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Ecuavóley: la herencia que se juega en cada barrio del Ecuador

La final de la Copa Canela del 7 de diciembre marcó un cierre histórico para el ecuavóley, mientras que en enero la Liga Nacional estrenará nueva serie y su salto definitivo al profesionalismo.

Equipos del Campeonato Copa Canela durante uno de los encuentros.

Equipos del Campeonato Copa Canela durante uno de los encuentros.

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Cortesía

Autor:

Redacción Primicias

Actualizada:

11 dic 2025 - 15:50

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En un momento en que el país discute identidad, pertenencia y memoria colectiva, el ecuavóley vuelve a aparecer como prueba viva de lo que se juega en las calles: un deporte que no nació en estadios, sino en veredas con polvo y gradas improvisadas, y que hoy sigue convocando multitudes sin necesidad de reflectores ni federaciones. En Ecuador, no hace falta televisión para llenar una cancha: basta una red templada y tres nombres que el barrio conoce desde siempre. 

En las canchas de cemento, tierra o césped donde Quito respira barrio, el ecuavóley no es solo un deporte: es un ritual heredado, una identidad que se salta y se grita. Cada fin de semana, decenas de familias, vecinos y jugadores se reúnen alrededor de una red templada para ver un espectáculo tan frenético como íntimo: un juego creado en Ecuador, moldeado por generaciones y sostenido por una pasión que no conoce categorías sociales. 

Para Braulio Jiménez, conocido como 'El Mago', la historia empieza en casa. “A mí me apasiona bastante el ecuavóley porque ha estado presente en mi vida desde siempre. Es algo que uno vive en las canchas; pasa de padre a hijo. Por eso digo que el ecuavóley es tradición”, explica. Su voz recoge un sentimiento que miles conocen: no se aprende en academias, sino entre tíos, abuelos y vecinos que enseñan “mirando, jugando y repitiendo”. 

Quito conserva escenarios que ya son parte del imaginario popular. Chimbacalle, considerada por muchos la cuna del ecuavóley capitalino; La Japón, en el parque La Carolina, donde se mezclan jugadores del norte, del sur y de provincias; y La Ajaví, en el sur, epicentro diario de partidos fuertes que mueven multitudes. En estas canchas, el público se coloca a un metro del jugador: observa cada error, cada virtud, cada gesto de garra. La cancha se vuelve un ring sin distancia. 

Esa cercanía es parte del magnetismo del deporte. Dilan Mosquera, aficionado, lo resume así: “El sentimiento del vóley es inexplicable. La gente está a un metro de ti. Ven tus errores, tus virtudes, tu actitud, tu garra. Nadie disfruta jugar sin público. Nunca se juega solo. Nunca, nunca”. 

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Así luce el escenario deportivo previo a uno de los encuentros de ecuavóley del Campeonato Copa Canela.Cortesía

Un deporte que nació en la Sierra y conquistó el país   

Aunque su origen es de la Sierra, el ecuavóley se expandió de forma natural a cada rincón del Ecuador. No hay pueblo sin cancha, ni barrio sin historia. La práctica se arraigó, en parte, porque “lo jugaban los choferes de bus y taxi”, recuerda Mosquera. Ellos fueron responsables de llevarlo por barrios, parroquias y ciudades hasta convertirlo en una actividad social indispensable. 

Con el tiempo, las canchas comenzaron a dividirse por niveles, especialidades y zonas. Entre los torneos más fuertes destacan el Interbarrial, el Interparroquial y, sobre todo, la Copa Canela, el máximo escenario competitivo del país. 

En el coliseo Julio César Hidalgo, entre septiembre y diciembre, se enfrentan los mejores voladores, colocadores y gancheros del Ecuador, convirtiendo el torneo en un evento que llena gradas y mueve apuestas, orgullo y talento. Este 2025, ese torneo dio un salto inédito: su gran final se jugó el domingo 7 de diciembre en el Movistar Academy Magariños, en Madrid, donde los equipos INVIN y FADHELEC disputaron el título en una final que lleva el ecuavóley del barrio quiteño a una vitrina internacional.  

El latido emocional del ecuavóley: el heredero que no ganó   

La herencia del ecuavóley no siempre se escribe con medallas. A veces se escribe con nostalgia, con orgullo y con heridas que todavía arden. La historia de Josué Salas Valenzuela, más conocido como 'Tutú', es un recordatorio de la fuerza emocional que sostiene a este deporte. 

“El ecuavóley, para mí, no solo fue un deporte: era alma, vida y corazón. Yo soñaba, lloraba, vivía alegre por el vóley”, recuerda. Su hermano, Richard Salas Valenzuela, 'Papaicho', fue considerado el mejor jugador de San Antonio. Crecer a su lado fue crecer con una vara alta y un sueño enorme. 

“Desde los ocho años acompañaba a mi ñaño a los partidos. Él me hacía jugar. Yo ya vivía con esa presión de mejorar, de ser como él. Para mí, él siempre fue el número uno”. 

En 2019, Josué sintió que estaba alcanzando ese legado: jugaba mejor que nunca, colocaba con técnica impecable y, en su parroquia, “nadie le ganaba”. Pero la pandemia frenó ese ascenso. “Si no hubiese existido el Covid-19, yo habría sido una gran estrella. Me quedé ahí, soy un heredero que no ganó”, dice con honestidad. 

Pese a la frustración, su amor por el ecuavóley sigue intacto: “Más allá del dinero, siempre ha sido el orgullo. No me gusta solo jugar: me gusta ganar, representar a mi parroquia. Ese fuego no se apaga”. 

Historias como la de Tutú muestran que el ecuavóley no solo forma jugadores; forma identidades.   

De juego barrial a sueño profesional   

Ahora también existe una Liga Nacional de Ecuavóley (LNE). La LNE es la primera liga profesional del deporte nacional —nacida oficialmente el 29 de mayo de 2025— con 16 equipos participantes, sedes en al menos 14 ciudades del país y un calendario estructurado que reemplaza los torneos esporádicos de barrio.  

Los clubes representan diferentes rincones del país: desde Guayaquil hasta Machala, Loja, Quito, entre otras, lo que permite que el ecuavóley deje de ser solo local y se convierta en una competencia nacional.  

La primera edición de la LNE se desarrolló entre junio y agosto de 2025, con partidos repartidos en múltiples sedes del país. 

Para enero se anuncia el lanzamiento de una nueva serie de la liga —una especie de nuevo ciclo o temporada— que reaviva la esperanza de consolidar el salto profesional del ecuavóley, con nuevos partidos, más cobertura y el objetivo de institucionalizar definitivamente este deporte que nació en las calles. 

La ambición también nace en los barrios. Sebastián Betancourt, representante de Calacalí en los Interparroquiales 2024–2025, recuerda sus inicios improvisados: “Templábamos la red entre dos ventanas y jugábamos desde los 10 años. Ahí empezó todo”. Ese mismo juego fue su puerta a competir con los mejores del país. 

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Integrantes del equipo de ecuavóley de Calacalí.Cortesía

Una herencia que sigue viva   

El ecuavóley crece, evoluciona, se profesionaliza y viaja. En redes sociales ha despertado interés internacional; en comunidades migrantes se juega con nostalgia; en barrios del país sigue levantando polvo y pasiones. 

Pero su esencia permanece intacta: una red templada, tres jugadores, un público a un metro de distancia y un corazón latiendo fuerte al otro lado de la línea. En Ecuador, el ecuavóley no solo se juega. Se hereda. Se vive. Se siente.   

 * Escrito por Anahí Muñoz, estudiante de periodismo de la USFQ

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