De Tinder a la vida real: cómo los migrantes ecuatorianos encuentran amor en Nueva York
Perfiles que anuncian “se habla español” y listas de hobbies o deportes, las aplicaciones de citas se convierten en refugio digital para los migrantes en Estados Unidos.

Las aplicaciones de citas es una vía habitual para relacionarse para la comunidad migrante en Nueva York. "Se habla español", se oferta en las apps para los que prefieren mantener su idioma.
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Selene Cevallos
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NUEVA YORK. Carmen llegó puntual, con los nervios a flor de piel y el traductor abierto en el móvil. Era su primera cita en Estados Unidos, y eligieron un café en Queens, de esos que huelen a canela y espresso. “Hi”, dijo él, alto, de sonrisa confiada, camisa planchada con demasiado esmero. Ella respondió con una media sonrisa. Mientras él hablaba, Carmen fingía escuchar, pero en realidad esperaba que la aplicación del teléfono lograra hacer milagros con sus palabras.
“Que si se llamaba Sofi”, entendió ella, y negó con torpeza. Luego se dio cuenta de que le estaba preguntando si prefería té o coffee. Entre risas nerviosas, pensó que lo suyo no era una conversación sino una especie de examen de supervivencia lingüística. “Todo fluía mecánicamente, como si estuviéramos en una entrevista de trabajo”, recuerda ahora, entre resignación y humor.
La escena podría ser parte de una comedia romántica de bajo presupuesto, pero no lo es. En Estados Unidos, donde las ciudades pueden ser inmensas y solitarias al mismo tiempo, las aplicaciones de citas se han convertido en una vía habitual para relacionarse. Para los migrantes, además, ese gesto digital suele tener un valor añadido: no se trata solo de encontrar compañía, sino de amortiguar la distancia con un “hola” en el idioma de casa.
El propio diseño de los perfiles habla de ello. Entre fotos retocadas y descripciones ingeniosas, no faltan guiños como “Se habla español”, casi un salvoconducto emocional en medio del ruido digital. Otros incluyen un pequeño currículo sentimental: deporte que practican, estatura, pasatiempos… como si el amor se resolviera en un formulario de entrada.
Estrella lo sabe. “Soy como una catadora de apps”, confiesa divertida. Ha probado Tinder, Bumble, OkCupid, incluso Chispa. “Tinder es la pista de baile ruidosa; Bumble, la amiga que te obliga a lanzarte, porque en esta app la mujer debe dar el primer paso, siempre. OkCupid, el filósofo con preguntas infinitas; y Chispa, el primo latino que llega con reguetón de fondo”. Sus anécdotas son variadas: un chico la invitó a una “sesión de networking romántico”, otro le mandó un poema hecho con emojis y un tercero desapareció después de preguntarle si era ciudadana americana o tenía papeles.
Laboratorio de identidad
La socióloga Pamela Pérez explica que no es casualidad. “Las apps son un laboratorio de identidad para los migrantes. Allí ponen a prueba el idioma, las costumbres, incluso su idea de lo que esperan en una relación. No buscan solo amor: buscan un espacio para reducir la nostalgia”.

Los datos confirman el alcance del fenómeno. Según un estudio del Pew Research Center, alrededor del 30 % de los adultos estadounidenses ha utilizado alguna vez una app de citas, cifra que se mantiene estable desde 2019. En paralelo, el mercado hispano en Estados Unidos suma ya más de 65 millones de personas, equivalente al 19 % de la población nacional. Esta comunidad no solo sigue consumiendo productos que remiten a sus raíces: también recurre a ese mismo impulso cultural cuando busca afectos digitales que le recuerden al hogar.
Pero la tecnología no borra los temores. Andrew, 34 años, nació en Nueva Jersey, pero siempre recuerda que en casa se hablaba más de canguros que de béisbol: sus padres son australianos y él creció con esa mezcla extraña de hamburguesas y Vegemite. En Tinder lo presentaba con humor: “americano de nacimiento, aussie de crianza, latino por adopción”.
Lo aprendió por las malas: “Una vez me di cuenta de que solo me buscaban por mis papeles. Era como si en mi frente dijera Green Card disponible”. Lo cuenta sin amargura, pero con ironía. Desde entonces, decidió borrar todas las apps de citas y buscar compañía de la manera convencional.
A la risa y la esperanza se suma la precaución. Las plataformas, conscientes de estas tensiones, han reforzado medidas de seguridad. En 2023, la Federal Trade Commission reportó pérdidas por estafas románticas que superaron los 1.100 millones de dólares. Por eso, ciertas apps ofrecen verificación de fotos, botones de alarma y consejos para no dar información personal. En este mercado, protegerse es tan importante como coquetear.
No todos, sin embargo, creen en los algoritmos. Luis, que trabaja en un supermercado latino en el Bronx, prefiere las interacciones de carne y hueso. “Aquí conozco de todo: clientes, vendedores, proveedores. Entre cajas de plátano y bolsas de arroz siempre surge una conversación. Es más real que hablar con un perfil que usa filtros”, asegura.
En cada swipe hacia la derecha, late una posibilidad; igual que en cada saludo improvisado en la calle. No buscan solo pareja: buscan una voz que les responda en el idioma de casa, alguien que haga la distancia menos feroz. Y en ese gesto cotidiano, ya sea digital o cara a cara, se bordan pequeños relatos.
El amor, igual que la migración, exige coraje: nadie sabe dónde se aterriza después del salto. Las apps no resuelven la nostalgia, pero regalan instantes. Puede ser un match fallido, un emoji mal interpretado o un “hola” en castellano que llega cuando más se necesita. Y con eso, la distancia parece más corta.
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