Desde los Andes hasta Madrid: la familia que celebra el Inti Raymi y abre su casa a la sanación
Tras la muerte de Enrique Pulupa, su familia continúa el legado espiritual y cultural que comenzó en Llano Grande y hoy vive a orillas del río Alberche.

La familia Pulupa lleva más de 25 años reproduciendo los rituales andinos como el Inti Raymi en España.
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Edu León
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El Inti Raymi se celebra en Madrid gracias al empeño de una familia kichwa que trajo a España su cosmovisión andina. Aunque ya no está Enrique Pulupa, la cabeza de esta familia migrante, están su compañera de vida, María Chagoluisa, su hija Jacqueline y su yerno Freddy. Los tres han aceptado el mandato espiritual de continuar con el espacio de medicina alternativa llamado ‘Apu wasi’ o ‘La casa de los espíritus’ y seguir siendo esa puerta hacia los Andes.
La historia migratoria de esta familia comenzó en Llano Grande, cuando Enrique decidió comercializar artesanías en España a inicios de los años noventa, y formó la cooperativa, Ñukanchik Kawsay (Nuestra forma de vida). Sus socios se iban turnando para viajar a Europa y vender su mercadería hasta que llegó la crisis que empujó al grueso de la población ecuatoriana a España. Enrique y su esposa María aprovecharon uno de esos viajes de ida para quedarse en Madrid y luego reagruparon a sus tres hijos.
El Inti Raymi es el momento más importante del año para esta familia. Los que llegan hasta su casa participan en un ritual de limpieza, comparten los alimentos que llevan y se zambullen en el río Alberche para que el agua se lleve todo lo que no se necesita y pedir lo que se desea para el nuevo año.
Enrique siempre buscó vivir cerca de un río y encontró su hogar en la comunidad de Calalberche, en el límite entre Madrid y Toledo. Al comienzo, en el año 2000, la fiesta del sol era un momento íntimo reservado para la familia, pero luego el indígena creó la asociación cultural Puriccuna (Caminantes) y empezaron a llegar más personas.
La misión de esta familia indígena

María habla de compadres y curanderos que les fueron preparando a ella y a su difunto esposo para hacer limpias, aprender a sanar con hierbas medicinales y tomar “la abuelita Ayahuasca”, una expresión muy común en contextos espirituales porque esta planta es tratada como una guía espiritual antigua.
Para esta mujer de 72 años la muerte de Enrique, que sufrió una afección cardiaca durante la pandemia, fue muy difícil. “La partida de él fue muy dura, yo creo que la superaré cuando me muera, pero ahora tenemos que seguir con nuestra misión, ayudando a la gente en todo lo que podamos”.
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Jacqueline también habla de la misión encomendada por su padre y cita a sus guías espirituales. “En 2012, con el líder shuar Ricardo Awananch se me revela mi misión y luego tuve un tiempo de preparación y aceptación. Yo acompañaba a mi padre a hacer terapias por toda España y por eso cuando mi padre parte, yo ya sabía lo que tenía que hacer”, cuenta la mujer de 48 años.
A la determinación de estas mujeres se unió el esposo de Jacqueline, Freddy Vuele. Este hombre de 45 años proviene de una familia de sanadores de Loja y empezó a recuperar esa memoria tras los encuentros con el patriarca de los Pulupa.
Los rituales de sanación que practica esta familia kichwa incluyen la lectura de la vela que al arder indica los pendientes que cada uno tiene que resolver y también la lectura del péndulo para identificar las energías perturbadoras. Luego se sella la ceremonia con un ligero azote de plantas frescas (ruda, romero, eucalipto, albahaca, a veces ortiga) y el murmullo de oraciones o cantos breves, que invocan protección.
Y finalmente uno de los tres curanderos toma un sorbo de alcohol puro y lo sopla o se exhala con fuerza sobre el cuerpo de la persona.
Así es ‘La casa de los espíritus’

Apu Wasi está emplazada en la misma propiedad de los Pulupa, es una sencilla habitación adecuada con cómodas butacas y con la temperatura ideal tanto en invierno como en verano. Destacan en el centro de la estancia la mesa de poder, donde están todos los elementos rituales, como la chakana o cruz andina, el tabaco, las piedras sagradas, los inciensos, las velas… y el retrato de Enrique Pulupa reposa sobre una balda en la pared. Desde ahí, parece seguir presente en cada limpia, en cada palabra que dicen sus herederos.
“Él nos guía”, dice María, y no es una frase hecha. Está presente en la mesa de poder, en las plantas que crecen en el patio, en el silencio respetuoso de quienes cruzan esa puerta buscando alivio. De hecho parte de sus cenizas se esparcieron en el río que está detrás de la propiedad.
En un continente donde a menudo se reduce lo indígena al folclore o se lo relega a las vitrinas del pasado, esta familia kichwa ha tejido otra posibilidad: traer sus saberes y compartirlos.
'Apu Wasi', la casa de los espíritus, no pretende ser una postal exótica para los europeos. Es un lugar donde la memoria se vuelve práctica viva, y donde sanar es también una forma de resistir al desarraigo, al olvido, y al ruido de un mundo que corre demasiado rápido.
Contra esa velocidad también luchan cada día los miembros de la familia Pulupa, que tienen sus rutinas atadas a su proceso migratorio. María apoya a sus otros hijos, uno de los cuales regresó a Ecuador, y a sus nietos. Jacqueline está empleada en el consulado de Ecuador y cumple con una extenuante jornada diaria de trabajo, y Freddy trabaja en la construcción, aunque ahora mismo está en el paro.
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