La primera referencia a la quema de un monigote en Ecuador incluye un cortejo fúnebre con enmascarados
El historiador guayaquileño Ángel Emilio Hidalgo rastreó las primeras referencias documentadas sobre la tradición de la quema de monigotes hasta el Guayaquil de finales del siglo XIX, cuando enmascarados quemaban "fantoches" en un cortejo falsamente fúnebre, entre festivo y ritual.

Una representación creada con Inteligencia Artificial de cómo habría sido la quema de monigotes de año viejo, con personas enmascaradas, en el Guayaquil de finales del siglo XIX.
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La quema del muñeco de año viejo, uno de los rituales más arraigados de la cultura ecuatoriana para despedir el año, tiene un origen que entrelaza ritos prehispánicos, influencias coloniales españolas y episodios históricos de mofa política.
La tradición parece ser el resultado de un largo proceso de mestizaje cultural. Pero el historiador guayaquileño Ángel Emilio Hidalgo rastreó las primeras referencias documentadas sobre la quema de monigotes hasta el Guayaquil de finales del siglo XIX.
¿Cuál es el origen de la quema del muñeco de año viejo? Hidalgo, coautor del libro Los Años Viejos (2007) de la Flacso, rastreó las primeras referencias documentadas sobre esta costumbre en fuentes primarias del siglo XIX.
De acuerdo con sus hallazgos, la alusión más antigua sobre cómo despedían los guayaquileños el Año Viejo data de 1897 y se encuentra en el diario de viaje del naturalista italiano Enrico Festa, testigo directo de las celebraciones de fin de año en Guayaquil.
En su obra ‘En el Darién y el Ecuador. Diario de viaje de un naturalista’, Festa describe cómo la noche del 31 de diciembre de 1897 las calles guayaquileñas se llenaban de “gente del pueblo alegre y ruidosa”, que participaba en un singular cortejo.
Según el relato, grupos de personas enmascaradas cargaban un muñeco -al que denomina “fantoche”- que representaba al año que terminaba, elaborado artesanalmente con viruta, aserrín, paja, madera y ropa vieja. Este desfile "grotesco" parodiaba a un funeral, escribió.
A la medianoche, el cambio de año era celebrado con la quema del fantoche, con disparos de petardos, salvas y repique de campanas, en un ambiente de estruendo colectivo, según el relato del libro.

Una quema ritual pese al Incendio Grande
Hidalgo subraya la importancia de este testimonio, ya que se produjo apenas un año después del Gran Incendio de 1896, que destruyó la ciudad. “El relato demuestra la obstinación de los guayaquileños por mantener su ritual de fuego, pese al trauma reciente que los incendios representaban", explica.
El cronista italiano también deja constancia de que, en aquel entonces, la quema de los años viejos era una práctica propia de los sectores populares, reforzando su carácter de expresión colectiva desde los márgenes sociales.
Hidalgo considera que la tradición no es estrictamente republicana. Artículos periodísticos locales de finales del siglo XIX ya hablaban de la quema del año viejo como una “inveterada costumbre” en la ciudad, lo que sugiere un origen anterior, posiblemente colonial.
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En ese contexto, el historiador señala influencias directas de tradiciones españolas, como las Fallas de Valencia (España), monumentos satíricos y efímeros elaborados con cartón y madera que se queman cada marzo para criticar hechos sociales y políticos.
Esta lógica de la sátira pública y del fuego como cierre simbólico de un ciclo habría sido adaptada y resignificada con elementos locales -los muñecos de los años viejo habrían sido introducidos por españoles valencianos y andaluces en Ecuador-.

La mofa política con raíces antiguas
La dimensión política de los años viejos también tiene raíces profundas. Un episodio ocurrido en 1871, durante el gobierno de Gabriel García Moreno, evidencia el carácter subversivo que ya tenía esta tradición, refiere el historiador
Según el cronista Rodrigo Chávez González, conocido como “Rodrigo de Triana”, las autoridades impusieron ese año un toque de queda en Guayaquil por temor a levantamientos liberales durante las festividades.
Un grupo de jóvenes solicitó permiso para quemar un muñeco, pero al advertir que este guardaba un parecido con el presidente, el intendente ordenó destruirlo y encarcelar a los responsables por 48 horas. Este episodio fue recogido en una crónica de Chávez González titulada “El Año Nuevo de doña Mariquita en los tiempos del garcianismo” (El Universo, 1961).
Para Hidalgo, este hecho confirma que, desde hace más de un siglo, los años viejos han funcionado como herramientas de sátira y crítica social, capaces de incomodar al poder político.

¿Guayaquil como epicentro de la tradición?
Si bien en la Sierra existían rituales prehispánicos de quema vinculados al solsticio de junio y a las fiestas de San Juan, Hidalgo aclara que no hay registros de la quema de años viejos en Quito o Cuenca durante el siglo XIX. Por ello, sostiene que la tradición, tal como se la conoce hoy, nació probablemente en Guayaquil, aunque no descarta que se haya desarrollado en paralelo en territorios de la antigua Audiencia de Quito, lo que explica su presencia en Colombia y en partes del Perú.
Con el paso del tiempo, la quema del año viejo incorporó nuevos elementos, como las viudas, cuyos primeros registros aparecen a mitad del siglo XX -anota-, y los testamentos, piezas satíricas en las que el muñeco “hereda” críticas y verdades incómodas a familiares o personajes públicos.
Hipótesis y episodios que refuerzan la tradición de la quema del año viejo en Guayaquil:
- Una hipótesis más antigua aparece en las Crónicas del Guayaquil Antiguo (1930), del historiador Modesto Chávez Franco, quien vincula los años viejos con la llamada “quema del judío”, un ritual inquisitorial simbólico introducido por misioneros españoles durante la Colonia. En Semana Santa, se elaboraban muñecos grotescos rellenos de paja, viruta y pólvora, que eran colgados en plazas y quemados por la noche, en una representación del castigo a Judas Iscariote. Estos actos incluían figuras llamadas “diáblicos”, otros muñecos ensartados en varas largas, con los que los jóvenes corrían por las plazas y, en ocasiones, provocaban principios de incendios en los techos de paja.
- Otro factor clave en la consolidación de la quema de monigotes pudo haber sido la epidemia de fiebre amarilla, en especial el brote devastador de 1842 en Guayaquil. Por orden de las autoridades, las carretas de aseo recogían colchones, sábanas y ropa de los fallecidos para incinerarlos en los extramuros de la ciudad, con el fin de evitar nuevos contagios. Hidalgo considera que, aunque no puede afirmarse de manera concluyente, esta práctica pudo haber reforzado el simbolismo del fuego como mecanismo de purificación colectiva, facilitando su posterior resignificación en un ritual festivo de cierre y renovación del año.
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