Punto de fuga
En el mundo de John Reimberg

Periodista desde 1994, especializada en ciudad, cultura y arte. Columnista de opinión desde 2007. Tiene una maestría en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar. Autora y editora de libros.
Actualizada:
Yo quiero vivir en donde vive John Reimberg, en esa realidad paralela en la que todo va bien o, al menos, va mejorando a un ritmo esperanzador. Le tengo envidia, y no sana; envidia a secas. El ministro tiene la capacidad no solo de ver siempre el vaso medio lleno, sino de ver un vaso donde yo veo humo. Dígame, señor Reimberg, ¿dónde gestiono la visa para mudarme a su planeta?
Esta semana, el ministro Reimberg le decía a Lenín Artieda, en su programa de entrevistas, que el aumento inmisericorde de muertes violentas en un mismo período entre el año pasado y este año se debía a la efectividad del gobierno en su guerra contra el crimen. Están leyendo bien: a la efectividad. De acuerdo con sus datos y comprensión del asunto, como el gobierno está ganando esta lucha, los criminales se matan más entre ellos y, según él, los muertos colaterales representan un porcentaje mínimo. ¡Plop!
Quizás esa perspectiva siempre optimista y su buen talante se deban a que está enterado un poco por encima de las cosas (al César lo que es del César, el señor Reimberg no es ningún malencarado y siempre responde de buena gana, aunque casi nunca tenga las cifras o los datos o los tenga incompletos o incorrectos). En la entrevista del miércoles pasado, por ejemplo, Artieda tuvo que darle el número actualizado de muertes violentas que el ministro ofreció darle, pero que al final se le traspapeló.
En el mundo conitos en el que viven el ministro del Interior y casi todos sus colegas de gabinete todo va de maravilla. Seguramente ya volvieron a abrir los miles de negocios pequeños (tiendas, farmacias, comedores) que han tenido que cerrar por no poder pagar la vacuna a los matones de sus respectivos barrios; y las más de 3.000 llamadas para denunciar extorsiones que recibió el Ecu911 entre enero y junio pasados —casi el doble de hace dos años en ese mismo periodo— ya habrán disminuido significativamente. Ni tampoco decenas de personas murieron de tuberculosis este año en una sola cárcel de Guayaquil. En ese lugar no hay paros nacionales indefinidos y tampoco abusos de las fuerzas del orden en contra de quienes les permiten que ostenten el monopolio legítimo de la fuerza. Qué va, ahí todo va de perlas.
Y yo les quiero creer; necesito desesperadamente creerles. Intuyo que no soy la única que siente esta necesidad imperiosa de darles el beneficio de la duda al ministro Reimberg y a todos quienes conforman el gobierno. De hecho, no son pocos los que han decidido creerles ciegamente y permitirles que hagan y digan lo que quieran, con tal de que les anuncien —cada cinco minutos en cadena nacional, memes o pastillas informativas— que ya viven en el Nuevo Ecuador, ese lugar soñado que habita el ministro Reimberg.
Mi problema es que se me da mal esto de ser creyente así nomás, porque sí, sin pruebas o, peor aún, con pruebas de que está pasando todo lo contrario a lo que me dicen que está pasando. Esas inconsistencias evidentes, muchas veces burdas, me alejan aún más de ese dogma de fe en que se ha convertido decir y creer que este gobierno es efectivo, que está solucionando los problemas reales del país.
Espero que la historia de las decenas de millones de dólares en activos incautados a los Comandos de la frontera, que el ministro del Interior nos contó con tanto entusiasmo hace poco, sea lo suficientemente sólida como para no comenzar a caerse a cachos, como pasó cuando empezaron a salir los pormenores de la detención de Fito. De corazón, espero que al señor Reimberg le vaya bien, y que todo lo que nos cuente sea verdad. Más que por su bien, por el de todos nosotros.
Y mientras espero sentada, que alguien haga el favor de pasarme las coordenadas de ese sitio imaginario llamado Nuevo Ecuador.