Tablilla de cera
Entregar territorio al invasor a cambio de paz

Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
Actualizada:
Aunque en los tres años y medio de la guerra iniciada por Rusia al invadir a Ucrania no ha habido nada similar a las reuniones Trump-Putin del viernes en Alaska y Trump-Zelensky-Europa del lunes en Washington, la verdad es que el mundo está donde se comenzó: Putin quiere quedarse con Crimea y ahora, claramente, y así lo dijo Trump, con el Donbás.
Es decir, desea apropiarse de la península ucraniana que invadió en 2014 y de las provincias de Donetsk y Luhansk, que Ucrania ha defendido de manera heroica, metro a metro, donde Rusia, a pesar de haber puesto allí su inmenso poder militar, no ha logrado conquistar sino en parte.
Tras haber provocado la muerte de entre 190 mil y 270 mil soldados rusos (y un número indeterminado de soldados norcoreanos) y de entre 60 mil y 100 mil soldados ucranianos y unos 13 mil civiles, tras haber secuestrado a miles de niños ucranianos y tras haber destruido ciudades, pueblos, fábricas y zonas rurales, Putin no solo que no va a pagar sus crímenes de guerra, por los que tiene orden de captura de la Corte Penal Internacional, sino que aspira a un botín de inmensos territorios que no son suyos.
Lo peor de todo es que ahora Putin cuenta con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, como agente de sus ambiciones.
Después de amenazar durante las últimas semanas a Putin que sufriría graves consecuencias si no aceptaba el cese al fuego, a este criminal de guerra, repudiado por la comunidad internacional, Trump le tendió en Alaska una gran alfombra roja, le aplaudió mientras se le aproximaba y luego estrechó su mano entre las dos suyas, en una muestra de adulación pocas veces vista entre jefes de Estado.
La melosidad continuó invitándole a su limusina presidencial, a pesar de que Putin tenía la suya aparcada allí mismo, en la base conjunta Elmendorf- Richardson.
Tras las tres horas de reunión, quedó claro que Putin no había cedido en lo más mínimo y que, al contrario, había metido a Trump en su bolsillo.
En sus declaraciones, el monarca ruso volvió a insistir en que no habrá paz en Ucrania hasta que no se eliminen las que él llama las “causas fundamentales” de la guerra, un eufemismo para señalar los que ambicionaba con la invasión: robar el territorio de Ucrania, prohibir su ingreso a la OTAN, destituir a Zelensky y sustituirlo con un régimen títere, todo para dejar a Ucrania como presa fácil para que, tarde o temprano, Rusia pueda comérsela de un bocado.
Trump, que en las últimas semanas parecía haber rectificado y entendido mejor la posición de Ucrania y los países europeos, que había dado uno de sus plazos de días para parar la guerra, que amenazó con aranceles muy altos a la India por vender armas a Rusia, tras la reunión de Alaska, giró 180 grados y se sumó a la posición de Putin y, según comunicó a Zelensky por teléfono el mismo viernes, está a favor de un “intercambio” de territorio por paz.
Hay quienes dicen que el viernes en la base conjunta Elmewndorf-Richardson vimos caer el orden mundial.
Las reuniones del lunes trajeron la confirmación de todo esto. El tema del cese al fuego que había sido tan urgente para Trump hasta el viernes, ha pasado ahora a ser un tema que tienen que resolver Zelensky y Putin. Y de lo que se trata ahora es de un acuerdo de paz más amplio, incluido el obsequio de territorio, lo que, obviamente, le da más tiempo a Putin para prolongar la guerra.
En medio de un empalagoso trato (no comparable con el que le brinda su propio gabinete, pero sin duda diseñado para masajear el ego de Trump), los líderes europeos mencionaron con temor la necesidad de volver a la idea del cese del fuego. Fue el canciller alemán, Friedrich Merz, el único que tuvo el coraje de decir que no veía la posibilidad de una tercera reunión sin que se produjera antes un cese al fuego.
Zelensky dejó claro que son condiciones clave la devolución de los niños raptados y un intercambio de prisioneros.
Al menos, Zelensky “sobrevivió”, como dijeron muchos medios estadounidenses, a la cita. Una gran diferencia con lo sucedido en febrero cuando recibió una reprimenda pública, del peor gusto, de parte de Trump y su vicepresidente, el pesado de J. D. Vance, y finalmente fue echado de la Casa Blanca.
Ell lunes Zelensky estuvo de terno, aunque sin corbata, ya que la vez anterior le habían reclamado hasta por su ropa y no se olvidó de agradecer y alabar varias veces a Trump, una persona con trastorno de personalidad narcisista que tiene necesidad constante de admiración y atención.
Putin ha logrado lo que quería: la validación por la primera potencia mundial, los halagos de Trump, que los líderes europeos se trasladen en comandita a Washington para hablar de él, sus planes, su guerra y sus sueños de recuperar el imperio. No se ha movido un centímetro y continúa convencido de que el mayor desastre de la historia es el derrumbe de la Unión Soviética.
Estados Unidos ha dado un paso que no se esperaba de Trump: el compromiso de participar como miembro de la OTAN en las futuras garantías de seguridad para Ucrania, aunque tal compromiso es aún muy vago.
¿Se dará la reunión bilateral entre Putin y Zelensky? ¿La tripartita con Trump? El mundo está pendiente, Por lo demás, Europa no puede hacer segunda voz a Trump si desea defender sus intereses y su seguridad.
Debe oír al presidente de Finlandia, país que tiene su propia complicada historia con Rusia y nada menos que 1.300 km de frontera común, Alexander Stubb, quien dijo que Putin no ha renunciado a su objetivo de ser potencia mundial, dividir a Occidente y apoderarse de Ucrania.