Tablilla de cera
Los violentos no duran. Ojo con eso, Iza, Vargas y Noboa

Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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“Los machos que trataron de gobernar imponiendo su dominio mediante la violencia, la tiranía y las amenazas, no duraron". La frase no se refiere a Marlon Vargas ni a Leonidas Iza ni a Daniel Noboa, pero ahora que pienso, bien podría ser una lección para ellos.
La frase es de la doctora Jane Goodall, famosa bióloga y conservacionista, que murió hace una semana a los 91 años de edad y se refiere a los chimpancés.
Al revolucionar los estudios del comportamiento de los chimpancés, la bióloga también llevó a que la ciencia e incluso la filosofía redefinieran el concepto de lo que significa ser humano. Es decir, llevó a que nos enfrentáramos al concepto que tenemos de nosotros mismos.
Su cuidadosa y maravillosamente cercana observación de los chimpancés en Tanzania le permitió descubrir que estos animales fabrican herramientas para alimentarse.
Pelan una hierba grande, sacando las hojas hasta dejarla como una vara, la introducen en el agujero de un nido de termitas y la sacan llena de los insectos, un delicioso tentempié para el chimpancé, que lame la vara reteniendo en su boca las termitas, para empezar de nuevo su “pesca”.
Cuando telegrafió a su jefe, el antropólogo Louis Leakey, su observación de que los chimpancés usaban herramientas, este le contestó: «Ahora debemos redefinir qué es herramienta, redefinir qué es el Hombre o aceptar a los chimpancés como humanos».
No era el primer animal que usaba un instrumento. El famoso pinzón carpintero (Camarhynchus pallidus), una de las especies más famosas de las Islas Galápagos, las usa, un rasgo extremadamente raro en aves.
Este pinzón, parte de los que Darwin observó, utiliza ramitas o espinas de cactus como una suerte de gancho o palillo. La sostiene con el pico y la introduce en grietas o agujeros de la madera para extraer larvas de insectos, especialmente escarabajos.
La diferencia está en que Goodall demostró que los chimpancés fabricaban la herramienta.
Leakey, que la contrató inicialmente como su secretaria, cuando ella se presentó en su oficina en 1957, de 23 años de edad, pronto detectó el potencial de Jane y la animó a que estudiara a los chimpancés en la Reserva de Caza del Río Gombe, hoy parque nacional.
Leakey buscaba a alguien con una mentalidad completamente abierta, algo que, según él, la mayoría de los científicos perdían a lo largo de su formación académica.
Dado que los chimpancés son los parientes vivos más cercanos de los humanos, Leakey esperaba que comprenderlos proporcionara información sobre los primeros humanos. En un campo dominado por los hombres, también creía que una mujer sería más paciente y perspicaz que un observador masculino. No se equivocó.

Al inicio, los chimpancés, a los que veía de lejos, con binoculares, huían de ella con miedo, pero la paciencia y actitud de Goodall hizo que, tras unos meses, se acostumbraran a ella. Y tras otros largos meses, fuera aceptada, aunque nunca los trató como mascotas.
La verdad que su método de intensa y paciente observación le llevó a descubrimientos quizás simples, pero revolucionarios:
- que los “animales, como nosotros, tienen personalidades, mentes y emociones”,
- que los chimpancés “tienen culturas y comunidades casi tribales”, y
- que los seres humanos no somos los “reyes de la creación”, como veníamos repitiendo por siglos, sino “un animal como los demás”.
Otra de sus observaciones notables fue conocida como la Guerra de los Chimpancés de Gombe. Fue un conflicto de cuatro años en el que ocho machos adultos de una comunidad mataron a los seis machos de otra, apoderándose de su territorio, para luego perderlo ante otra comunidad más grande, con aún más machos.
Al igual que entre los humanos, la estructura social compleja de los chimpancés incluye amigos, enemigos y batallas por el poder.
El chimpancé de mayor estatus es el macho alfa. Asciende por la escala jerárquica hasta su cumbre, aunque siguiendo sus propias estrategias, de acuerdo con su personalidad.
Por ejemplo, Frodo y Freud, dos de los machos alfa observados por Jane, aunque hermanos, tuvieron estilos de liderazgo muy distintos. Freud mantuvo el control por medio de fuertes alianzas y cepillando (literal, acariciando y limpiando el pelo) de aquellos que quería mantener bajo su mando; por el contrario, Frodo se basaba sobre todo en la agresión y la fuerza bruta.
