Tablilla de cera
En su corazón estaba escrita la palabra “papa”

Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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El jueves pasado (8 de mayo), y con igual júbilo que millones de televidentes en todo el orbe, vi al cardenal Robert Francis Prevost salir a la “loggia” central de la basílica de San Pedro, con su nuevo nombre de León XIV.
De inmediato pensé en la inconmensurable misión que acababa de aceptar y lo que aquel hombre estaría sintiendo. Quizá algo decía el destello de unas lágrimas en el ángulo de sus ojos, en medio de la serenidad que proyectaba.
Pero también pensé otra cosa: que los cardenales habían sido muy valientes al elegirlo, porque se requiere una visión osada del futuro de la Iglesia para elegir a una persona con ese perfil.
Menor de 70 años. Norteamericano y sudamericano, a la vez. Miembro de una orden religiosa muy antigua y que nunca había tenido un papa. Misionero de años en zonas pobres, y también, lo cual es muy inusual, con experiencia en el manejo universal, como general de los agustinos y como cardenal en la curia romana. Muy cercano a Francisco, pero conciliador y nada radical.
Días después oí al arzobispo de Westminster, cardenal Vincent Nichols, decir, en una entrevista con un canal británico, algo hermoso: “Teníamos que descubrir en cuál corazón Dios había escrito la palabra papa”.
Ya antes, cuando mi mujer me llamó a contar que había humo blanco (yo andaba en la calle haciendo gestiones), me alegré mucho, pero pensé que una elección tan rápida, al cuarto escrutinio, significaba que tal vez era otro el cardenal seleccionado.
Y aunque Prevost era mi candidato, pues su perfil me sedujo (se lo dije a amigos y, por WhatsApp, al director general del portal de noticias GK, que me lo preguntó), temí que una elección en tan solo cuatro rondas pudiera implicar que no fuera él el designado.
Continué en la gestión porque tenía tiempo de regresar a casa, ya que todavía quedaba al menos una hora hasta que se revelara el nombre del elegido. Y llegué a tiempo.
Ahora, allí estaba, en la pantalla con la transmisión impecable de Vatican Media. “Increíble pero cierto. El primer papa estadounidense. El primer peruano. El primer agustino”, me repetía.
Luego supe que León XIV logró más de un centenar de votos entre los 133 cardenales en la cuarta votación, lo que da idea del sentido de unidad que se produjo en este cónclave inesperadamente breve.
Encontré, en declaraciones públicas, que distintos cardenales subrayan la atmósfera espiritual que se apoderó de la Capilla Sixtina el segundo día del cónclave.
"Toda sensación de división desapareció de pronto", relató el arzobispo de Washington Robert McElroy, en una rueda de prensa colectiva en la que participaron siete cardenales electores estadounidenses. "Mirábamos el alma de cada uno, pensando en quién podría ser el próximo vicario de Cristo (...) Robert Prevost es esencialmente un misionero que da su vida por la Iglesia".
¿Se entenderá bien esta elección? De inmediato alguien puso en un chat “Ganó Trump”, suponiendo equivocadamente que al ser estadounidense sería ultraconservador. Hubo que aclararle que no, que Prevost es de la línea progresista.
Me acordé de cuando los cardenales eligieron en 1978 a Juan Pablo II, un papa de "detrás de la Cortina de Hierro”, que de inmediato se interpretó como un desafío al bloque soviético.
Con el autoritarismo expandido en el globo, un autoritarismo comandado por la figura obtusa de Trump, el que se haya elegido a un continuador de Francisco, a alguien que ya se expresó en redes sociales en contra de las políticas migratorias de esa administración, se lo va a ver, pensé y me alegré, como una reafirmación de la posición de la Iglesia opuesta al autoritarismo y al atropello a los derechos humanos.
A la vez, reflexioné, la elección de León XIV va contra las reglas no escritas de no tener un papa proveniente de una potencia mundial. Durante muchos siglos, la Iglesia se cuidó de ello, y fue una de las razones por las que se solía elegir a italianos, y no a franceses, españoles o austríacos, representantes de las potencias en pugna.
