Un matrimonio arreglado, una venganza y el miedo tras notificación de la Corte: la historia de una migrante ecuatoriana en Estados Unidos
Trece años después de migrar, con negocios montados en los Estados Unidos, Lucía recibió una notificación de la Corte. Había arreglado un matrimonio por papeles, pero todo se complicó y ahora empaca sus maletas para regresar a Ecuador.

Lucía, una migrante ecuatoriana, teme una deportación inminente de Estados Unidos. Ella, que por regularizarse recurrió a un matrimonio arreglado, ya ha empacado para regresar a Ecuador.
- Foto
Fotocomposición Freepick/ Diana González
Autor:
Actualizada:
Compartir:
NUEVA YORK. Lucía —nombre protegido— llegó a Nueva York hace trece años con una visa de turista y un plazo de seis meses para regresar. Se quedó. “No vine a hacer turismo, vine a cambiar mi vida”, dice con la seguridad de quien apostó todo a un país que no perdona a los indocumentados.
Su primer año fue una coreografía agotadora de empleos encadenados: trabajos de limpieza, turnos en restaurantes, salarios bajos y la angustia de moverse siempre en la sombra. Entendió pronto que, sin papeles, su horizonte estaba marcado por la precariedad. Y entonces apareció una salida, arriesgada, costosa y, en teoría, temporal: un matrimonio arreglado.
El “acuerdo” le costó más de USD 21.000. Oficialmente, debía pagar USD 15.000 a su amiga, una ciudadana estadounidense con la que mantenía una relación de amistad. Pero entre viajes ficticios para aparentar vida en pareja, fotografías familiares y vacaciones fingidas, los gastos se dispararon. “Cada detalle era dinero, todo para que el matrimonio pareciera real. Incluso debía llenar su refri, hacer regalos costosos en Navidad o su cumpleaños”, recuerda.
Lucía juntó los primeros USD 14.000 a pulso, casi a golpe de reloj. Durante cuatro años vivió en un bucle sin pausas: trabajaba de lunes a domingo, juntando tres empleos diarios. A las cuatro de la madrugada abría una tienda de ropa en Queens, donde colocaba perchas y doblaba camisetas hasta las ocho. Apenas desayunaba algo rápido y se iba corriendo a su segundo turno, en un diner de barrio donde servía café y hamburguesas entre las diez de la mañana y las cinco de la tarde.
Cuando la jornada parecía terminar, en realidad apenas empezaba. A las seis de la tarde se montaba en un sedán prestado para repartir comida. Recorría calles hasta las nueve de la noche, cargando bolsas calientes en invierno y sudor en verano. Regresaba a casa con las piernas adoloridas, dormía cinco horas y, al amanecer, repetía el ritual.
De aquel periodo, recuerda dos cosas: el cansancio acumulado que la dejaba sin voz y el sobre cerrado con el dinero que juntaba a final de cada mes. “De esto, mandaba dinero para mi mamá. El resto lo guardaba en un cajón. No salía, no gastaba, no tenía vida. Todo era para pagar mi futuro”, confiesa.
Ese sacrificio le permitió, en menos de cuatro años, reunir la suma pactada con su “esposa”. El dinero fue su pasaporte, comprado a costa de salud, ocio y juventud. “Me decían que trabajaba como máquina. Yo pensaba que era la única forma de sobrevivir”, añade.
Crecimiento y extorsión
Al inicio, el pacto funcionó. Con la residencia temporal en la mano, Lucía empezó a emprender. Montó una pequeña empresa, luego se asoció en otro negocio de servicios y más tarde invirtió en propiedades para alquilar. En apenas ocho años, sus ingresos superaban los USD. 200.000 anuales netos, una cifra que, para una mujer que había llegado sin nada, representaba la materialización del sueño americano.
Pero el sueño tenía grietas. Su “esposa” comenzó a presionarla para obtener beneficios extra: dinero para vacaciones, compras, incluso favores que rayaban en la extorsión. Lucía accedió algunas veces, pero cuando decidió poner límites, la relación se rompió. “Un día dejé de contestar, pero yo sabía que tarde o temprano iba a buscar una manera de vengarse”, relata.

El riesgo era evidente. La Oficina de Ciudadanía e Inmigración de EE. UU. (USCIS) establece que los matrimonios fraudulentos constituyen delito federal, con penas de hasta cinco años de cárcel y multas de 250.000 dólares. La penalidad aplica tanto para el migrante como para el ciudadano estadounidense involucrado. Por esta razón, USCIS ha reforzado sus controles contra matrimonios fraudulentos, exigiendo más pruebas de vida en común y colaborando con ICE en operativos recientes. Hoy, incluso tras aprobar una visa, la agencia puede reabrir casos y deportar si detecta fraude.
La pesadilla: una notificación de la Corte
Hace varias semanas, Lucía recibió una notificación de la Corte. El documento no especificaba la acusación, pero su instinto le dijo que la denuncia provenía de “ella”. “Es una bomba de tiempo. Si ella habla, también se hunde, pero a mí me hunde más”, asegura. Desde entonces, vive en estado de alerta, rematando sus negocios, vendiendo propiedades y preparándose para regresar a Ecuador.
El regreso, sin embargo, no se presenta como un alivio. Hoy tiene 43 años y una vida levantada en otro idioma, en otra economía. “No soy tan joven como cuando llegué, pero tampoco tan vieja como para empezar otra vez. Lo que me da miedo es volver a la delincuencia, a la corrupción, a sentir que todo funciona con coimas”, explica.
"Lo que me da miedo es volver (en Ecuador) a la delincuencia, a la corrupción, a sentir que todo funciona con coimas”.
Lucía, migrante ecuatoriana en Estados Unidos
El dilema de Lucía refleja el de miles de migrantes ecuatorianos en EE. UU. Según el Pew Research Center, más de 800.000 ecuatorianos viven concentrados en Nueva York y Nueva Jersey. Muchos llegaron sin papeles y buscan alternativas para regularizar su situación, aunque pocas vías legales existen más allá del asilo político, la reunificación familiar o la lotería de visas.
En ese contexto, los matrimonios por conveniencia se convierten en una opción tentadora, aunque de alto riesgo. El Departamento de Estado advierte que, además de las sanciones legales, un migrante que incurra en fraude matrimonial puede ser deportado y vetado permanentemente de ingresar a EE. UU.
Lucía sabe que su historia no es única. En los barrios latinos, las anécdotas sobre “arreglos” circulan como rumores inevitables: quién pagó más, quién lo “logró”. Pero pocas veces se habla del precio emocional: la vulnerabilidad frente a la extorsión y el miedo constante de ser descubierto.
Mientras empaca sus cosas para salir de Estados Unidos, Lucía confiesa que aún no sabe qué hará. Ha pensado en probar suerte en otro país, pero las posibilidades se reducen con un proceso judicial abierto en EE. UU. “No sé si en Ecuador voy a poder trabajar tranquila, si voy a tener que empezar de cero o de menos cero”, dice. Lo único seguro es que el sueño que un día compró en USD. 21.000 hoy se le escapa entre las manos.
Compartir: