Leyenda Urbana
La muerte de 12 niños interpela a la sociedad y al poder político indolente

Periodista; becaria de la Fondation Journalistes en Europa. Ha sido corresponsal, Editora Política, Editora General y Subdirectora de Información del Diario HOY. Conduce el programa de radio “Descifrando con Thalía Flores” y es corresponsal del Diario ABC
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El dolor y el llanto de las madres cuyos bebés recién nacidos han muerto en el Hospital Universitario de Guayaquil debe asemejarse al de la bíblica Raquel, que fuera profetizado por Jeremías, en el Antiguo Testamento:
“Se oye una voz en Ramá, lamentos y amargo llanto. Es Raquel que llora por sus hijos, y no quiere ser consolada. ¡Sus hijos ya no existen!”.
La matanza de los inocentes está citada en el Nuevo Testamento, en Mateo 2.15.
Si los medios de comunicación no denunciaban y, la sociedad no reaccionaba con humana indignación, la muerte de 12 niños recién nacidos, una de las tragedias más funestas que ha vivido el país, en los últimos tiempos, hubiese pasado desapercibida.
En pleno feriado, la noticia causó conmoción y una protesta generalizada en las redes, al punto de que el hospital debió reconocer semejante horror; el ministro de Salud anunciar la remoción del gerente; la Defensoría exigir detalles sobre el personal, los recursos y el equipamiento de esa casa de salud, y la Fiscalía iniciar de oficio una investigación previa, que incluye las historias clínicas de los niños.
Ninguna de estas acciones devolverá la vida a los bebés ni apaciguará el sufrimiento al que estarán sometidas las madres que perdieron a sus inocentes hijos. Pero tenían que ser adoptadas.
El informe del hospital señala que diez de los 12 niños habrían fallecido debido a “su estado clínico complicado por nacimiento prematuro o muy prematuro”, y que dos neonatos habrían fallecidos a causa de una bacteria.
Eso es, justamente, lo que se deberá investigar hasta dar con la verdad.
La muerte de los recién nacidos en un hospital público es una bofetada en el rostro de quienes quieren acumular más poder, pero son incapaces de mantener hospitales dignos para la gente más pobre.
Las complicaciones por nacimiento prematuro dan cuenta de que las madres no tienen acceso a chequeos imprescindibles durante la gestación, y eso es inadmisible, pues refleja el estado deplorable de la salud pública del país.
La catástrofe en el Hospital Universitario de Guayaquil ha llevado a mirar lo que sucede con los demás servicios de salud, y el resultado indigna y duele.
Veedores ciudadanos dicen que la crisis hospitalaria no tiene precedentes y se desborda; a la carencia de medicinas e insumos se ha añadido la de la comida para los pacientes, que debe ser comprada por los familiares, lo que resulta demencial y constituye un riesgo adicional por la calidad y elaboración, no vigiladas por dietistas.
Algo siniestro está ocurriendo en el servicio de salud en todo el país, porque no puede ser que se hayan juntado todos los males y que sus directivos se muestren indolentes y pusilánimes.
Cómo se explica -a no ser por la improvisación de sus autoridades y la ausencia de compromiso con el país y los enfermos a quienes es su obligación atender-, que, en tamaña crisis, el Ministerio de Salud apenas haya ejecutado el 11,86% del presupuesto codificado, en lo que va del año.
Y cómo se entiende que, en los 20 meses de su Gobierno Daniel Noboa haya nombrado a cinco ministros de Salud, a un promedio de un ministro cada cuatro meses, por lo que nadie se responsabiliza de nada y tampoco nadie ha defendido los presupuestos que han sido recortados de manera infame.
De USD 3.219 millones, en 2023 -según la información del propio Ministerio-, bajó en 2024 a USD 2.959, y para 2025 a USD 2.798 millones. Es decir, USD 421 millones menos para la salud.
En este escenario injustificable, los problemas se multiplican y la gente muere por falta de medicinas y atención y porque lo epidemiológico es gravísimo.
El dengue ha aumentado de 27.000 casos, en 2023, a 61.000, en 2024, y, solo en lo que va del año se reporta 30.000, siendo la peor epidemia desde 1984, ya que se ha cobrado la vida de unas 32 personas.
Por si fuera poco, hay brotes de fiebre amarilla y de tosferina asociados a la caída en las cifras de vacunación.
Y qué decir de los pacientes que necesitan diálisis de manera continua y viven con el alma en vilo y sus familiares un drama insufrible; al igual que aquellos diagnosticados con alguna enfermedad mental.
Para colmo, la corrupción se ha enquistado en hospitales y centros de salud como un virus que muta con cada administración y cada gobierno y nadie la combate mientras ataca a los más pobres y débiles.
La Comisión Anticorrupción cuantifica en USD 1.500 millones el perjuicio a la salud, por acción de las mafias, en los últimos años, pero siguen operando.
Un vendedor de mariscos es proveedor de dispositivos médicos; uno de hamburguesas entrega implantes de traumatología; una empresa de publicidad tiene dos contratos para dispositivos médicos para cirugía laparoscópica y un grupo de asesores legales vende reactivos.
¡El país está podrido!
Contra estos seres perversos deberían marchar las autoridades para ponerlos ante la justicia y exigir que los jueces apliquen las leyes, los confinen en una celda oscura de una cárcel, y les quiten lo mal habido para resarcir al pueblo.
Pero qué va.
Los mafiosos son invitados a la Comisión de Fiscalización, donde les dejan ir sin interpelarlos por sus horrendos crímenes en los hospitales, que causaron la muerte de los pacientes.
Una sociedad en tal grado de extravío y descomposición requiere autoridades con una ética aristotélica. Pero estamos en Ecuador y cualquier aparecido se vuelve asambleísta o funcionario.
La muerte de los 12 recién nacidos que ha enlutado al país nos enrostra a todos, pero interpela al poder político indolente que, al incumplir su obligación, ha arruinado la de vida de las madres que no querrán ser consoladas porque al igual que la a Raquel de la Biblia, el dolor por la pérdida de sus hijos que les desgarra el alma se habrá vuelto su único refugio.