Columnista invitada
¡Bomba!

Licenciada en periodismo por la Universidad San Francisco y una master en Educación por la Universidad de Cádiz. Trabajó como redactora de noticias en la Agencia EFE y Ecuavisa. Tiene casi 20 años en la docencia.
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"¡Bomba!" fue, según cuentan papá y mamá, la primera palabra que pronuncié. Y no, no fue por un amor especial hacia los globos de fiesta ni nada por el estilo. Mi primera palabra está relacionada con el estallido de un artefacto explosivo en nuestra casa, cuando yo tenía apenas un año y medio de edad. Tal vez antes de ese evento ya había pronunciado otras palabras, pero ninguna de manera tan clara, continua y efusiva como esa.
Fue una noche quiteña del 10 de marzo de 1978 cuando detonó una bomba colocada en el garaje por debajo de las puertas que daban a la calle. La onda expansiva las derribó, dañó dos vehículos que estaban estacionados allí, rompió los vidrios de las casas vecinas y subió por las escaleras que conducían a un patio interior, al que daba la ventana de mi habitación. Los vidrios explotaron y cayeron sobre un grueso toldo que cubría mi cuna, protegiéndome parcialmente de cortes que podían haber sido letales.
Mamá cuenta que, tan pronto como escuchó el estallido, corrió hacia mi cuarto. Con gran dificultad —primero por el humo y luego por los vidrios esparcidos por todas partes—, me tomó en sus brazos y me sacó de allí. Papá no estaba en casa; había viajado a Guayaquil, ya que esa noche se proclamaba la candidatura a la presidencia y vicepresidencia de Jaime Roldós y Osvaldo Hurtado, para las elecciones de ese año. Mis hermanos, que estaban en otra habitación, además del terrible susto, no sufrieron ningún daño físico. De alguna manera, el hecho de que la casa tuviera un patio interno sin techo ayudó a que la onda expansiva se disipara, evitando que el atentado fuera fatal.
Los policías que llegaron al día siguiente para realizar la investigación confirmaron que se trataba de la explosión de una carga de dinamita. Mamá siempre tuvo la duda de si ese objeto había estado dentro de una funda de harina que, esa misma mañana, alguien dejó en nuestra casa de manera anónima como regalo para papá. Esto no era tan extraño, ya que con frecuencia recibíamos en casa todo tipo de obsequios como muestra de cariño y apoyo hacia papá y mamá: desde alimentos y animales como conejos y pollos, hasta otros más exóticos, como un mono que, en cuanto tuvo la oportunidad, escaló la magnolia del patio trasero y escapó, o una llama que papá luego regaló al zoológico de Quito. Mamá cuenta que, al bajar al garaje para ver qué había sucedido, le sorprendió encontrar todo cubierto de harina.
Aunque no conservo un recuerdo consciente de aquel episodio, quizás en mi inconsciente persista algún vestigio del trauma y tal vez un psicólogo podría dar respuesta a esa incógnita. Lo cierto es que crecí escuchando la historia de mi primera palabra. Papá y mamá la relataban como una anécdota graciosa dentro del terrible susto que vivieron. No sé si fue por el impacto del acontecimiento o porque se habló de ello durante mucho tiempo, pero poco después del atentado comencé a gritar a todo pulmón: "¡bomba!".
¿Pero quién podría estar interesado en colocar un artefacto explosivo en mi casa? Por aquellos años, papá había hecho declaraciones públicas en contra de la dictadura militar que gobernaba en Ecuador. Al parecer, sus palabras no cayeron bien entre los aludidos, quienes consideraron necesario darle una lección.
Nunca se sabrá con certeza cuál fue la verdadera intención de los dictadores: tal vez solo pretendían dar un escarmiento, o quizá algo más. En ese momento, ninguno de ellos reconoció su culpa por lo sucedido, la investigación policial fue superficial y los medios de comunicación apenas informaron sobre el incidente. Años después, uno de los dictadores, en una reunión privada, acabaría admitiendo la responsabilidad militar en el atentado.
Por su parte, papá dio una declaración pública en la que de manera frontal y valiente decía: “no lograrán mis enemigos amedrentarme. La dinamita colocada en mi casa solo servirá para alentarme en la lucha que liberaré por el triunfo del pueblo ecuatoriano en la presente contienda electoral”. Y así fue: meses después, el binomio Roldós-Hurtado triunfaría en la primera y segunda vuelta electoral, marcando el inicio de una nueva era democrática que se ha convertido en la más extensa de la historia ecuatoriana.