Tablilla de cera
Rodrigo Borja llega a los 90 años

Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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Una vez, años después de que había sido presidente, desembarcaba con Rodrigo Borja de la clase turista del avión de Iberia que acababa de aterrizar en Barajas, cuando una señora ecuatoriana, que venía en el mismo avión, lo reconoció y se acercó, haciendo aspavientos de cariño, y le pidió tomarse una foto.
La captó su marido, que era alemán. Al alejarse los dos, oí al hombre preguntarle: “¿Y este también robó?”, a lo que la mujer le contestó de inmediato: “¡Qué va! Este es el único que no robó…”
Borja no lo oyó, pero tuve un motivo más de satisfacción y, por qué no, de orgullo de ser su amigo, excolaborador y, en aquella ocasión, de nuevo compañero de viaje y tarea —íbamos al mismo curso, como instructores—.
Esta es solo una expresión entre centenares que he escuchado sobre esa característica impoluta de la personalidad de Borja. Hoy día el expresidente y luminosa figura de nuestra historia cumple 90 años de edad.
Al primero que oí hablar de Rodrigo Borja Cevallos fue a su primo el Colorado Alfonso Calderón Cevallos, a mediados de los sesenta. Habló con admiración y con la certeza —que adjudiqué a normal cariño de pariente—, de que llegaría a ser presidente de la República.
Bastó conocerlo, unos pocos años después, en mis tareas de periodista —cuando, hace ya casi 60 años, empecé a cubrir los temas políticos, después de haber estado asignado a los culturales, en el diario El Tiempo de Quito—, digo que bastó conocerlo en persona para darme cuenta de que estaba ante una ser especial.
Llamaba la atención por la conciencia de su misión, por la convicción que emanaba de sus palabras, pero también porque cuidaba de construir las frases con corrección gramatical, hilación lógica y argumentación inteligente, lo que lo hacía diferente de la mediocridad generalizada de tanto pelafustán metido en política.
Pronto habría de lanzarse, con unas cuantas decenas de profesionales de Quito, a quienes había convencido de uno en uno, a fundar un nuevo partido, la Izquierda Democrática, con una clara ubicación en el espectro político, la socialdemocracia o, como Rodrigo se ufanaba en aclarar, el socialismo democrático.
Nos fuimos haciendo amigos porque llegaba al diario Hoy a dejar él mismo sus boletines de prensa. Y, luego, cuando tuvo más confianza, llegaba sin boletín y nos pedía una máquina de escribir y papel carbón —en ese diario, que ya se hacía solo en computadoras, era la máquina de escribir de la secretaria del director— para redactarlo allí mismo y llevarse unas cuantas copias para los otros medios.
Luego me empezó a invitar a dar charlas sobre la coyuntura económica en los seminarios de formación política que dictaba. Incansable, con una tenacidad a toda prueba, Borja si no era candidato dedicaba todos los fines de semana a dar cursos y seminarios no solo en Quito sino en el país entero.
Y allá íbamos, a Babahoyo, a Quinindé, a Alausí y como dice el refrán: “Viaja con alguien y sabrás si puedes ser su amigo”.
En la campaña electoral de 1984 me pidió formar parte del equipo de debate. Yo hice alguna vez de Febres Cordero, mientras nos grababan Freddy Elhers y Pedro Saad, y puse en el personaje toda la dosis de mala leche que se me ocurrió, pero era difícil rebajarse tanto.
Borja ganó la primera vuelta y perdió la segunda, y desde entonces mantengo un debate con Andrés Vallejo que no acepta mi versión de que Febres Cordero ganó con fraude, un fraude aupado y sostenido por los medios de comunicación de los Isaías.
Borja dio una lección más de fortaleza de espíritu: sin decaer, emprendió de inmediato una gira de agradecimiento por todo el Ecuador. En las concentraciones, levantó el ánimo de la gente y repartió por miles un pequeño folleto con su discurso, que tituló “La lucha continúa”. Como dice el propio Andrés Vallejo “En ese momento comenzó la campaña de 1988”.
Llegada esta, sin que yo fuera militante de la Izquierda Democrática, Borja me ascendió a jefe del debate de la segunda vuelta. Le dije: “Pero esta vez me vas a hacer caso en todo”. Y me contestó: “Te prometo que consideraré seriamente todo lo que me sugieras. Porque si prometo hacerte caso en todo, el candidato serías tú y no yo”.
En ese intercambio está definida mi relación con Rodrigo Borja: cuando no estuve de acuerdo con él, le presenté mis argumentos más sesudos, él los consideró con honestidad intelectual y si de ello se derivaba una discusión, la hacíamos con los mejores argumentos que cada uno podía esgrimir.
El respeto que le guardo nace del respeto intelectual, de que con él siempre se puede disentir y se puede, qué digo, se debe argumentar.
Por cierto, la distinción que me hizo no sirvió para nada, porque la noche en que ganó la primera vuelta de 1988 le dije: “Como jefe del debate de la segunda vuelta te comunico que no hay debate de segunda vuelta”. Todos nos reímos, pero era la conclusión lógica, pues quien había quedado como segundo finalista era Abdalá Bucaram, con quien era imposible sostener un debate racional.
El afecto mutuo, la confianza en su persona y la perspectiva de ayudarle en sus proyectos por el país, hicieron que aceptara cuando, tres días después de haber ganado las elecciones en mayo de 1988, me propuso que formara parte de su equipo de transición. Eso significaba dejar el diario Hoy, un proyecto tan querido, pero el desafío que me planteaba fue muy tentador.
Mi tarea inmediata fue revisar los antecedentes de los candidatos a los principales puestos. Borja me dijo: “Necesitamos 15 personas de primer nivel y total pulcritud, para el gabinete. Y 100 personas más, también de absoluta confianza y pulcritud, para los puestos de gerentes y directores”. No me dijo que tenían que ser de su partido, ni siquiera sus conocidos: quería lo mejor de lo mejor.
Por cierto, la de entonces era una estructura gubernamental mucho más pequeña y eficiente que la de ahora, sin el sobrepeso que ganó con la grasa correísta.
Además, había tiempo: tres meses para la toma de posesión. Febres Cordero, autoritario remordido, no nos brindó información alguna sobre el estado del país y, al contrario, como Alberto Dahik y otros lo confirmarían más tarde, se dedicó a emitir dinero de manera incontrolada para generar inflación y arruinar las cuentas fiscales.
La inflación sería el monstruo principal contra el que habría que luchar los siguientes años. Fue complicado. Y no fue el único escollo a vencer. Pero Borja no me decepcionó ni una sola vez. En las buenas y en las malas, en los cuatro intensos años en que estuve en el Gobierno, muy cerca de él, siempre le vi anteponer los intereses de la patria a los del partido, la familia, los amigos.
La paz interna; el retorno a la democracia después de los cuatro años de atropellos de Febres Cordero; el acuerdo de paz con Alfaro Vive, que dejó las armas; el planteamiento hecho al Perú de un arbitraje papal, que llevó a que por primera vez en la historia un presidente del Perú reconociera que subsistía un conflicto territorial, fueron otros tantos hitos de su gestión presidencial.
Lo fue también culminar, por fin, la Reforma Agraria, pues la solución democrática del primer levantamiento indígena de 1990 fue precisamente acelerar los procesos que estaban detenidos, algunos por décadas, en el Instituto Ecuatoriano de Reforma Agraria y Colonización (Ierac), y llegar a la sentencia en aquellos que habían pasado a juicio. Eso hizo que, para 1991, su Gobierno hubiera entregado un millón y medio de hectáreas a las comunidades indígenas, a lo que se sumó el millón de hectáreas que entregó a las nacionalidades indígenas en la Amazonia.
Aquello no tuvo precedentes en la historia ecuatoriana. Al terminar el Gobierno fueron cerca de 4 millones de hectáreas las entregadas.
Pero hubo más, mucho más, que no es del caso recordar aquí. Aunque a ratos siento que ya nos olvidamos, por ejemplo, del estatus internacional que tuvo el Ecuador con Borja, sus brillantes visitas de Estado a otros países y los mandatarios que vinieron de visita. Fue el primer presidente en 160 años de historia que visitó oficialmente el Perú.
Mas no es un informe sobre su Gobierno lo que deseo hacer aquí, sino recordar a los lectores su figura. Incluso la figura de quien ha cumplido su palabra a rajatabla y que lleva más de 20 años alejado de la política, entregado, con la misma terquedad que antes a las batallas por el poder, a escribir sin pausa, sobre todo su monumental “Enciclopedia de la Política” que, tras ocho ediciones con el Fondo de Cultura Económica, ahora está en Internet.
Este año, por primera vez en mucho tiempo, se volvió a dictar en secundaria la materia de Cívica (Ciudadanía, la llamaron en algunos colegios). Por fin se recordó a los adolescentes pasajes de nuestra historia. Ojalá se prioricen no los escándalos y las crisis, sino las figuras que, como la de Rodrigo Borja, enaltecieron al Ecuador en su paso por el poder.