La maleta de la identidad; los encargos que llevan los familiares de Ecuador para mantener vivas las raíces en Nueva York
Visitas familiares traen identidad cultural y silencios después del adiós. Cada queso manaba, chocolate de mesa o recuerdo de Ecuador busca que las tradiciones, el idioma, los sabores y las canciones, no se pierdan en los hijos de los migrantes ya establecidos.

La familia de Jessica, una migrante ecuatoriana, se reencontró en Nueva York luego de casi una década. La zona de Dumbo, en Brooklyn, un lugar turístico clásico, fue parte de sus recorridos.
- Foto
Cortesía
Autor:
Actualizada:
Compartir:
NUEVA YORK. Jessica y su familia habían planeado ese reencuentro durante más de cinco años. La última vez que vieron a sus parientes en Estados Unidos fue hace casi una década: entonces sus hijos eran niños, hoy son adolescentes. En el JFK, las puertas de arribos se abren y la escena estalla en abrazos. No es solo gestos: es la celebración íntima de un reencuentro largamente aplazado. En ese apretón se gana algo más que afecto: la certeza de que el tiempo y la distancia nunca lograron romper los lazos.
Junto con la algarabía de la bienvenida, llegan las maletas: grandes, repletas de cajas, paquetes envueltos en papel aluminio. En su interior cargan más que objetos: traen los encargos recitados con precisión en llamadas de WhatsApp durante meses. Queso manaba, café tostado de Loja, cangrejo, galletas, atunes, condimentos, snacks, entre otra lista de cosas.
El ritual de abrir las maletas es casi litúrgico. Se coloca cada producto sobre la mesa como si fueran ofrendas. El queso congelado; el café, que impregna la sala; los dulces, que despiertan recuerdos de la infancia. Cada paquete es un pasaporte afectivo: el olor basta para que la memoria viaje sin escalas.
Para Diana, que lleva quince años en Nueva York, lo conmovedor no es lo que llega en la maleta, sino ver frente a frente a los suyos: “Una cosa es hablar por videollamada y otra sentir que están aquí, escuchar su acento en la sala, reírnos de lo mismo sin que nadie traduzca”. Jessica, por su parte, experimenta el viaje como un descubrimiento: “Pensábamos que veníamos a ver a la familia, pero también vinimos a ver cómo se han transformado en este país. Nos emociona, pero al mismo tiempo nos duele no haber estado en ese proceso.

Estos reencuentros están atravesados por lo que psicólogos llaman duelo migrante: la mezcla de alegría y tristeza que se reactiva cada vez que la frontera se acorta por unas semanas. La socióloga Andrea Mite explica: “Cuando un familiar cruza la puerta con objetos de la tierra, se revive la pérdida y también la pertenencia. Es un recordatorio de todo lo que se dejó atrás”.
Ese duelo tiene un trasfondo económico y los reencuentros no solo activan emociones. En el segundo trimestre de 2025, las remesas recibidas en Ecuador superaron los USD 2.000 millones, una cifra récord para un solo trimestre, con un alza del 16 % frente al primero del año y del 24 % respecto al mismo periodo de 2024. De ese total, alrededor del 76 % provino de Estados Unidos. Este flujo masivo no solo alimenta expectativas en pueblos y ciudades, sino que también refuerza el valor simbólico que cada visita familiar tiene para quienes viven entre dos mundos.
- Desde el Bronx hasta Azuay: el auge de las remesas destinadas a la construcción dinamiza la economía
Sobremesas y despedidas
En los hogares de Nueva York, Queens o Nueva Jersey, los parientes que llegan se convierten en el centro de reuniones. Se arman mesas improvisadas y la cocina se transforma en un territorio compartido donde la nostalgia se sirve en platos hondos.
Pero la visita tiene fecha de vencimiento. El calendario marca el regreso y, mientras más cerca está el vuelo, más denso se vuelve el ambiente. Se multiplican las fotos, se alargan las sobremesas, se guarda cada detalle como si pudiera extender el tiempo. La despedida empieza días antes de que la maleta vuelva a cerrarse.
Cuando finalmente se van, queda el silencio. La habitación que usaron permanece intacta, la nevera comienza a vaciarse, el olor del café se diluye. Es un vacío que duele más que la distancia inicial, porque ya se probó el sabor de la cercanía y toca volver a la ausencia.
“La despedida es un segundo exilio”, resume Andrea Mite.
“El familiar que llega funciona como un puente cultural y emocional. Cuando parte, no solo se lleva su maleta: se lleva una parte de la vida que se había reactivado en la casa”.
Andrea Mite, socióloga ecuatoriana
El rol de las mujeres en estas escenas es fundamental., agrega. Son ellas quienes encargan, embalan y distribuyen los productos; quienes recuerdan recetas, recrean fiestas y transmiten historias. Son las guardianas de la memoria material, capaces de convertir un simple sobre de colada morada en una celebración de raíces.
A nivel colectivo, estos encuentros sostienen una identidad que podría diluirse en la segunda generación. Cada queso manaba, cada chocolate de mesa, cada recuerdo de Ecuador traído en la maleta funciona como una ancla cultural. Sin ellos, el riesgo de perder el idioma, los sabores y hasta las canciones sería mayor.
La visita se va y con ella regresa la rutina. Quedan los paquetes abiertos en la mesa, las fotos recientes en el celular y la cama intacta como testigo. Y aparece un reflejo inevitable: “a esta hora estábamos en el parque”, “esto quedó en la nevera”, “esto se les olvidó en la sala”. Esas pequeñas huellas mantienen vivo el reencuentro durante días, hasta que el ritmo cotidiano lo va devorando. Lo que no desaparece es la herida migrante: cada abrazo recompone por un instante la distancia, pero cuando el familiar se va, esa distancia vuelve a abrirse como un recordatorio de que no hay visita que dure lo suficiente.
Compartir: