Tablilla de cera
Extranjero en tu tierra: el Septenario en Cuenca

Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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La acertada campaña promocional del Ministerio de Turismo “No seas extranjero en tu tierra”, en cuyos carteles y videos aparece en letra pequeña aquello de “no seas” y en letra grande, para que se grabe, lo de “extranjero en tu tierra”, viene a la mente de todo aquel que llega a Cuenca por primera vez en la octava de Corpus Christi, conocida como el Septenario.
A pesar de las innumerables visitas a la ciudad y de las igualmente innumerables veces que haya oído de la relevancia de la fiesta, se llevará una grata sorpresa al participar en su celebración.
El parque Calderón, que se llama parque pero no es sino la plaza mayor, y la catedral de la Inmaculada, son el centro de la actividad durante el día y la noche. Los balcones de las casas de estilo francés que rodean el parque, engalanados con telas que convergen en sendos altares con la imagen de la custodia, dan un marco de mayor elegancia al espacio, mientras a sus pies, y en tres lados del rectángulo, cientos de casetas blancas resguardan a las vendedoras (porque la gran mayoría son mujeres) con sus puestos repletos de dulces.
Estos puestos también se colocan a lo largo de la calle Sucre, y se extienden, a ambos lados de la calzada, hasta la Plaza de las Flores frente a la iglesia del Carmen de la Asunción.
Son cientos de casetas que venden millones de dulces artesanales, aunque algunos puestos incorporan también dulcería industrial (e, incluso, algunos confeccionados por proveedores de Quito, como se entera quien averigua a los que surten a los puestos).
Frente a ellos pululan niños como abejas y abejas como niños. Hay puestos que tienen más de cien tipos de dulces distintos. Todos provienen de la tradición colonial, pues eran las monjas de clausura, las conceptas y las carmelitas, quienes confeccionaban estos dulces que adquirieron fama durante la época española.
Las amables vendedoras, muchas de ellas auténticas cholas, tocadas con su sombrero, y arropadas con su saco de lana de vivos colores y su macana, explican con paciencia de qué están hechas esas bolitas verde oscuro (naranjilla), tamarindo (café rojizo), morado (mora) o rosado (fresa), esos mil ladrillos de guayaba, esos envueltos de guayaba con queso, esas cocadas, esos bloques de manjar de leche, esos suspiros, esas quesadillas, esos roscones, esos polvorones, esos alfajores.
Al interesado pronto le dan una canasta y una pinza para que haga su propia selección de dulces y le entregue a la vendedora que los empaca en una funda de papel para el goloso consumidor.
Pero lo grande viene cada noche cuando decenas de miles de personas se congregan en la plaza y sus alrededores.
A las siete se inicia la misa en la catedral, a las ocho sale la procesión con el Santísimo, en unas hermosas andas, rodeadas de incienso, campanillas y canciones, que da la vuelta a la plaza, e ingresa de nuevo al santuario en medio de la solemnidad y la devoción popular.
Cuando ha ingresado la custodia, se encienden los castillos de fuegos de artificio, otra artesanía de larga tradición en Cuenca que se esmera en aparecer colorida, novedosa y estruendosa, para deleite de todos.
Miles de celulares se levantan para fotografiar o grabar aquellas ruedas de luces que giran enloquecidas con sus lenguas de fuego brillante y colorido, o sus cascadas continuas de luces, sus chorros de estrellas rojas y verdes, o los voladores que surcan impensadamente el aire para estallar en lo alto.
Cada castillo encierra sorpresas: unos contagian la chispa de arriba abajo, otros al revés, y recorren en un ritmo frenético, brillante y gozoso, la estructura, de carrizo y papel de seda, que ha estado en el parque desde temprano para que se la contemple, ya que tendrá muy corta vida.
La fiesta, una celebración religiosa y cultural, que en Cuenca solo rivaliza con el Pase del Niño en Navidad, se lleva a cabo durante siete días, de allí su nombre de "Septenario". Este año está en pleno desarrollo desde 19 de junio.
Cuenca es hoy la capital turística del Ecuador. Los fines de semana, sin necesidad de estas fiestas, pululan los visitantes, sobre todo guayaquileños. Un quiteño se llena de sana envidia al ver su centro histórico tan vital y tan bien conservado, y sus hoteles y restaurantes llenos, de los que hoy existe una variedad muy grande, para todo gusto y bolsillo.
Si es así todo el año, se llena aún más de turistas satisfechos en fiestas tan singulares como esta del Septenario; las de noviembre, con la mayor y mejor feria de artesanias de América, organizada por el CIDAP a lo largo de la orilla del Tomebamba, o el Pase del Niño en diciembre.