Punto de fuga
Las ¿gloriosas? o las ¿odiosas? Fuerzas Armadas
Periodista desde 1994, especializada en ciudad, cultura y arte. Columnista de opinión desde 2007. Tiene una maestría en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar. Autora y editora de libros.
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Imperdonable. Intolerable. Insoportable. Infame. Indolente. Ilegal. Incivilizado. Indigno e indignante. Incomprensible. Inhumano. Injustificable. Todos los adjetivos que se me vienen en cascada a la mente para acompañar las acciones atroces que hace un poco más año cometieron algunos miembros de las Fuerzas Armadas en contra de los cuatro menores de Las Malvinas coinciden en que comienzan con la letra i, y también en que sirven para graficar la vileza.
Imposible es otra palabra que se me viene a la mente. Porque sin considerarlas perfectas ni entender uno de sus principios básicos de funcionamiento (la obediencia casi ciega debida a sus superiores) y estar ética y estéticamente en las antípodas de todo lo que suene a marcial, hasta diciembre del año pasado para mí era imposible que las Fuerzas Armadas ecuatorianas pudieran protagonizar actos de crueldad y criminalidad de este calibre.
Y no lo creía sin fundamento, sino porque su razón de ser y su legado habían trazado una cronología mayormente limpia de los exabruptos y crueldades que han marcado a fuego las reputaciones de las fuerzas armadas de demasiados países latinoamericanos. Aunque ahora parece que las nuestras quisieran igualarlas, a punta de un silencio cómplice con un sistema carcelario corrupto e inservible que ha dejado morir a decenas de reclusos por tuberculosis —porque las FF.AA. no han dicho ni pío al respecto, pese a que conviven con ese horror en la Penitenciaría del Litoral desde hace meses. O manteniéndose en su posición insultante de no aclarar si han tenido algo que ver o no en las más de 40 desapariciones forzadas denunciadas por Amnistía Internacional este año.
Antes, uno podía decir que las Fuerzas Armadas ecuatorianas se habían caracterizado por su inclinación al progresismo y a velar por la prosperidad de las mayorías. Ahí están la Revolución Juliana, de la que este año se celebraron 100 años, que rescató al país de las fauces de plutocracia y su corrupción alevosa; la puesta en marcha de la Reforma Agraria de 1963-1964, que dejó varios cabos sueltos, pero que hizo un intento por reparar una injusticia sin nombre que mantenía al latifundio vivito y coleando en pleno siglo XX; o la dictadura militar de la década de 1970 que fue apodada de ‘dictablanda’ por sus formas más apegadas a la civilidad, época en la cual, de la mano de la explotación petrolera que tuvieron a cargo, además surgió una clase media en dimensiones antes desconocidas para el país. Por poner solo tres ejemplos.
Pero ya no llegarán a sus 200 años de vida institucional (Juan José Flores creó oficialmente el Ejército Ecuatoriano en 1830; hubo milicias antecesoras, pero el Ejército Ecuatoriano como tal existe desde esa fecha) con su calidad moral en buen estado. Por el contrario, y si los desafueros siguen a este ritmo, llegará en hilachas. En poco tiempo habrán aniquilado la posibilidad de volver a pronunciar ese membrete desmesurado que les califica de “Gloriosas Fuerzas Armadas”, que buena parte de la sociedad ecuatoriana aún prefiere pensar que son, y que ojalá muchos dentro de sus filas aún estén dispuestos a defender con sus actos.
La pregunta ahora es si este comportamiento despreciable y criminal de algunos de sus miembros será irreversible y arrasará con una institución fundacional y más que nunca crucial para la seguridad del país. O si aún hay manera de reparar, con conocimiento, decisión y disciplina, la bonhomía y profesionalismo que la había caracterizado. ¿Podrá alguien, algún día, volver a decirles “Gloriosas Fuerzas Armadas” o serán de ahora en adelante las “odiosas Fuerzas Armadas”?
Para emprender el camino de recuperación de su reputación quizá deban instalar una placa en cada oficina que repita esta idea que el presidente Vicente Rocafuerte expuso en su discurso de inauguración del Colegio Militar en 1838: “El que hoy manda, mañana obedece y en esta alternativa de mando y obediencia, en constante subordinación a la ley, consiste el mando del sistema republicano y la esencia de la igualdad”. Pero antes, para que todo esto sea posible, hay una condición sine qua non: el actual Ministro de Defensa tiene que renunciar (o que le renuncien), con ese señor al mando no hay redención posible.