Amenazaron con secuestrar a su hijo y no lo dudó: La inseguridad en Ecuador, el detonante de una madre para migrar a Estados Unidos
Marlene disfrutaba en Ecuador de cerrar ventas y la seguridad de un sueldo puntual. Pero un día la empezaron a amenazar y cambió su vida. Contrató coyoteros y emprendió la ruta, con sus dos hijos, para llegar a Estados Unidos. Esta es su historia.

Marlene, migrante ecuatoriana que huyó a los Estados Unidos por amenazas. Ella ahora está a la espera de que su trámite de asilo sea resuelto favorablemente.
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Selene Cevallos
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NUEVA YORK. Tenía 25 años cuando la amenaza irrumpió en su rutina como una sombra que se coló por una rendija. Al inicio fueron mensajes confusos, frases cortas que parecían una broma pesada. No hizo caso. Pero un día, el tono cambió: la voz al otro lado de la línea describió a su hijo con precisión, su nombre, su uniforme escolar, el portón verde donde ella lo dejaba por las mañanas y lanzó una advertencia que le heló la sangre: “No lo busques hoy, porque ya lo tenemos nosotros”. Marlene corrió hasta la escuela, el niño estaba bien. Pero esa carrera fue el fin de su vida anterior. Desde entonces entendió que en Ecuador ya no había un rincón seguro.
El plan inicial era prudente: migrar en dos años, cuando su pareja, que ya vivía en Nueva Jersey, hubiera ahorrado lo suficiente. Pero las amenazas aceleraron todo. Con préstamos familiares y la urgencia como equipaje, contrató coyoteros y emprendió el viaje.
El trayecto fue una sucesión de miedos. Primero un vuelo que los llevó hasta Centroamérica, donde apenas se atrevían a hablar por miedo a ser descubiertos. Después, largas horas en autobuses que parecían no llegar nunca, con los niños durmiendo en su regazo mientras el ruido del motor se mezclaba con su propia respiración entrecortada. Cada parada era una lotería: podía significar descanso o el inicio de una pesadilla.
Cuando llegó el momento de cruzar el río, el miedo se hizo físico. Marlene cargaba al menor y el mayor la miraba aterrado. Por fortuna, el cauce estaba casi seco y el agua apenas les cubría las rodillas, pero la sensación de vulnerabilidad era total. “Sentía que el corazón me latía tan fuerte que podía salirse del pecho”, recuerda. No era solo el cruce de un límite geográfico, era también el punto de no retorno.
Con solicitud de asilo, pero con trámite congelado
En menos de un mes pisó Estados Unidos. Fue retenida en un centro migratorio y liberada bajo proceso tras la primera verificación de su caso. Hoy, a punto de cumplir 27, Marlene —quien no se llama Marlene, pero por razones de seguridad nos da ese nombre— vive en Nueva Jersey. Tiene permiso de trabajo y número de seguridad social como solicitante de asilo, pero su expediente sigue congelado.
Según el Departamento de Justicia de Estados Unidos, en 2023 se registraron 478.885 solicitudes de asilo; apenas 31.630 fueron aprobadas y más de 937.000 permanecen pendientes. “La burocracia se convirtió en mi nuevo muro: papeles que avanzan lento y nuestra vida en esta pausa que no sé, si a estas alturas, es buena o mala”, resume.
“La burocracia se convirtió en mi nuevo muro: papeles que avanzan lento y nuestra vida en esta pausa que no sé, si a estas alturas, es buena o mala”.
Marlene, migrante ecuatoriana en espera de asilo de Estados Unidos
El contraste con su vida pasada la persigue a diario. En Ecuador se levantaba temprano para arreglarse, ponerse tacones y sentir el bullicio de la oficina. Disfrutaba la emoción de cerrar ventas y la seguridad de un sueldo puntual. En la tarde, recogía a su hijo donde una de sus abuelitas y luego se detenían en el parque de la esquina. En Nueva Jersey, en cambio, madruga para hervir leche mientras sus hijos repasan palabras en inglés. Revisa con ansiedad el timbre cada vez que suena y teme que una notificación de la corte interrumpa la calma. El más pequeño, nacido en Estados Unidos, gatea por la sala; los mayores hojean las fotos de sus abuelos y, a veces, pronuncian en voz alta los nombres de sus primos para no olvidarlos.
“El cambio ha sido duro para todos”, admite. Sus hijos pelean con la pronunciación en un idioma nuevo y encuentran alivio en los recreos donde aún se juega al fútbol con otros niños que hablan español. Ella carga con noches sin dormir y la incertidumbre de no saber si podrá quedarse. “La consejera infantil de la escuela me ha explicado que el trauma migratorio no se limita al viaje, sino que se reactiva en cada choque cultural. Mis hijos viven recordando incluso el sabor del helado de naranjilla en mi pueblo”. La presión de integrarse en un entorno que les resulta ajeno persiste.
A Marlene se le iluminan los ojos al evocar ciertos recuerdos en Ecuador: la emoción de arreglarse para la oficina, la independencia financiera, la rutina de un país que ya no existe para ella. “Sueño con volver”, dice con voz entrecortada. Pero sabe que regresar no es opción: “sentía que podían encontrarnos en cualquier rincón de mi país”.
Mientras tanto, estudia en línea y espera el día en que pueda volver a trabajar. Su reflexión final va más allá de su propia historia: “No se trata de querer un sueño americano, sino de proteger a mis hijos. Cuando la vida está en juego, el verdadero riesgo es quedarse quieta”.
"No se trata de querer un sueño americano, sino de proteger a mis hijos. Cuando la vida está en juego, el verdadero riesgo es quedarse quieta”.
Marlene, migrante ecuatoriana
Al final del día, recoge los platos de la cena con rapidez. Habla acelerado, como si las palabras tuvieran que salir antes que el miedo. Sus manos se mueven nerviosas, luego se acomodan en el regazo. Tiene apenas 27 años, pero la forma en que sacude el cabello para espantar el cansancio, revela la madurez de una persona que ha tenido que cambiar de país, de idioma. De vida, en menos de 30 días.
En Ecuador, a esa misma hora, solía reír con sus compañeras de oficina de camino a casa; en Paterson celebra algo más simple: que sus hijos duerman tranquilos. A las 8h45 pm Marlene arropa a sus hijos y se queda unos minutos mirándolos. Afuera, la noche cae. Adentro, ella reafirma que la decisión más dura de su vida fue, también, la más necesaria.
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