Las hijas de migrantes ecuatorianos bailan en Madrid el país que no vivieron, pero sienten como suyo
En Madrid, madres migrantes delinean los ojos de sus hijas antes de que suban al escenario. Aunque muchas nacieron lejos de Ecuador, bailan como si llevaran los ritmos andinos en la sangre.

El grupo de baile Sicoori durante su presentación en Madrid.
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Edu Leon
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MADRID. Cristina Moposita es tan devota que nombró a sus hijas en honor a las vírgenes que, según ella, la han protegido a lo largo de su vida. La mayor se llama Victoria Mercedes, por la Virgen de la Merced; la menor, Triana Abigaíl, por la Virgen de Triana. Su elección no solo revela su fe, sino también el mapa de su recorrido entre Ambato, en Ecuador, y el sur de España. Esta ecuatoriana llegó a España con 13 años y aquí se convirtió en madre, y transmitió a sus hijas la fe y también la memoria del país al que pertenece. “Ellas saben de dónde venimos”, dice mientras espera que el grupo de danza ‘Virgen de la Merced’, al que pertenecen sus hijas, suba al escenario a interpretar un sanjuanito.
Es el último sábado de junio y es la Fiesta de la Primavera, que por segundo año consecutivo organiza la Asociación Rumiñahui. Muchos de los grupos de baile llevan la bandera de Ecuador, pero también hay delegaciones de Nicaragua, Honduras, Bolivia, Perú…Vladimir Paspuel, presidente de la asociación de migrantes, cuenta que se han apuntado 31 colectivos de danza, de 10 países distintos, que se sumaron a la celebración.
A pesar de la alerta de calor extremo en Madrid, todos los grupos llegan puntuales al evento en Puente de Vallecas, un distrito del sur de Madrid que alberga a casi 63.000 extranjeros, el 25% de su población. La aspiración de Rumiñahui es que se convierta en un espacio de encuentro y que más adelante reúna también a colectivos de danzas españolas. “La danza es la herramienta que te permite trabajar la cercanía y la convivencia”, explica Paspuel.
Vallecas tiene mucha historia porque fue el barrio que acogió a los migrantes de Extremadura o Andalucía que venían a trabajar a la capital. Era un sitio de viviendas precarias donde los vecinos se organizaban para construir a pulso una casa por noche. En ese tiempo, las leyes dictaban que si la vivienda tenía techo cuando amaneciera ya no sería derrumbada.
La escena que más se repite en este festival, además de la venta informal de granizado, mango picado y jugo de coco, es la de madres que ayudan a preparar a sus hijas para que suban al escenario. Madres que delinean ojos, madres que retocan pestañas, madres que ayudan a colocarse las faldas plisadas y las blusas bordadas que una costurera les hace a medida en Ecuador… Las protagonistas del día son esas hijas de madres migrantes que viven las tradiciones de Ecuador a la distancia.
Los nombres de los grupos son un ejemplo del legado que tienen las segundas generaciones como el grupo ‘Herencia Tricolor’, que este sábado bailará por primera vez en público. Alison Sani cuenta que son parte de un grupo que se formó con mujeres que se fueron uniendo a través de un perfil de tik tok. “Como estamos fuera de Ecuador, siempre extrañamos a nuestra tierra y queremos representarla y que se conozcan sus tradiciones”, cuenta mientras ayuda a vestir a su hija que llegó a España con solo cinco años.
Las jóvenes viven con intensidad estos momentos en los que todo gira en torno a Ecuador, aunque no hayan nacido en el país andino. Ese es el caso de las tres hijas de Rocío Cantuña, que querían con tanta fuerza bailar las danzas ecuatorianas que su madre tuvo que crear un grupo para ellas. "A mi nunca me llamó la atención el folclore, pero una vez con mi hija miramos un grupo de danza y ella con 13 años se enamoró de la danza sin haber vivido nada en Ecuador”, cuenta Rocío.
El grupo de Rocío se llama Sicoori, una palabra formada por las primeras letras de las cuatro regiones de Ecuador, y tras diez años de actividad ya son invitadas a festivales en el norte de Europa. Su hija mayor se encarga de hacer las coreografías y está estudiando a distancia un curso avalado por la Unesco sobre danzas andinas.
Las hijas de migrantes parecen reafirmar un vínculo que no depende de la geografía. Bailan lo que no vivieron, pero sienten como suyo. No se trata solo de preservar una tradición, sino de mantenerla lejos del país de origen, con nuevos acentos y escenarios.
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