De la Vida Real
Entre el allá y el aquí: Sierra vs Costa

Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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No me había dado cuenta hasta recién que una de las cosas más bonitas que me ha pasado en la vida es que mi ñaño viva en otra provincia. Pero no tanto por mí, sino por el intercambio cultural que tienen mis hijos y mis sobrinos.
Cuando mi sobrino vino a vivir unos meses a Quito, se maravillaba con todo. No podía creer lo caro que es vivir aquí. Y no podía evitar comparar a Conocoto con La Concordia.
—Tía, no compres fruta en esa frutería, es carísima. En La Concordia hay una que te venden todo mucho más barato.
O me decía cosas como:
—Qué tráfico que hay aquí, vivir en La Concordia es lo mejor porque te vas de una a un lugar a otro.
—Tía, qué raro que aquí no haya tanto lugar de ropa usada como hay allá.
Luego de sus críticas a mi amado Conocoto, se fue involucrando más en la ciudad. Y amó con locura a Quito. Nada le pareció mejor que Quito.
—Tía, qué locura, conocí el parque de La Carolina. Eso sí es otro mundo, es lindísimo.
—Tía, no sabes las empanadas venezolanas que hay por la González Suárez. Te mueres, mañana te traigo una para que pruebes.
—Tía, el pan dulce de aquí sí es más rico que el de la costa.
—Tía, Quito es un paraíso. ¿No has pensado irte a vivir allá? —me trataba de convencer todos los días.
Además, decía:
Los quiteños son más silenciosos. Allá todos gritan demasiado, aturde un poco salir de la casa. Aquí todos son queditos. Además, en los almacenes, en La Concordia y en Santo Domingo, ponen música a todo volumen.
Pasaron unos meses y llegaron las vacaciones de verano de la sierra. Los dos primos se fueron en bus a La Concordia.
Mi hijo mayor, el Pacaí, me llamaba a contar lo bello que es Santo Domingo:
—Ma, te mueres, no sabes lo increíble que es Santo. Hay tantos restaurantes. Te volverías loca, hay muchísimas tiendas chinas y todo queda cerquita, y ponen una música a lo bestia. No te imaginas lo lindo que es el parque.
—Ma, y la comida es más barata. Te juro, comimos en un restaurante bueno, no en una hueca, uno con estilo, y la cuenta nos salió en 7 dólares, pero no por cada uno si no por los dos.
—No te puedes imaginar, ma, lo chéveres que son todos aquí. Hay más vibra, más vida. Es full color y ruido. Los carros van con el volumen a mil y las ventanas abajo.
—La Concordia a las seis de la tarde es lo máximo, y venden unos choclos que deberían tener miles de estrellas Michelin. Son como los dorilocos, pero en vez de Doritos, choclos. Otro nivel, ma.
Y el intercambio cultural influyó en la moda de mi hijo.
El Tadeo se quedó allá, mi hijo regresó, y la vida, se suponía, regresaría a la normalidad.
El Pacaí encontró una página en Instagram de ropa usada en Santo Domingo:
—Si no voy a Santo Domingo, una parte de Santo vendrá conmigo —me dijo.
Me enseñó los zapatos más feos que he visto en mi vida. Pero a él le parecieron una belleza, y ante eso no puedo discutir, porque mis hijos han decidido que yo de moda no tengo idea.
Hicimos el pedido. Y cuando uno está ansioso, todo sale mal. Los zapatos llegaron el sábado y no había nadie en la casa. Los recibió la vecina, pero ella se iba a Quito y se fue llevando los zapatos. Nos entregó recién el martes.
El Pacaí no podía más de la ansiedad y felicidad. Abrió la caja y se encontró cara a cara con los zapatos más feos de la historia. Nos dio una risa nerviosa que no podíamos parar. Es que, de verdad, están espantosos los zapatos.
El Wilson, mi marido, le dijo:
—Ahora te pones, fregaste tanto por estos zapatos, no te vamos a comprar otro par hasta que estos estén con la suela rota de tanto uso.
Él se consuela diciendo que de lado no se ven mal, pero de frente sí se ven medios deformes.
El Pacaí le mandó una foto de sus nuevos zapatos a mi sobrino, y él le contestó:
—Qué zapatos tan bacanes. Está de ultra moda aquí. Todos mis amigos tienen unos. Son a lo bestia. Yo me compré unos igualitos, pero en rojo.
Creo que los gustos y la moda entre regiones son muy distintos. El Pacaí me dijo que va a esperar a ir a Santo Domingo para usar los zapatos.
—Allá hay más estilo, más flow, ma. Allá la moda es otra cosa —me dijo.