Así nació en Madrid la primera tienda de café de especialidad con sello ecuatoriano
Vender identidad. Ese es uno de los objetivos de una pareja de ecuatorianos, cuya misión es hacer conocer más al café de Ecuador en Madrid.

Los ecuatorianos Jairo Sanguña y Mónica Ullana son dueños de la cafetería Emka, en Madrid. “Nuestra misión es que el café de Ecuador se conozca más, que se valore el trabajo de los productores", dice Jairo.
- Foto
Cortesía
Autor:
Actualizada:
Compartir:
MADRID. En la cafetería Emka se respira Ecuador en cada rincón: el café de especialidad que llega desde el país andino; los pocillos con toques de barro que evocan la tierra; las flores frescas; y la máscara del Diablo Huma en el logo, como un guiño ancestral. Pero lo que más pesa no está en la decoración, sino en la historia que sostiene este lugar: la de Jairo Sanguña y Mónica Ullana, una pareja que se cruzó en Llano Grande, pero que se habló por primera vez en el parque de El Retiro, el verano de 1996 en Madrid. Él tenía 19 años, ella 21. Ambos habían llegado “a probar un par de años” y, tras casi tres décadas de trabajo incesante, levantaron este proyecto familiar cuyo nombre guarda un secreto íntimo: Emka nace de las primeras sílabas de Emily y Katerina, sus hijas. “Queríamos que todo lo que hemos hecho como familia quedara escrito ahí”, explica Jairo.
El colectivo de ciudadanos inmigrantes es, en general, más emprendedor que el de los autóctonos, llegando a duplicar esta tasa en muchos países. En España, los negocios fundados por inmigrantes no solo contribuyen al PIB, como lo señalan diversos estudios, sino que también presentan una alta tasa de crecimiento. En marzo de 2025, había 476.924 trabajadores extranjeros afiliados al Régimen Especial de Trabajadores Autónomos (RETA), lo que representa un récord histórico en la afiliación de autónomos extranjeros. Este aumento se produjo en un contexto de crecimiento general de los autónomos extranjeros, que crecieron un 14% respecto a marzo del año anterior.
La cafetería de Jairo y su familia abrió en 2023, en plena resaca de la pandemia. La inversión fue arriesgada, más o menos lo que cuesta un piso en Madrid, pero se recuperó en menos de un año y medio. Hoy importan desde Ecuador unos 2.200 kilos de café verde cada tres o cuatro meses. Grano que viaja en barco y se tuesta en Madrid para conservar su frescura.

La hostelería, un duro pero enriquecedor comienzo
El Jairo de 19 años empezó su camino en la hostelería en un restaurante portugués donde le ofrecieron hacerle los papeles. Las jornadas eran demoledoras: de diez y media de la mañana a once y media de la noche, con un único día de descanso. “Era la hostelería de antes, allí aprendí todo”, recuerda.
Comenzó fregando platos sin descanso; luego pasó a ayudante de cocina, donde aprendió los primeros secretos de los fogones. Con el tiempo se convirtió en cocinero y, más tarde, su jefe lo empujó a salir de la cocina para atender la barra, lo que implicó la responsabilidad de estar de cara al público. El último ascenso llegó casi sin darse cuenta. Su jefe le confió uno de los locales, mientras abría otro. Jairo atribuye todo eso a las ganas que puso para aprender. “Era muy joven, pero tenía mucha curiosidad”, recuerda. Se quedó casi diez años absorbiendo el rigor de la hostelería.
En 2011, Jairo y un cuñado se hicieron cargo de un restaurante de comida mediterránea llamado la Fontana Gastro, en el norte de Madrid, cerca del aeropuerto. Complementaron la carta con platos latinoamericanos. La pareja de socios se vino arriba y se lanzó por un segundo restaurante, pero fue un fracaso estrepitoso. “Dimos el salto demasiado rápido y lo perdimos todo en 10 meses”, recuerda el empresario. “Cometimos errores en la propuesta de negocio y fue el decir decir, 'sí, podemos, sí podemos'. Esos errores nos penalizaron”.
Perdieron en torno a los 200.000 euros, lo que cuesta un piso en Madrid, y la familia tuvo que hacer muchos sacrificios: “Les dije a mis hijas van a ser unos meses muy duros, solo hay dinero para ir al colegio”, recuerda el ecuatoriano. Volvieron a poner toda su energía en el local original y pudieron salir adelante ofreciendo un menú netamente ecuatoriano. “Fue como volver a casa, pero desde Madrid”, reflexiona.
El café, una obsesión que se volvió negocio
Cuando llegó la pandemia, la pausa obligada sirvió para madurar la idea de la cafetería que empezó a gestarse unos años antes gracias a los proveedores de café que buscaban vender y hacían demostraciones de barismo en su local. “No tenía idea de nada y allí empezó mi obsesión con el café”, cuenta Jairo.

Mónica, su esposa, se convirtió en la "parte pensante" y el "motor principal de la familia". Sus hijas también contribuyen: Emily (barista en otra empresa) aporta ideas y conocimientos, y Katerina (profesora) ayuda con la parte administrativa y fiscal, al igual que Mauro Simbaña, su sobrino, quien trabaja como barista en Emka y se está formando para competiciones de café.
Hoy Emka es rentable, pero lo importante es la sensación de estar tendiendo un puente entre Ecuador y España. “Nuestra misión es que el café de Ecuador se conozca más, que se valore el trabajo de los productores. Para nosotros es doble satisfacción: la económica y la de vender identidad”, explica Jairo.

Desde el minuto uno de la apertura, lograron transmitir la esencia del café de Ecuador. Esto les impulsó a buscar más cafés especiales de Ecuador, trabajando con microlotes de diversas regiones como la Amazonía, Galápagos, Imbabura, Pichincha y Loja, que tienen la certificación realizada por la Specialty Coffee Association (SCA).
Los planes de expansión del negocio familiar existen, pero sin prisa. “Nos han ofrecido franquicias y dinero, pero no. Queremos crecer despacio, a nuestra manera”. Después de todo ya tuvieron un fracaso y saben lo que no deben hacer.
Compartir: