Hospitales públicos en Quito: los pacientes completan las recetas en farmacias privadas
En el hospital Carlos Andrade Marín, del IESS, y Eugenio Espejo, del Ministerio de Salud, el desabastecimiento de medicamentos ha llegado a afectar la economía de los familiares de los pacientes. PRIMICIAS realizó un recorrido, verificando los 'papelitos' que los médicos envían a las familias para comprar afuera de los hospitales.

Un paciente muestra los medicamentos que ha adquirido para su familiar en los exteriores del Hospital Eugenio Espejo, en Quito.
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En los exteriores de los hospitales públicos de Quito, las conversaciones se repiten: familiares que esperan con bolsas de medicinas, recetas incompletas y facturas de farmacias privadas. El desabastecimiento de fármacos e insumos médicos no es solo un dato en los informes del Ministerio de Salud o del IESS, sino una realidad diaria para quienes acompañan a un enfermo.
Los hospitales de Quito están entre los más grandes del país. Hasta la capital llegan pacientes de otras provincias, pues estos centros especializados atienden las enfermedades más complejas y los casos más críticos.
Pero desde hace algunos meses, estas instituciones enfrentan un desabastecimiento que ha llegado a niveles críticos, y que incluso obligó a las autoridades a declarar la emergencia tanto en el Ministerio de Salud como en el IESS, en la búsqueda de compras expeditas de medicinas. Pero estas declaratorias no han logrado solucionar el problema más de un mes después de su expedición, y el número de contratos aún es mínimo.
Un análisis desarrollado por PRIMICIAS sobre los datos de abastecimiento de medicamentos en los hospitales públicos, apunta a que los principales hospitales de Quito tienen niveles críticos en el stock: por debajo del 60%.
Un problema para los pacientes del IESS
En las afueras del Hospital Carlos Andrade Marín, el más grande del IESS, una mujer aguarda por la cuarta cirugía de su yerno, hospitalizado por un tumor cerebral. Cada intervención ha significado también un gasto extra.
La primera vez tuvo que comprar tornillos quirúrgicos de USD 40 cada uno y unos analgésicos que no estaban disponibles en farmacia. “Entre medicamentos y materiales, gastamos unos USD 500”, cuenta, resignada. “Y no sabemos qué nos van a pedir ahora”.

Otra familia, con una paciente jubilada operada de la mano, relata que durante los 10 días de hospitalización debieron salir a comprar los medicamentos básicos que ella toma todos los días, para su enfermedad de la tiroides y la presión arterial.
“Nos dijeron que no había, que estaban esperando el pedido”, explica su hijo mientras revisa una hoja con lo que el hospital sí pudo entregar: 21 medicamentos de una lista de 90. “El ibuprofeno y el paracetamol sí hay, lo demás, no”.
El Hospital Carlos Andrade Marín está en un nivel de abastecimiento del 62%, un número que podría considerarse bajo para un centro que atiende a pacientes de todo el país. Esa institución tiene 85 medicamentos en stock cero en todas sus variedades, concentraciones y presentaciones, entre ellos la insulina de acción rápida, la prednisolona (corticoide antinflamatorio) y la ceftriaxona (antibiótico).
La historia se repite en casos más graves. Un hombre recuerda cómo la cirugía cardíaca de su esposa se aplazó durante seis meses por falta de una válvula mitral.
“Nos tocó comprarla, costó USD 2.000. Los médicos hicieron lo posible, pero nos decían que tenían más de cien pacientes esperando quirófano. Ellos quieren operar, pero no tienen insumos ni salas suficientes”.
Familiar de paciente del HCAM
Su esposa sigue dependiendo de la warfarina, un anticoagulante que también escasea. “Antes le daban, ahora no. Hay gente que no puede pagarla”, dice. El rivaroxabán y la warfarina (anticoagulantes) están entre los medicamentos que tienen stock cero en ese hospital.
En los hospitales del Ministerio, la escasez se siente incluso en terapia intensiva
En el hospital Eugenio Espejo, la esposa de un paciente en cuidados intensivos enumera las cosas que ha debido conseguir por su cuenta: pañales, jeringas, cubrecamas, medicamentos para la presión. “Nos mandan todo en papelitos, no hay recetas oficiales”, comenta. “Hay que salir rápido a comprar, porque si no, no le ponen las medicinas”.
Unos metros más allá, otra mujer lleva dos meses acompañando a su hija, de 29 años, diagnosticada con un tumor cerebral mientras estaba embarazada. Entre los medicamentos para su hija y las vacunas para el bebé prematuro, calcula que han gastado unos USD 2.000.
“Lo más duro es que a unas pacientes les dan los medicamentos y a otras no”, dice. “Ahora me dicen que ya no la van a operar porque el tumor volvió. Solo me queda esperar”.
En el mismo hospital, una familia busca recursos para mantener el tratamiento de una mujer de 34 años, madre de tres hijos, internada desde agosto. Hace poco les pidieron comprar ampollas que costaban USD 1.400, además de calcio, pañales y hasta zapatos especiales para evitar que se le deformen los pies.
“Nos dicen que no hay medicinas aquí, que hay que conseguir afuera”, comenta su cuñada. “Ya ni pasamos por la farmacia del hospital, porque sabemos la respuesta: que no hay”.
En el Eugenio Espejo, la situación es mucho más crítica. Aunque es un hospital de tercer nivel, con atención de oncología y área de cuidados intensivos, hay 64 medicamentos que están en stock cero en todas sus presentaciones, concentraciones y variedades. Entre ellos están la amlodipina (medicamento para la hipertensión), el omeprazol (protector gástrico), la enoxaparina (anticoagulante) y la bencilpenicilina (antibiótico).

En los pasillos de los hospitales del IESS y del MSP, el reclamo es el mismo, aunque venga de sistemas distintos. Las familias enfrentan una doble carga: la enfermedad y el costo de reemplazar al Estado en la provisión de medicinas.
Médicos y enfermeras siguen atendiendo con lo que tienen, pero cada receta no despachada se convierte en un gasto más para los pacientes y en un recordatorio de que la crisis hospitalaria ya no se mide en cifras, sino en la espera y el esfuerzo de quienes intentan curarse sin medicinas.
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