David Andrade, el actor ecuatoriano que dio voz a los migrantes y rompió un estereotipo en la televisión española
Hace 20 años, el quiteño David Andrade, que en sus inicios fue doble de riesgo de Javier Bardem, interpretaba a un médico en la serie española Hospital Central. Ahora, en Madrid, batalla contra estereotipos que encasillan a los actores latinoamericanos, dirige su primera película y da clases de actuación.

David Andrade, actor ecuatoriano radicado en España, durante una jornada de rodaje de la película Addictus, de la que es director. Es su ópera prima.
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MADRID. Los migrantes ecuatorianos apenas existen en la televisión española. Y cuando aparecen, suelen hacerlo bajo el filtro de la caricatura. En Poquita fe, una de las últimas series de Movistar, el único personaje ecuatoriano se gana la vida disfrazado de dibujo animado y se enamora de una mujer española mayor. El personaje no tiene historia propia, apenas un trazo en esta comedia que ha tenido cierto éxito por hacer humor de lo absurdo.
Pero hubo un tiempo en que un ecuatoriano tuvo un papel distinto, uno con bisturí y bata blanca. En Hospital Central, la serie médica que entre 2000 y 2012, fue un fenómeno en España, apareció un médico llamado Waldo Jaramillo, interpretado por el actor ecuatoriano David Andrade. Iba a salir en tres capítulos y terminó quedándose cinco temporadas, casi cuatro años.
El quiteño David Andrade llegó a España cuando tenía trece años. Hijo de madre española y padre ecuatoriano, su historia familiar refleja el ir y venir de muchas familias migrantes. Su padre, Luis Andrade, vivió en Madrid, donde conoció a su mujer. Después de casarse, se trasladaron a Ecuador, donde nacieron tres de sus cuatro hijos. Tras el divorcio, su madre regresó con ellos a España, y ahí empezó la nueva vida de David.
Andrade recuerda que interpretar al doctor Waldo Jaramillo fue una experiencia que le marcó profesional y personalmente. Habla de la responsabilidad que sintió al ser, en sus palabras, “el primer personaje latino que aparecía en la televisión española no como inmigrante irregular o delincuente, sino como un médico que salva vidas”. “Hasta entonces los latinos solían tener papeles pequeños o cargados de prejuicios, migrantes sin papeles, prostitutas, traficantes, colombianos.”
El cambio fue tan grande que ni él esperaba la repercusión. De pronto, los ecuatorianos que lo reconocían por la calle le daban las gracias. Cuenta entre risas que no podía caminar tranquilo porque la gente le paraba, le hablaba con orgullo. Ese reconocimiento lo llevó incluso a encuentros con el embajador de Ecuador de la época y con representantes de inmigración, que lo invitaban a charlas y desayunos. “Fue muy bonito ver que algo tan pequeño como una serie podía dar tanta voz”, recuerda.
Pero detrás del personaje hubo un proceso de reaprendizaje. Andrade confiesa que había suavizado su acento ecuatoriano para “pasar más desapercibido” en España y que tuvo que recuperarlo a toda prisa cuando le dieron el papel. Volvió a habituarse al tono, las palabras, los giros que había dejado atrás. Los guionistas, todos españoles, le dieron libertad para adaptar los diálogos. “Les tuve que ayudar a cambiar cosas, cosas del personaje, cosas del diálogo”, recuerda. Incorporó expresiones ecuatorianas, referencias a comidas típicas y gestos que lo acercaban más a la realidad de su país.

