De la Vida Real
A veinte metros de Shakira: lo que descubrí esa noche
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Ir a un concierto siempre ha sido para mí una experiencia cheverísima. Bailas, cantas, sientes cómo la piel se eriza cuando miles de voces desafinadas se unen. Hasta me hago amiga de desconocidos.
Así han sido todos los conciertos a los que he ido: desordenados, espontáneos, intensos. Casi siempre los he disfrutado desde general, desde arriba, desde ese lugar donde las luces son el espectáculo y al artista se lo ve como un punto que se mueve mientras su imagen aparece en las pantallas gigantes.
Pero esta experiencia fue diferente. Muy diferente. Esta vez fui invitada VIP al concierto de Shakira el sábado 9 de noviembre en el Estadio Olímpico.
Mi entrada decía que debía dirigirme a Las Mujeres Facturan Box, Bloque DH3. Nunca había estado en una localidad con sillas.
Ahí la dinámica era otra: la gente casi no hablaba, la seguridad fue muy estricta y no permitían acercarse a las barandas ni moverse demasiado. También descubrí algo inesperado: ver las pantallas tan cerca hacía que me doliera el cuello. Al comienzo extrañé estar en general, en ese caos donde todos bailan, gritan y cantan. Aquí, en cambio, sobraba el orden.
La noche en Quito estaba lindísima. No llovió, el cielo estaba claro y se sentía ese fríecito acompañado de un ligero viento, clásico de las noches de la capital.
Shakira salió al escenario luego de una hora de espera. La vi. Estaba a unos veinte metros de ella, y mi expectativa se transformó por completo. Lo que presencié fue arte.
No un show más, sino una puesta en escena precisa, con una energía que nunca había visto en vivo.
Como fan, verla tan cerca me rompió un poco por dentro. Las lágrimas simplemente salieron. Ella transmitía algo difícil de describir: fuerza, ternura, frescura y entrega.
No paró ni un segundo. Sonreía, se movía, conectaba con el público. Desde donde estaba podía ver hasta sus pestañas y el poco maquillaje que usa, y esa mirada decidida a disfrutar su propio espectáculo. Se la vio feliz y radiante sobre el escenario.
Y entonces entendí por qué la aman tanto, por qué sigue siendo esperada en cada ciudad a la que va. Verla tan cerca era como estar en una obra de teatro: todo tenía un guion, una secuencia y un ritmo muy bien trabajado.
Mis recuerdos de adolescencia se mezclaron con mi vida adulta, como si su música uniera todos mis años en un instante. En dos horas de concierto.
Ella sigue siendo Shakira, solo que más madura, más sólida, más artista.
Cuando cantó Acróstico sentí algo imposible de explicar. Su hijo no apareció físicamente, pero sí en la pantalla. Shakira lo miraba con una ternura que reconocí: ese orgullo silencioso que tenemos las madres cuando vemos a nuestros hijos desde lejos.
Esa noche fue artista, sí, pero también mujer, mamá, hija y humana. No ocultó su historia ni su evolución. Ante más de treinta y cinco mil personas dijo que no habían sido años fáciles. No necesitó explicar nada. Todos conocemos la traición, la ruptura y la fuerza con la que se levantó y los millones que facturó.
Y cantó Te Felicito. Miles la acompañamos como si su historia fuera también la nuestra.
Verla tan cerca me permitió notar detalles que antes pasaban desapercibidos: sus movimientos exactos, su vestuario perfecto, su manera de usar el espacio. Incluso cuando estaba sin zapatos mantenía esa conexión con el escenario; necesitaba sentirlo bajo sus pies descalzos.
Y lo más impresionante: Shakira jamás se cansó. Quito está a 2.800 metros de altura y ella tuvo apenas un día para aclimatarse. No pidió oxígeno, no redujo el show. Su profesionalismo fue evidente.
Este concierto no fue para la joda. Fue para admirarla. Para reconocer su trayectoria, su disciplina y su capacidad de reinventarse una y otra vez.
Me quedé con ganas de saber más de ella, de leer alguna biografía o ver algún documental que cuente lo que ha tenido que atravesar para convertirse en la reina mundial que es.
Mi papá dice que no se le entiende al cantar. Quizá tenga razón. Pero yo entendí algo más grande: Shakira ha evolucionado en todo, y su concierto es el reflejo más honesto de esa antología.
Al salir tampoco comí hot dog, ni papas fritas, ni hamburguesas chancrosas. Esa noche merecía llegar a la casa, tomar un aguardiente y pedirle a Alexa que ponga Shakira una y otra vez.
No, no me faltó ver el espectáculo. El espectáculo fue verla a ella. Ya cuando tenga tiempo veré el show completo por YouTube.