Conforme pasan los días más me convenzo de que Prevost era el único estadounidense que podía ser elegido, no solo por sus raíces francesas, italianas y afrocaribeñas (como lo reveló al NY Times un genealogista de Nueva Orleans, Jari Honora) si no por su larga experiencia misionera, de la que carecen los otros cardenales de EE. UU.
Porque además es un políglota, que habla español perfecto, italiano perfecto, buen portugués, inglés por supuesto, y domina el latín (Y no latín de cocina: es un canonista, compañero de aula del Nuncio Apostólico en el Ecuador, Mons. Andrés Carrascosa, en la licenciatura en derecho canónico, y para ello tienen que dominar el latín. Ambos, luego, sacarían el doctorado).
Y, sobre todo, porque es, a la vez, peruano. Oficialmente, ciudadano peruano desde 2015. Pero lo es de corazón desde mucho antes. "Bob es un americano diluido por su larga estancia en Perú", afirmó el arzobispo de Chicago, Blaise Cupich, otro cardenal cercano a Francisco.
Formó parte de la Conferencia Episcopal Latinoamericana y, como cardenal, presidente de la Comisión Pontificia para América Latina. “Es muy latinoamericano y no será para nada de la línea de Trump”, escribí en otro grupo de WhatsApp.
Al contrario, se le opondrá con tino y, si es necesario, con firmeza. El jueves, tras la bendición Urbi et Orbi, se me ocurrió que la reelección de Trump hizo posible la elección de León XIV, porque dio a los cardenales un camino para oponerse a la extrema derecha empoderada por el triunfo de Trump.
No soy el único que cree que la elección de León XIV lleva implícito el rechazo al catolicismo de extrema derecha que profesa una parte de EE. UU.
La reacción de Trump fue inesperadamente cortés. No así las de otras figuras de la ultraderecha católica, como la del exsenador de Pensilvania, Rick Santorum, que dijo tener “muy poco optimismo" sobre el nuevo papa.
Santorum, crítico pertinaz de Francisco —por ejemplo, por su apoyo a las acciones contra el cambio climático—, dijo que León XIV en su primer discurso usó las “palabras de moda de la izquierda” y le reprochó haber agradecido a Francisco. ¡Vaya audacia!
Por su parte la extremista conservadora Laura Loomer, una loca que funge de consejera extraoficial de Trump, escribió que León XIV “es anti-Trump, anti-MAGA, a favor de las fronteras abiertas, un marxista total como el papa Francisco”. Y añadió que "Los católicos no pueden esperar nada bueno. Solo tienen otro títere marxista en el Vaticano".
En cambio, Nancy Pelosi, la representante demócrata de California, se congratuló abiertamente de la elección. Recordó lo que nos emociona a todos: que León XIII, fue el autor de la "Rerum Novarum", la encíclica que defendió a los obreros y sus derechos a formar sindicatos y a hacer huelga.
Aquella primera encíclica social de la Iglesia, de 1891, criticó el capitalismo extremo de la Revolución industrial y se opuso a que la fuerza de trabajo humana fuera considerada una mercancía.
Lo confirmó al día siguiente el nuevo papa, en la misa con los cardenales en la Capilla Sixtina. La principal razón por la que escogió ese nombre, dijo, “es porque el papa León XIII, con la histórica Encíclica ‘Rerum Novarum’, afrontó la cuestión social en el contexto de la primera gran revolución industrial y hoy la Iglesia ofrece a todos su patrimonio de doctrina social para responder a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial, que comportan nuevos desafíos en la defensa de la dignidad humana, de la justicia y el trabajo".
Su escapada a Genazzano, su visita a la tumba de Francisco, su bien entonada voz en el Regina Coeli del domingo, su llamado a la paz mundial, sus palabras en el encuentro con tres mil periodistas, perfilan su estilo.
Parece que es cierto que Dios había escrito en su corazón la palabra “papa”.