de su bolsillo para continuar sus tratamientos.
“El 80% de los medicamentos te dan dentro del hospital, pero hay recetas que te dicen: esto no tenemos, tiene que conseguirlo afuera. Igual pasa con los exámenes”, comenta una usuaria de Monte Sinaí, mientras sostiene una bolsa con medicinas compradas en una farmacia del barrio.
Otros pacientes relatan que los médicos intentan ayudarlos dentro de sus posibilidades, pero la falta de medicinas los obliga a improvisar. “A veces el doctor te dice que cambies el tratamiento o que compres solo una parte del medicamento para no dejarlo del todo. Pero eso no debería pasar. Uno viene aquí porque no puede pagar una clínica privada”, dice un hombre que espera turno en el área de consulta externa. “A veces hay, pero no lo que necesito”.
En el Hospital Monte Sinaí, hay 155 medicamentos que no tienen stock en ninguna de sus variedades, presentaciones y concentraciones. Entre ellos están la insulina humana NPH de acción intermedia, la enoxaparina (anticoagulante), el salbutamol (para crisis asmáticas y EPOC) o la ceftriaxona (un antibiótico de amplio espectro).
Un jubilado que padece diabetes e hipertensión cuenta que su rutina médica se ha convertido en un recorrido agotador por distintas unidades del IESS. “Yo tenía que valerme de otra persona, que vea en qué dispensario hay la insulina. Pero eso era bien tortuoso: a veces decían que no hay, que hay que esperar, y pasaban varios meses. Entonces tocaba comprarla en farmacia”, explica en las afueras del Hospital Teodoro Maldonado Carbo.
El hombre toma, para tratar su hipertensión, amlodipino de 10 mg, pero solo encuentra de 5 mg. También busca sin éxito simvastatina (colesterol), losartán (presión alta), metformina (glucosa) y levotiroxina (hipotiroidismo). “Uno como jubilado debería tener ese beneficio, pero ahora toca rebuscarse”, dice con frustración.
El paciente explica que la escasez no solo afecta su tratamiento, sino su salud emocional:
“Uno se desespera porque sabe que la presión o el azúcar no esperan. Si no tomas tus medicinas, te complicas, y eso es lo que pasa con muchos jubilados”.
En el Teodoro Maldonado Carbo, hay 112 medicamentos sin stock en todas de sus presentaciones, concentraciones y variedades. Ahí tampoco hay enoxaparina (anticoagulante), insulina de acción rápida ni de acción intermedia, morfina (para el tratamiento del dolor, sobre todo en pacientes con cáncer), ni prednisolona (corticoide antiinflamatorio).
Otro paciente, diagnosticado con insuficiencia renal crónica, enfrenta un panorama aún más complejo. Su tratamiento depende de medicinas que no siempre están disponibles ni en hospitales ni en las clínicas privadas contratadas por el IESS.
“Tenemos que comprar medicinas como el complejo B, hierro, eritropoyetina (anemia e insuficiencia renal), heparina (anticoagulante) y losartán (presión alta). Sin esas medicinas no podemos seguir con una vida saludable. La diálisis sin el complemento no sirve”, relata.
Gasta cerca de USD 100 mensuales en medicinas que debería recibir del sistema público. “Y eso sin contar el transporte ni la alimentación especial que debemos tener. Es muy duro”, agrega.
Ambos coinciden en que los retrasos agravan su condición. “Las citas médicas son un juego de suerte. Si tienes padrino, te agendan rápido; si no, esperas seis u ocho meses. Y si no tomas tus medicinas mientras tanto, te mueres esperando”, sentencia el paciente renal.
Entre la espera y el miedo
El Hospital Teodoro Maldonado Carbo es uno de los principales recintos del IESS en el país, que atiende a pacientes de alta complejidad, incluido oncología, cirugía, cuidados críticos. En sus instalaciones también se han denunciado otras carencias, como la falta de agua y de kits de aseo para los pacientes, los cuales suelen ser costeados por los familiares.
En tanto, el Hospital Monte Sinaí, situado en el noroeste de la ciudad, opera en un entorno marcado por la violencia. Ubicado en Nueva Prosperina (una de las zonas más conflictivas del país), el acceso al recinto es restringido: bajo custodia militar, solo pueden ingresar los pacientes con cita y un acompañante, mientras que el resto debe esperar en las inmediaciones.
“Por si no fuera poco la corrupción y la mala atención, la violencia también es terrible. Uno viene enfermo y con miedo, porque aquí se escucha de balaceras a cada rato”, comenta una usuaria que acude al hospital con regularidad.
En los pasillos, las conversaciones se repiten. Algunos esperan su turno, otros una receta completa. Todos coinciden en que la espera no solo es larga, sino constante.
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