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De la Vida Real

Cuando los perros son los protagonistas de dos familias

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

29 ene 2024 - 05:57

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Voy a contar los hechos tal cual son.

Estábamos en la casa de mis papás con mis hijos, tomando cafecito por la tarde, algo que hacemos con bastante frecuencia. En eso le llegó a mi papá un WhatsApp de su amigo Fernando y su cara cambió por completo. Sus ojos se iluminaron y le salió una sonrisa desde lo más profundo de su alma.

"Mira, Catica — le dijo a mi mamá— esta belleza que me quiere regalar Fernando". A mi mamá también se le cambió la cara. Su mirada echaba fuego, tensó la boca y dijo: "Sobre mi cadáver, Paquito. Sobre mi cadáver".

Nosotros, ante esta escena, queríamos ver cuál era el regalo que hizo que mis papás tuvieran estas reacciones tan opuestas. "Deja ver, Pa", le dije.

Me enseñó el teléfono: era la foto de una cachorrita de una belleza descomunal, una perrita de película, de raza grande. Y yo dije: "Ma, por favor, aceptemos". Y ella respondió bravísima: "No y no. Ustedes ya tienen dos perras. Solo sobre mi cadáver vendrá otro perro".

El Rodri, mi hijo de 9 años, que es un ser absolutamente lógico, argumentó: "Abuela, las dos perras que hay son nuestras, no de ustedes". Y mi papá dijo: "Pero compartimos el jardín. Es mucho tres perras. No, más animales".

El cafecito se tornó tenso. Bajamos a mi casa y mi hija Amalia, también de 9 años, no paró de martirizarnos para que aceptáramos la perra. "Reina, pero no nos regalaron a nosotros, sino al abuelo", le dije.

"Ma, no importa. Llámale al señor y dile que aceptamos", insistió la Amalia.

Mi marido, el Wilson, nos advirtió: "Si los abuelos dicen no, es no.  Ellos jamás cambian de opinión, y este no parece rotundo".

Pero yo vi la cara de mi papá, bueno también la de mi mamá, pero entre mi Pa y yo siempre ha existido una complicidad tácita. Nos comunicamos con miradas, con sonrisas. No hace falta que nos digamos nada. Sabía que mi papá sería feliz con esa cachorrita. Él ama a los perros. 

A la mañana siguiente fui a su casa y le dije: "Pa, ¿y si aceptamos la perrita?". Él fue tajante: "No, tu mamá dijo que no. Te ruego que no hablemos más del tema, Valen".

En ese momento le escribí al amigo de mi papá para decirle que nosotros nos haríamos cargo de la perrita. En menos de dos minutos me respondió: "Cuando quieras, ven a verla. La perrita es tuya". Y me envió la ubicación

Cuando la perrita llegue, mis papás la van a amar. O si no, me van a atormentar diciendo que "soy una necia, una testaruda". La verdad, si me daba un poco de pereza pensar en la cantaleta de mis papás, pero el que no arriesga, no gana

Agarré el auto, puse Waze y mi papá, que jamás me llama, me llamó y me dijo: "Tus hijos me dijeron que fuiste a recoger a la perra y que se va a llamar Almendra, pero ese nombre está feísimo".

Al rato me volvió a llamar: "¿Ya vienes, Tinita? Ven rápido que tu mamá todavía no regresa de sus clases de pintura".

Llegué con esa gigantesca belleza de 6 meses de edad. Los dueños me dijeron que se llama Kaia. Creo que a ellos tampoco les gustó el nombre de Almendra. 

Apenas la perrita se bajó del auto ya era un miembro más de la familia y enseguida se hizo amiga de nuestras otras dos perras, Oreo y Guaba.

Mi papá me esperaba sentado en su jardín con un quintal de comida premium, un kit de cepillos y galletas para perros.

La Kaia, aparte de bella, es encantadora y educadita. Mi mamá llegó y todos estábamos a la expectativa de su reacción. Yo estaba nerviosísima (mamá es mamá). Se bajó del auto, miró a ese ser que le movía la cola y advirtió: "Les dije que sobre mi cadáver". Dio tres pasos, regresó a ver, se enterneció ante lo inevitable e impuso las reglas:

  • La perrita es nuestra, pero ustedes limpian las cacas del jardín.
  • Nosotros compramos el alimento, pero solo para esta perra.
  • La perra tiene que vivir afuera. No entrará nunca a nuestra casa.

Las reglas impuestas por mi madre deben haber quedado sobre su cadáver. La Kaia es la reina. Entra a la sala, mi papá le cepilla sobre el sillón y le da galletas de premio sin que ella se las merezca. 

Y mi mamá, sobre su cadáver, con una ternura infinita, le deja hacer lo que quiera a la perrita. Hasta la invita a ver televisión con ellos.

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