Ecuador ganó y la hinchada gozó: así fue la fiesta tricolor en el frío de New Jersey
La selección ecuatoriana venció 2–0 a Nueva Zelanda en New Jersey, en un partido donde la hinchada migrante terminó siendo tan protagonista como los goles.

Hinchas de Ecuador en New Jersey, antes del partido ante Nueva Zelanda, el 18 de noviembre de 2025.
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Selene Cevallos
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DESDE NEW JERSEY.
El himno nacional del Ecuador fue el verdadero inicio del partido, más que el pitazo del árbitro. Cuando empezó a sonar, un segundo antes de que apareciera en las pantallas la primera bandera tricolor, la multitud se enderezó como si hubiese recibido una señal interna.
Lo cantaron fuerte, algunos con la voz quebrada, otros con seguridad militar. En un estadio que aún tenía asientos vacíos, el himno hizo lo que suele hacer en la diáspora: completar los huecos.
Antes de eso, el parqueadero había sido otra escena: mesas improvisadas, parrillas encendidas desde temprano y grupos que discutían alineaciones mientras los niños jugaban a ser delanteros con camisetas que les quedaban grandes.

Pero ese capítulo ya se había cerrado cuando la gente tomó asiento. Adentro, la atención estaba puesta en cada detalle que ayudara a sentirse cerca del país.
Uno de esos momentos llegó sin avisar. En la pantalla gigante apareció Michael Morales junto a su madre, ambos con bufandas tricolores, saludando a la cámara. El estadio reaccionó con un rugido breve, una mezcla de orgullo y reconocimiento.
“Él nos representa”, dijo Luis, ecuatoriano que vive en Newark y que había llegado solo porque sus amigos prefirieron no ir por temor a las redadas recientes. “Pero aquí estamos igual”, añadió, con una convicción más práctica que heroica.
En uno de los pasillos, Cecilia, de Machala, ajustaba la bufanda de su hijo mientras revisaba su celular. “Yo solo vine a que él vea a la Tri. Los partidos de Ecuador en Estados Unidos valen por dos: por fútbol y por nostalgia”, dijo. El niño asentía con la impaciencia de quien solo quiere que empiece a rodar la pelota.
El primer tiempo avanzó sin goles. Ningún sobresalto, apenas algunos desbordes que levantaron a la gente por inercia. “Está parejo, pero no está feo”, analizó Marco, riobambeño que vino desde Connecticut. Las gradas seguían llenándose, como suele ocurrir en estos amistosos migrantes donde muchos entran tarde sin sentir que se han perdido algo.
El descanso trajo un giro inesperado. Un grupo de tecnocumbia subió al escenario improvisado del entretiempo y, en cuestión de segundos, el estadio cambió de temperatura. No porque subiera -que no subió- sino porque las primeras notas funcionaron como un recordatorio colectivo.
La hinchada, que minutos antes estaba encogida por inercia, entró literalmente en calor. La gente se puso de pie, bailó, grabó y agitó las banderas con un ánimo que el marcador todavía no les daba.
“Esto es lo que nos falta cuando jugamos afuera”, dijo Martha, una lojana que vino desde Queens. “A veces no ganamos en goles, pero ganamos en ambiente”.
El segundo tiempo empezó con otro ritmo, como si la cumbia hubiese despejado la modorra del 0–0. Y el premio llegó rápido: al minuto 48, Nilson Ángulo empujó la pelota al fondo de la red tras una jugada que sorprendió incluso a quienes estaban mirando el teléfono. El grito fue instantáneo, sincero, desordenado. Las tribunas vibraron por fin con un motivo futbolero y no solo emocional.
“De eso hablaba”, gritó Fabián, de Ambato, que abrazó a su sobrino con un entusiasmo. Para muchos, ese gol justificó todo: el viaje, el frío previo, las filas, la espera. Era un gol que sonaba distinto en esta geografía.
Después del gol, el partido osciló entre intentos, interrupciones y murmullos. Ecuador tuvo un tiro libre que se estrelló en el palo, de esos que dejan al estadio con un “uuuuy” largo, sostenido. Luego vino una jugada en el área que la grada vio clarísima como penal: el árbitro dejó seguir y el “¡pe-naaal!” tronó en coro, mezclado con reclamos en tono más subido.
Más tarde, un tiro de esquina llegó servido al área y el delantero la mandó afuera. “Ni en la liga del barrio se perdona eso, ñaño”, soltó un aficionado. La hinchada respondía en oleadas: cánticos que se encendían y se apagaban, cámaras listas para grabar cualquier jugada que pareciera promesa. La comunidad ecuatoriana, más que pendiente del ranking FIFA, parecía sostener un ritual.
El cierre trajo otro grito. Casi al final del encuentro, Leonardo Campana empujó el 2–0 con un remate oportuno. Las banderas se sacudieron otra vez, ahora con la alegría más simple del fútbol bien resuelto.
El pitazo final confirmó la victoria y liberó un murmullo de satisfacción. Un marcador a favor, un himno cantado con fuerza, tecnocumbia para entrar en calor y dos goles para celebrar. “Para esto venimos”, dijo Fabian mientras guardaba su bandera. Las gradas se iban vaciando despacio, como si la gente quisiera exprimir unos segundos más de conexión con el país que dejaron atrás.
Novedades
- En un estadio que arrancó con espacios vacíos, un ecuatoriano atribuyó la ausencia a las redadas migratorias: “De cinco que íbamos a venir, solo llegamos dos. Ese miedo ahorita es lo más comentado en el vecindario”.
- Las banderas de la Tri oscilaban entre los USD 10 y 12, mientras las camisetas de la Selección entre USD 25 y 40.
- La temperatura bajó a un grado centígrado, cuando terminó el partido.
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