El arco del doctor Jaramillo fue extenso y terminó con un giro trágico. Tras un accidente, el personaje cayó en la depresión, se refugió en el alcohol y acabó quitándose la vida. Andrade lo recuerda como un reto actoral enorme, una forma de cerrar una historia que había empezado luminosa y acabó como las grandes tragedias. “Fue un recorrido duro, pero interesante, un reto para cualquier actor”, dice.
Sin embargo, el éxito tuvo un precio. Después de ese papel, los directores de casting comenzaron a llamarlo solo para personajes ecuatorianos. “Me encasillaron”, resume con resignación. Aquella visibilidad que le había abierto puertas también se convirtió en un límite. Desde entonces, Andrade sigue buscando nuevos papeles que le permitan demostrar que detrás del acento hay mucho más que un estereotipo.
La lucha para salir de los estereotipos
En esa lucha están varios latinoamericanos que participaron en una mesa redonda de actores organizada en el marco de la séptima edición del Festival de Cine Ecuatoriano Línea Imaginaria. La actriz peruana Karina Moscol se define como una soñadora con los pies en la tierra que cruzó el océano para romper estereotipos. Ha trabajado en producciones internacionales, como la serie franco-española Cannabis, y en España participó también en Hospital Central junto a Andrade. Pero a pesar de esa trayectoria, dice que los personajes que le ofrecen siguen siendo los mismos. “A veces pienso que he avanzado y luego me vuelven a llamar para hacer de prostituta latina o de empleada doméstica. Es agotador”, confiesa.
La actriz venezolana-francesa Arlet Torres reconoce que la diversidad que encuentra en España no se ve reflejada en la pantalla. Habla del racismo cotidiano y del choque cultural que la empujaron al activismo. Torres defiende que los creadores migrantes deben contar otras historias, no solo las del desarraigo o la supervivencia. “Si solo hacemos películas sobre camas calientes, perpetuamos el estereotipo”, afirma. También ha aprendido a decir que no. “He rechazado papeles que intuía que eran caricaturas. No todo vale.”
Rodrigo Villagrán, actor chileno, llegó a España buscando aire. En su país se sentía atrapado por una industria rígida y repetitiva. Aquí se descontextualizó, pero no por completo. “No soy español, pero tampoco soy lo suficientemente latinoamericano para los castings”, explica.
La directora de casting colombiana Carel Soley López confirma lo que los actores sospechan. Explica que muchas veces, incluso cuando un director se enamora de una interpretación, los productores ejecutivos imponen que el papel lo haga alguien español. “Si el guion no dice expresamente que el personaje es extranjero, el papel se lo queda un español”, dice con resignación. Pero también con esperanza. Cree que la solución pasa porque los productores evolucionen hacia una figura más creativa, que valore el talento por encima del pasaporte.
Una película, su nuevo proyecto
El actor ecuatoriano, que hace casi dos décadas dio vida al médico Waldo Jaramillo en Hospital Central, sigue moviéndose en la industria con la misma mezcla de terquedad y fe. Su pasión por la interpretación no se ha apagado, solo ha mutado. “La actuación es inestable, pero es mi motor. Si no me llaman, dirijo. Si no me financian, produzco. Pero no me detengo”, dice y suelta una sonrisa cansada.
Su proyecto más reciente, la película Addictus, nació casi por azar, cuando una psicóloga dominicana vio un cortometraje suyo y le propuso rodar algo sobre sus pacientes. Andrade aceptó sin pensarlo demasiado. Durante meses escribió el guion, una historia coral inspirada en la estructura de Crash, la película de Paul Haggis, donde varias vidas se cruzan sin saberlo. Aquí, el punto de unión es una doctora que trabaja con adictos en Madrid.
El filme aborda adicciones poco retratadas, como el chemsex y la cleptomanía, con la intención de hacer visible lo que se suele tapar. “No quería moralizar, quería mostrar que la adicción no es un castigo divino, sino una forma de dolor”, explica. Andrade se dio a sí mismo un papel pequeño pero incómodo, el de un hijo que maltrata a su madre.
Desde la dirección también quiso romper las inercias. Formó un elenco con actores de Rusia, Marruecos, Perú, México, Argentina, República Dominicana y España, convencido de que esa mezcla refleja mejor la vida real madrileña. “Madrid es un cruce de mundos, pero en las pantallas no se nota. Si el guion no dice que un camarero es cubano o que una enfermera es marroquí, el papel lo acaba haciendo un español”, comenta con ironía.
Addictus fue una producción diminuta, financiada por un empresario privado, Raúl Muñoz, que apostó su propio dinero sin pedir ayudas. “Fue valiente, nadie se arriesga con una película que no tiene estrellas ni final feliz”, dice Andrade. Grabaron gran parte en el Tablao Flamenco Los Porches, el negocio familiar que su familia española tiene en Madrid y que ahora él gestiona en paralelo a sus proyectos. Ese espacio, donde cada noche suenan guitarras y palmas, se ha convertido también en un set improvisado y una pequeña escuela de cine.
Con la película ya terminada, Andrade la presentó a los Premios Goya y a los Óscar. Para cumplir los requisitos, tuvo que alquilar una sala de cine en Madrid durante una semana, un esfuerzo que describe como “una locura económica”. Cree que pocos académicos llegaron a verla, pero no se arrepiente. Lo que sí le dolió fue el silencio institucional. Tocó varias puertas, incluso de la embajada de su país, pero no recibió respuesta.
Esa falta de apoyo lo empujó a diversificar. Además de actuar y dirigir, imparte cursos de acción para actores en formación. Enseña cómo caer sin romperse, cómo recibir un golpe, cómo fingir una bofetada. Lo hace con la precisión de quien también fue doble de riesgo. En sus inicios, dobló a Javier Bardem en Pasos de baile, a Juan Diego Botto y a Eduardo Noriega. “Parece peligroso, pero es una de las profesiones más seguras que existen. En un rodaje todos saben lo que va a pasar”, asegura.

La docencia se ha convertido en otro frente de batalla. Desde su plataforma todoactores.com, ofrece videobooks, asesorías y grabaciones de escenas para ayudar a otros intérpretes a moverse en un mercado cada vez más cerrado. Y ya trabaja en todoartistas.group, una red social para conectar a cantantes, bailarines y actores iberoamericanos. “Si no nos dan un papel, al menos que nos demos trabajo entre nosotros”, dice.
Entre los acordes del tablao, las clases de acción y los rodajes independientes, David Andrade, a sus 47 años, sigue obstinado en sostener su vocación sin depender de nadie. Quizá esa sea su forma más pura de resistencia: seguir actuando, aunque el foco no siempre apunte hacia él.
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