Punto de fuga
Las verdaderas esposas tradicionales (que no son lo mismo que las Trad Wives)

Periodista desde 1994, especializada en ciudad, cultura y arte. Columnista de opinión desde 2007. Tiene una maestría en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar. Autora y editora de libros.
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Hace poco celebramos el Día del Trabajador y, aunque extemporáneamente con relación a la efeméride, creo que merece la pena hablar de un subgrupo perteneciente a esa legión de seres humanos industriosos que se ganan el pan con sangre, sudor y lágrimas (literales o metafóricas) del que no se habla lo suficiente. O sí, últimamente, pero tal vez de una forma distorsionada, que es tan risible como irritante, porque se trata de una caricatura. Me refiero a las trad wives, término que ha acuñado la cultura anglosajona para hablar de las mujeres de las generaciones millennial o Z que se encargan de administrar, en actitud devocional, sus propias casas, como forma de reivindicación dudosa de lo que entienden por femineidad.
Hace como cuatro años me cruce por primera vez en redes sociales con las ‘trad wives’. Y aunque ya no constituyan un fenómeno nuevo, su presencia está cada vez más consolidada en un imaginario que promueve una idea de mujer que solo es compatible con la del ángel del hogar, una condena que millones de mujeres tardaron siglos en sacarse de encima. Y que ahora amenaza con retornar gracias a la fuerza de las redes sociales y las confusiones masivas que éstas suelen generar.
Antes de seguir, abro un paréntesis explicativo para quienes no ubiquen muy bien a la tendencia y sus protagonistas: estas señoras (la mayoría jóvenes) se dedican exclusivamente a cocinar, a arreglar la casa, a organizar la vida de cada uno de los miembros de la familia, sean estos infantes, adolescentes o adultos; y todo lo hacen perfectamente peinadas, maquilladas y emperifolladas, mientras posan, sonrientes y extáticas, para las fotos y los videos de su vida doméstica que publican en TikTok e Instagram, y las menos maltoncitas talvez también en Facebook. Cierro paréntesis.
En diario El País, el año pasado un titular aseguraba que las esposas tradicionales no existen, que son un invento de TikTok. Me permito diferir, a condición de que le pongamos un poco más de realismo y menos viralidad al asunto, y si repensamos lo que es una esposa tradicional de verdad.
Empecemos por identificar la distorsión que generan en este grupo las señoras con recursos como empleadas que cocinan, lavan, planchan; niñeras que lidian con sus hijos; y maridos proveedores que les permiten darse el lujo de no trabajar fuera de la casa tampoco. Estas mujeres son un porcentaje mínimo de la población. Aquí quiero hablar de las esposas, parejas, concubinas, convivientes de las clases medias, que son muchísimas más.
La esposa tradicional, a mi entender, es una mujer que se juntó con su pareja, con o sin papeles, y a la que le toca inventarse la vida. Muchas de esas esposas tradicionales llegan agotadas a la casa —después de sus ocho o más horas laborales formales— a seguir trabajando en el espacio doméstico. A duras penas no se les ha chorreado el rímel, pero ya son un espectro de la persona bien adecentada que salió de su casa en la mañana. Y no hay cansancio que valga para exonerarlas de los trabajos reproductivos que son los que ocurren a puerta cerrada.
Ya en la casa, tienen que ver qué se come (¡qué manera de comer!), lidiar con las quejas y peleas filiales, los deberes en proceso o que simplemente recién a esa hora ‘las bendiciones’ se acuerdan de que tienen que hacer. Y hay que ponerse al día con el marido: sus problemas, sus pocas ganas de hablar o su cero intención de hacerse cargo de su parte de las tareas domésticas ¡porque él viene trabajando! (igual que ella, pero eso no importa).
Mamás choferes, profesoras, cocineras, enfermeras, lavanderas, niñeras —de sus hijos, sus esposos, sus papás, sus suegros y cuanta persona que requiera cuidados esté a su alrededor—, casa adentro. Y además secretarias, profesoras, enfermeras, productoras, arquitectas, programadoras, abogadas, recepcionistas, músicas, diseñadoras, cirujanas, peluqueras, taxistas, periodistas, cajeras, etc., puertas afuera. Esas son las esposas tradicionales desde hace como 50 años en Ecuador, y en otras latitudes desde hace mucho más. Es decir, existen.
A estas mujeres trabajadoras a tiempo completo se les debe un homenaje, cualquier día del año, no tiene que ser el 1 de mayo, bien podría ser el 17. Nadie, absolutamente nadie, sobreviviría sin sus cuidados y aportes en plata y persona, es decir, sin el trabajo de las esposas tradicionales; las de verdad. A las poseras que se hacen las abnegadas —con megáfono y filtros, literales o metafóricos— habría que buscarles otro nombre, algo más acorde a su insulsez y viralidad de pacotilla, que nos quieren encerrar nuevamente en la cocina.