De Quito a las islas Canarias: empuje migrante logra vender en España ropa hecha "éticamente en los Andes"
La persistencia de Lida Merino logró tejer un hilo imaginario entre costureras en Quito y consumidores de prendas ecuatorianas en España. Esta es una historia de emprendimiento migrante.

Lida Merino, migrante ecuatoriana que creó la marca de ropa Amaru, que tiene base en las islas Canarias, en España.
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MADRID. “Hecho éticamente en los Andes” es la promesa de venta que hace Lida Merino sobre la ropa que diseña. Son sudaderas, blusas, camisas hechas a mano en Ecuador, por una asociación de costureras independientes que lleva las siglas de Asotex, que viajan en la maleta de esta ecuatoriana hasta Tenerife (Islas Canarias) donde vive esta diseñadora ecuatoriana de 36 años desde hace una década. Su migración fue por amor. “Conocí a un chico español en Quito en la época en que emigraron muchos españoles para Ecuador”, cuenta. Entró a España con una visa de turismo, pensando que sería fácil convertirse en una residente de larga estancia, pero tuvo que lidiar con la burocracia y con la discriminación, como muchos. Finalmente consiguió hacerse con un hueco para ella y para su marca, Amaru.
Lida se dedicaba a la publicidad en Quito, pero tenía el hobby de hacerle arreglos a todas las prendas que se compraba para lo que contaba con una pequeña máquina de coser que le regaló un familiar. Cuando decidió emigrar a España con su pareja pensó que podía dar un giro a su vida y dedicarse más tiempo al diseño, pero tuvo un parón hasta poder regularizar su situación de papeles. “Cuando llegué a España fue todo muy difícil, la verdad. Pensé que si empezaba a estudiar algo allí, podría tener mi visado de estudiante, pero no, no había manera", recuerda.
La pareja llegó a Canarias porque a él le ofrecieron un trabajo allí. Sevilla era la otra alternativa, pero eligieron las islas porque la vida resultaba más accesible y, al principio, podían sostenerse con un solo sueldo. Casarse no estaba en sus planes, pero querían estar juntos y esa era la única forma de que ella pudiera quedarse legalmente. Sin embargo, aunque ellos dieron el “sí”, la última palabra la tenía la administración, que debía certificar que no se trataba de un matrimonio de conveniencia. Para eso los entrevistaron por separado. “Es como un examen —cuenta ella— , quieren saber si de verdad eres pareja o si solo te casas por interés. Te hacen preguntas absurdas como qué comieron ayer, cuándo es el cumpleaños de los padres... Pero bueno, lo pasamos. Aprobamos el examen”.
El segundo obstáculo fue conseguir un trabajo. Lida tuvo muchas entrevistas, pero no pasaba a la selección final a pesar de que su hoja de vida era muy atractiva. Tenía experiencia con marcas importantes porque había trabajado en una agencia de publicidad muy potente. “Algo les generaba desconfianza, porque me entrevistaban, pero no terminaba de cuajar nada, entonces sí me sorprendía eso", dice. Pero le dieron una oportunidad para hacer marketing digital en el zoológico de la ciudad y a partir de eso todo fue más fácil. “Una vez que ya tuve trabajo ahí, ya me llamaron de todas partes. Era como que ya se creían que mi currículum era de verdad”.
Dentro del mundo del diseño de ropa
Empezó a explorar el diseño de ropa en un viaje que hizo a Ecuador, a Otavalo, justo antes de la pandemia. Pero vino el confinamiento y se quedó encerrada en casa de sus padres durante tres meses, lo que paralizó sus planes. A pesar de esto, sí pudo adelantar algo porque antes que les encierren había asistido a una feria de costureras en Quito y conoció a la asociación de costureras independientes. Regresó a España frustrada por no haber podido avanzar en su proyecto, pero al año siguiente (2021) volvió a Ecuador y, esta vez, sí pudo concretar su idea. Viajó a Otavalo para conseguir los textiles de artesanos indígenas y las mujeres costureras se encargaron del patronaje y la confección de su primera colección.

Fueron 200 prendas que viajaron con ella en sus maletas y que se vendieron entre amigos y conocidos, luego vino la expansión de su marca entre los extranjeros que llegan a Tenerife, sobre todo, los que visitan El Teide, que con sus 3.718 metros, es el pico más alto de España. Cada año hace una colección de otoño e invierno y poco a poco está creciendo de la mano de las costureras de Quito que reciben un cuarto del precio de venta total de la prenda. La marca Amaru ya se vende en dos tiendas de la isla y también de forma online.
Lida se confiesa enamorada de Canarias, mucho más familiarizada que su esposo que es madrileño. “Es una mezcla entre Latinoamérica y Europa, tiene como la mezcla ideal. La gente se parece muchísimo a nosotros. La forma de ser, el cariño, el calor que te dan. Me siento en casa”, dice.

Son muy pocos los ecuatorianos que se han aventurado en las Canarias: apenas 1.500 figuran empadronados en las ocho islas. Entre ellos, Lida que ha levantado un proyecto que va más allá de la moda. Con su marca Amaru, ha logrado tender un hilo invisible que une a las costureras de Quito con los turistas que suben al Teide, llevando un pedazo de los Andes a Tenerife. Su historia es la prueba de que migrar también puede ser crear raíces nuevas sin dejar de bordar las antiguas.
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