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De la Vida Real

Instrucciones para curar un trauma de circo

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

07 ago 2022 - 19:00

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Tenía unos ocho años a lo mucho. Recuerdo haber estado en la primera fila cuando pasó un payaso horrible montado sobre un elefante. Entré en shock. El resto de la historia la cuenta mi mamá:

-La Valen, de la primera fila del circo, saltó a la última en dos segundos. Se puso a llorar y me dijo que quería salir de ahí. Le calmé y la convencí de que regresáramos abajo. El siguiente número sucedía dentro de una esfera de metal donde había dos motos dando vueltas. La Valen pegó tales alaridos que nos tocó salir. Nunca más les volvimos a llevar a un circo. Fue un papelón.

Y así fue: el circo para mí era un recuerdo de pavor absoluto, de miedo. Pero en la vida no toca más que ceder ante los hijos. Ahora que soy mamá me encanta ir al circo.

Desde que me subo al auto voy pensando y saboreando la manzana acaramelada que voy a comer. Mis hijos me dicen que no las compre porque luego se enmielan, pero no importa, y ahí estoy yo gritándole al señor que vende comida en unos cajones de madera: 

-Señor, me da cinco manzanas por favor, dos canguiles, tres nachos con queso y dos aguas.

Sale carísimo, pero es una buena inversión, me consuelo.

Antes de que comience la función me entran nervios y esa incertidumbre de cómo nos irá. Deseo que ojalá no haya motos, que ojalá no se caiga ningún acróbata del trapecio, que no se vaya la luz. Siempre sufro, pero es parte del contexto.

El fin de semana pasado decidimos ir al circo. Compramos los boletos con tres días de anticipación.

Pensábamos que podía haber mucha gente porque era la última función del circo sobre hielo y estábamos muy ansiosos. Era la primera vez que veríamos patinar en vivo a los acróbatas.

La función comenzaba a las 17:30, pero debíamos estar diez minutos antes por cuestiones de protocolo. Salimos de la casa a las 15:30. Mi marido es temático de llegar con una hora de antelación.

La Avenida. Amazonas, y las calles de sus alrededores estaban cerradas por la marcha GLBTI. Dejamos el carro en el parqueadero de mi oficina, que queda por el parque La Carolina, y decidimos caminar con la marcha. Mis hijos estaban fascinados viendo tantos colores.

Se sentía mucha alegría y respeto por el otro. Nos encontramos con familias de todo tipo. Todos estábamos felices: se respiraba libertad. Íbamos cantando, riendo, bailando. Fue una algarabía muy bien llevada y organizada.

Luego conversamos con mis hijos, mientras regresábamos a la casa: es increíble cuánta gente estuvo en la marcha, gente que sufre en silencio por la discriminación y el maltrato social al que se enfrenta a diario.

Me gustó mucho porque pudimos evidenciar algo que normalmente no se ve, y que mis hijos aprendan desde ahora a respetar al otro, por distinto que sea.

El Rodri estaba impresionado por el camión gigante que usaron como tarima rodante. La Amalia no dejaba de admirar la moda, los brillos y los colores. El Pacaí estaba furioso porque no llevó la cámara de fotos:

-La próxima vez me dicen a lo que venimos, imagínense las fotazas que hubiera hecho, nos decía cada cinco minutos.

Luego de una hora y media de marcha, canciones y bailes, llegamos al circo. El ambiente de fiesta se sentía y no hay nada mejor que estar felices para entrar directo al espectáculo sobre hielo.

Estaba segura de que no habría animales y rogaba que tampoco hubiera motos dentro de una esfera. Me aseguré de que todos tuviéramos la manzana acaramelada. A los cinco minutos de instalados, el canguil se regó, la manzana de El Rodri se cayó, La Amalia no podía ver nada porque el señor de adelante le tapaba.

Nos perdimos el primer número por problemas de logística al acomodarnos. Pero, superados estos inconvenientes, gozamos del resto del espectáculo.

Fue increíble ver cómo los actores y los acróbatas patinaban con tanta agilidad, ni parecía que estuvieran sobre hielo.

Nunca salieron motos, pero siempre hay algo que hace sufrir en el circo: hubo un número en el que Tarzán y Jane se subían sobre una cuerda que sujetaba un aro. No entiendo cómo no se cayeron sobre los espectadores. Cosas mágicas que solo pasan en el circo.

Lo más chistoso fue el número en el que la Muerte quería llevarse a un chico que veía TikTok. Todo el público cantaba las canciones de tendencia, hasta nos sabíamos las coreografías. Claro, el circo también debe modernizar sus espectáculos, pensé.

El circo, con su magia congelada en el tiempo, me reconcilió con mi pasado y lo disfruté de verdad.

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