De Latacunga a Madrid: mantener la fiesta de la Mama Negra se convirtió en una misión para migrante ecuatoriano
Los ecuatorianos en la capital española vibraron con la celebración. Detrás de la fiesta está la historia de Fernando Canchignia, un latacungueño que tiene una obstinación: luchar por la tradición.

El ecuatoriano Fernando Canchignia, junto a su hijo, en Madrid, durante la celebración de la fiesta de la Mama Negra. Él es el organizador de esta celebración tradicional ecuatoriana en la capital española.
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Soraya Constante
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MADRID. Es el primer año que Izan se atreve a cargar un cochinillo de cinco kilos en su espalda. No va solo, su madre, Karina Muyolema, le ayuda con el peso de su ashanga —canasta en quichua— mientras recorren El Pozo, un barrio del sur de Madrid. El niño de siete años lleva un traje verde esmeralda con ribetes dorados, una gorra negra con escudos y pequeñas banderas del país de sus padres y luce una barba pintada en su rostro como si jugara a ser más grande. A su lado baila el más pequeño de la casa, Bruno, que va vestido exactamente igual que su hermano y carga un cerdito de peluche “Quieren hacer lo mismo que su padre, que ha sido ashanguero durante diez años en Madrid”, suelta la madre ataviada con el mismo traje brillante. “Los dos siguen la herencia de su padre”.
El ashanguero es un personaje central de la fiesta de la Mama Negra, que este fin de semana se celebra en Ecuador y también en Madrid. Una de las versiones más difundidas cuenta que fue el esposo de la Mama Negra —una esclava liberada por la Virgen de las Mercedes—, y que en agradecimiento al milagro cargó sobre su espalda la comida para el festejo. Desde entonces, quien se disfraza de ashanguero asume ese peso como una forma de penitencia y de gratitud, por los favores que pide o por los que ya recibió.
Karina confiesa que este año su familia agradece haber podido comprar un piso en Almendralejo, un pueblo cerca de Badajoz de unos 30.000 habitantes, y pide que pronto puedan estar juntos. Ella se mudó con sus dos hijos justo para empezar el curso escolar, pero su esposo todavía está atado a Madrid por su trabajo como informático. “Yo pedí tener una casa propia para nosotros, tener una estabilidad para mis hijos, y este año gracias a ella que nos concedió el milagro de obtener nuestra casita”, cuenta la mujer. Y sí parece un milagro porque encontró un piso por la mitad de lo que cuesta en Madrid. “Unos 100.000 euros más o menos”, compartió.
La talla de la Virgen de la Mercedes llegó a Madrid gracias a Fernando Canchignia, un latacungueño que cada año encarna la figura de la Mama Negra. Lleva 22 años en la capital de España y se ha impuesto la misión de que esta fiesta, que es Patrimonio Cultural Inmaterial del Ecuador, se mantenga en España. “Hay que luchar por ello, pero mi ilusión y mi bendición más grande es hacer que prevalezca la fe. Antes que yo, mis abuelos y mis padres han organizado la Mamá Negra también en Latacunga”, cuenta el migrante.
Karina confiesa que está desvelada porque estuvieron montando las canastas hasta las cinco de la mañana, en lo que se conoce como la víspera de la fiesta. Solo faltaron los cuyes, pero sí colgaron pollos, naranjas, tabacos, botellas de whiskey y un cóndor hecho de cartón con plumas… A pesar del cansancio, esta mujer de 30 años sigue bailando al ritmo de las bandas de pueblo que sorprenden a los vecinos españoles con el sonido de los clarinetes, los saxos, las trompetas, el bombo, el tambor, los platillos, el güiro. “Es linda nuestra música”, dice.
Este año, la familia Gualoto Collaguazo fueron los priostes y con el apoyo de todos los “mercedarios” organizaron la novena y consiguieron un par de cerdos, uno de ellos pesó 250 kilos, por lo que tuvieron que quitarle los muslos para montarlo en la ashanga y cargarlo durante la procesión que duró poco más de una hora entre la iglesia del Pozo y el parque de Entrevías. Allí los grupos de danza rindieron honores a la patrona de los latacungueños, aquella que les ha salvado tantas veces de las erupciones del volcán Cotopaxi. “Ser prioste es muy emocionante y lo hemos recibido con mucha devoción y cariño”, cuenta Anabel Gualoto, de 28 años, y remata contando que nació en la clínica de la Merced en Quito como una prueba de la fe de su familia.

La madre de los niños ashangueros también se reconoce como “mercedaria” y agradece a la virgen por todo el camino que ha recorrido en España desde que llegó a los seis años con sus hermanos. “Mis padres vinieron antes y yo me quedé con mis hermanos allá en Ecuador”, cuenta. “Toda mi vida he pasado aquí y la verdad es que he podido cumplir mis cosas, no puedo quejarme de nada”. A su marido lo conoció en el seno de los “mercedarios” y sonríe al decir que también fue “un milagro” de la virgen. La conversación se corta cuando un sacerdote toma el micrófono y da la bendición. Karina se santigua y escucha atenta el mensaje religioso. Parece que la fiesta se apagase por un instante, pero todavía queda tarde y un día más de festejos donde por fin los ashangueros entregarán la comida que han cargado sobre sus espaldas.
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