Columnista Invitado
¿Qué esperar luego de una transición democrática en Venezuela?
Escritor y académico.
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Guillermo O'Donnell dedicó parte de su trabajo a estudiar las transiciones democráticas latinoamericanas. La región estuvo bajo el dominio de dictaduras militares en varios momentos de su historia. Casi todas compartieron dos características: poca legitimidad frente a sus gobernados; y el énfasis en la coerción por sobre el consenso necesario para afianzar regímenes perdurables. Por esa causa todas sucumbieron ante oleadas democráticas.
La última dictadura argentina fue sanguinaria, pero duró relativamente poco, desde 1976 hasta 1983, siete años. La chilena se extendió un poco más: inició en 1973 y fue superada en 1989. La región andina también vivió autoritarismos castrenses -aunque de orientaciones distintas-. En Perú, el último se extendió desde 1968 hasta las elecciones de 1980. La última dictadura ecuatoriana se sostuvo desde 1972 hasta 1979, siete años. Los casos mencionados presentaban marcadas diferencias entre ellos: ejemplos del cono sur fueron mucho más represivos que los andinos. Pero en lo que concierne a sus procesos de transición democrática, todos tuvieron características comunes.
Los gobiernos civiles no estuvieron libres de problemas. Las ciudadanías no se apropiaron de los espacios democráticos; el voto se convirtió en un acto esporádico de práctica democrática, mientras el resto del tiempo la ciudadanía se hundía en la apatía política. Los nuevos modelos delegativos cayeron en vicios recurrentes: corrupción, exclusión tecnocrática, elitismo, falta de rendición de cuentas. Las disputas entre funciones de estado generaron ambientes conflictivos, en especial en los casos de Perú y Ecuador donde la caída de presidentes y las pugnas de poderes fueron tendencias recurrentes.
La democracia delegativa jamás superó del todo el principio de no dictadura del que hablaba Kenneth Arrow: siempre existirán porciones de la población que no se sientan representadas. En contextos de débil institucionalidad el resultado es la conflictividad y la inestabilidad. La transición democrática es un alumbramiento tardío y doloroso, que en Latinoamérica parece no concluirse del todo.
Pero la región alberga otras formas de autoritarismo, más allá de las dictaduras militares: las tiranías de naturaleza ideológica. Modelos autoritarios más sofisticados a la hora de mantenerse en el poder, respaldados por doctrinas sociales y sólidos relatos de naturaleza moral. Uno de los mejores ejemplos es el gobierno cubano, el cual se ha sostenido en el poder desde 1959. Sesenta y seis años: mucho más tiempo que la suma de los años de las cuatro dictaduras militares mostradas el inicio.
¿Cuál fue el secreto para sostener un pueblo completo bajo un gobierno despótico? Las tiranías ideológicas no se detuvieron en la coerción; construyeron una estructura doctrinaria sólida en torno al relato de una pretendida justicia social. La dirigencia cubana se las arregló para sujetar una población entera bajo los niveles de precariedad más altos del hemisferio, y aun así posicionarse a sí misma como el símbolo inequívoco de lucha frente al fantasma del capitalismo liberal.
El otro gran ejemplo es Venezuela. El socialismo del siglo XXI lleva en el poder en ese país desde 1999 hasta la presente fecha: 26 años. El modelo iniciado por Hugo Chávez y continuado por Nicolás Maduro se valió de las estrategias de la democracia delegativa, para irse tomando paulatinamente todos los espacios de poder, tanto institucionales como civiles, en un proceso similar al que el sindicalista italiano, Antonio Gramsci llamó “guerra de posiciones”. El resultado fue una tiranía de largo aliento, que se acerca peligrosamente al totalitarismo.
Si los procesos de transición fueron difíciles después las dictaduras militares, consolidar un retorno a la democracia desde tiranías ideológicas, como Cuba o Venezuela, conllevará resultados impredecibles.
En este momento Venezuela está a la víspera de un cambio fundamental en su sistema de gobierno. La presencia de fuerzas norteamericanas, por un lado, y la alta legitimidad de líderes de oposición, como María Corina Machado, por el otro, están cercando rápidamente a Nicolás Maduro. Pero la finalización del régimen bolivariano es simplemente el primer paso, y ni siquiera el más importante.
Un potencial gobierno democrático en Venezuela se enfrentará a una economía devastada por años de saqueo de una élite ideológica parasitaria. En aquel contexto, la población exhausta e insatisfecha buscará resultados rápidos, pero al no conseguirlos inmediatamente se darían condiciones para desbordes sociales, que podrían ser aprovechados, de nuevo, por caudillos populistas. La reconstrucción de instituciones políticas liberales tomará mucho tiempo, pero la conflictividad social llegará antes.
Alrededor de ocho millones de personas, casi el 30% de la población, tuvieron que dejar Venezuela. Un éxodo escalofriante. Restaurar la democracia y las instituciones requeriría un nuevo pacto nacional que tome en cuenta a todos los sectores, incluyendo quienes tuvieron que salir de aquella sociedad en ruinas.
La transición democrática venezolana requerirá un esfuerzo mayor al de las transiciones de las dictaduras tradicionales. El esfuerzo no puede ser simplemente nacional, sino regional. Incluyendo a los países que han sido impactados por la influencia y consecuencias de aquella tiranía ideológica, ahora en descomposición.