Además de las ventajas como derechos de apareamiento y de tareas como patrullar el territorio y detener las peleas que se suscitan, un macho alfa tiene que mantenerse siempre atento al siguiente macho que quiera tomar su lugar.
Bajo los machos alfa hay varios otros machos con los que el alfa puede tener relaciones complicadas. El alfa tiene amigos y aliados en su coalición, quienes le ayudaron a ganar preponderancia y le ayudan a mantenerse en el poder. Pueden ser sus hermanos, sus compañeros de juegos de la infancia o nuevos amigos que quieren mejorar su propio estatus social a través del contacto amistoso con el alfa. Sin embargo, también puede haber un chimpancé o una coalición de chimpancés que quieren destronar al macho alfa e instalar a un nuevo chimpancé en su lugar.
Las hembras también tienen su jerarquía en los grupos de chimpancés, regidas por una hembra alfa. Estas nunca obtienen su poder por medio de la agresión y la violencia, sino a través de las relaciones y su personalidad. No están totalmente desprovistas de la capacidad de violencia: a veces sí la usan, como, por ejemplo, cuando hembras de rangos más bajos insisten en querer desplazarlas.
La Dra. Goodall y su instituto han observado guerras parecidas a la de Gombe entre otros grupos de chimpancés, las que con frecuencia se inician por conflictos territoriales o por derechos de apareamiento.
Pero, aunque se producen las peleas derivadas del ascenso social, las observaciones mostraron una conducta mucho más compleja: Jane comprobó pruebas de altruismo, chimpancés que compartían con otros recursos y conocimientos así como la formación de fuertes lazos de amistad.
Entre sus muchos hallazgos en las selvas de Gombe, destaca por su resonancia con las dinámicas humanas aquel de que, en las comunidades de chimpancés, los individuos más violentos no perduran. Pueden dominar por un tiempo, pero tarde o más bien temprano, son rechazados, aislados o incluso eliminados por sus congéneres.
Esta observación plantea una pregunta incómoda pero necesaria: ¿por qué en la política humana, la violencia —sea física, verbal o simbólica— sigue siendo una herramienta recurrente, e incluso a veces premiada?
Los humanos tenemos muchas más herramientas, y una de ellas es el lenguaje. El habla permite que nos entendamos (“Hablando se entiende la gente”, decimos y así se llamó un programa de televisión que dirigí hace unos años). Tenemos raciocinio, podemos imaginar mundos simbólicos, creencias.
La historia mundial, y también la ecuatoriana, nos ha mostrado que los líderes que se imponen mediante el miedo, la represión o el odio tienden a dejar tras de sí sociedades fragmentadas, heridas difíciles de sanar y un legado de desconfianza. Como entre los chimpancés, el poder basado en la violencia no es sostenible. Puede parecer eficaz en el corto plazo, pero a la larga erosiona las bases del consenso, la cooperación y la estabilidad.
En estas horas difíciles, con el paro de la Conaie que se ha alargado de manera absurda, arruinando, sobre todo, a las provincias de Imbabura y Carchi, y con focos de violencia tan graves como la pedriza de Coyoctor, en el Cañar, estoy más convencido que nunca de que la política debería ser el arte de construir acuerdos, no trincheras, piedrazos, empalizadas, picas y bazucas para voladores, ni pistolas lanzagases, fusiles y tanquetas.
No puede ser que los indígenas condonen el terrorismo de algunos de sus hermanos radicalizados o de infiltrados pagados que apedrean a la caravana presidencial, ni que los soldados den una golpiza inmisericorde, con patadas y culatazos, a un comunero que trataba de ayudar a su vecino agonizante.
Cuando la confrontación se convierte en regla y el adversario se transforma en enemigo, se rompe el tejido de lo común. En cambio, los líderes que perduran —como lo sugieren tanto la ciencia de Goodall como las lecciones de la historia— son aquellos que inspiran, que saben escuchar, que reconocen la dignidad del otro, incluso en la diferencia.
Como dije, el legado más profundo de Jane Goodall no es solo su trabajo con los chimpancés, sino el espejo que nos ofrece para mirarnos como especie. Si en nuestros parientes más cercanos la violencia no garantiza la permanencia, ¿por qué seguir apostando a ella en nuestras sociedades?
Tal vez sea hora de entender que, como en la selva, en la política también perduran los que saben convivir.