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De la Vida Real

La pata de palo de mi abuelo: y la historia que mi hija nunca creyó

Valentina Febres Cordero

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido. 

Actualizada:

16 sep 2024 - 05:50

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Ayer mi hija me preguntó por qué mi abuelo, o sea, su bisabuelo, no tenía una pierna. Sentí el corto circuito que hizo cerebro. Mis pensamientos iban del pasado al presente. Sí, mi abuelo no tenía pierna, pero cada vez que le preguntaba por su pierna me contaba una historia diferente, y yo me las creía todas.

Estaba segura de que su pierna era como la cola de las lagartijas, que crecía cada vez que se corta. Y a mi hija le conté la historia más fantástica de todas las que me había contado mi abuelo sobre su pata de palo:

“Hace más de cien años construí un barco de vela con mis propias manos. Amaba el mar y soñaba con llegar hasta los confines del horizonte. Así que un día decidí irme a un viaje largo; llevé mucha fruta y agua para sobrevivir, porque iba solo”.

En alta mar, mi abuelo pasó por días de mucho sol y otros con lluvia suave. También le tocaron días y noches de tormentas estruendosas. Hubo días en los que no podía ver al frente y el agua que caía del cielo se confundía con el agua del océano.

Un día conoció a alguien. Era una sirena, la criatura más hermosa que había visto en su vida. Tenía el pelo negro, tan oscuro como el petróleo, y sus ojos eran verdes, como un mango tierno. Su piel era suave y bronceada, parecida a la canela recién cosechada, y su cola brillaba como si estuviera hecha de rubíes, diamantes y un poquito de oro.

Todas las noches la sirena cantaba. Mi abuelo decía que su voz era tan hermosa que no había nada igual en el mundo. ¡Ni siquiera Chavela Vargas o Mercedes Sosa pudieron superarla!, y eso que eran las cantantes favoritas de mi abuelo. “Nos prometimos cuidarnos el uno al otro para siempre”, decía.

Pero un día una terrible tormenta golpeó el barco. Las velas y el timón se rompieron, la nave perdió el rumbo. En medio de la tormenta la sirena fue arrastrada por las olas y cayó al agua. Mi abuelo, desesperado, vio cómo un tiburón blanco, gigante, se la comió entera. “Salté al mar sin pensarlo y nadé y nadé hasta encontrar a la bestia marina”, decía.

Con todas sus fuerzas abrió la boca del tiburón con las manos. El tiburón intentó sumergirlo hasta el fondo del mar, pero mi abuelo salió a la superficie y le mordió la aleta derecha. El tiburón, en venganza, le mordió su pierna izquierda.

Mi abuelo, adolorido, agarró una gaviota que volaba tranquila y, con las plumas del pájaro, le hizo cosquillas al tiburón en la nariz provocándole un estornudo tan fuerte que hizo que la sirena saliera disparada. Con una sola pierna, mi abuelo nadó hasta alcanzarla y la llevó de vuelta al barco.

La sirena lo cuidó durante días. Traía plantas mágicas del fondo del mar para curar su herida, y mi abuelo le agradecía con todo su corazón. “¿Quién hace algo así por un marinero?”, le preguntaba. Y la sirena, con una sonrisa, siempre le respondía: “Yo haría eso y mucho más por ti, porque me salvaste de las entrañas de esa bestia marina”.

Mientras mi abuelo me contaba esta historia, yo no podía dejar de llorar. Él era el ser más valiente y bueno del mundo. ¡Perdió su pierna por salvar a la sirena!

  • El número equivocado: Dos semanas en la vida de don Pedro

Y yo le conté esta historia a mi hija, que tiene diez años, tratando de trasmitirle la misma pasión y emoción que mi abuelo ponía al contármela. Ella me miró y me dijo: “Pero ¿sabes qué?, yo creo que hay alguna otra razón por la que mi bisabuelo no tuviera pierna. No me convence mucho ese cuento de la sirena, el tiburón y el amor. Algo más hay ahí oculto que tu abuelo no te quiso contar. ¿De verdad tú creíste esa historia?”.

  • Yo creía todo lo que me decía mi abuelo. Todo lo que me contaba era verdad.
  • ¿Y si te decía que se cayó de un unicornio y por eso perdió la pierna?
  • ¿Ya sabes esa historia? Verás, una vez le llamaron los dioses del Olimpo y él fue en un caballo que tenía un cuerno en la frente y unas alas gigantes…
  • ¡Ay, ma!, puedes contarme otra vez ese cuento, pero quiero que sepas que no te creo nada. Debe haber una razón científica por la que tu abuelo no tenía pierna. Hay que investigar y dejar de creer tanto cuento.

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