¿Cómo se reconoce a un quiteño en España? Así se identifican, se encuentran y recuerdan su ciudad los migrantes
¿Cómo se conectan los quiteños en España? ¿Cuáles son sus señas de identidad? Muy cerca de las fiestas de Quito, los migrantes capitalinos en España, recuerdan a su ciudad, sus acentos, sus diminutivos, sus equipos y su calidez.

La migración quiteña en España tiene sus particularidades y su identidad.
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Fotocomposición/Nelson Dávalos
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MADRID. En España, un quiteño casi nunca pasa desapercibido. Aunque la distancia modifique acentos, rutinas o ritmos, hay una marca emocional —y sonora— que sobrevive a cualquier mudanza. Las voces de quienes viven lejos coinciden: la identidad quiteña se filtra en el habla, en la nostalgia, en la ropa que usan durante los primeros meses y en esa mezcla de alegría y vértigo que deja la ciudad sobre los hombros.
Wilma Andrade, embajadora de Ecuador en España, afirma con certeza que “a un quiteño se le reconoce enseguida”. Lo delata la calidez, el trato cercano y ese idioma hecho de diminutivos. Según ella, eso es “una huella irrepetible de identidad”, y añade la fiesta, muy a propósito de las Fiestas de Quito: “Donde hay un quiteño hay alegría, música, hay 40, hay buen humor porque tenemos esa sal quiteña”.
De esa sal quiteña también habla María José Rosero, gestora cultural que vive en Barcelona. “Lo que me conecta a Quito es sobre todo el humor. La sal quiteña, el doble sentido”. Esta ecuatoriana habla de la agudeza, de hacer comparaciones, chistes, juegos verbales: una gimnasia afectiva que no se pierde con la migración. Y menciona algo fundamental: “La chacota”, esa forma de reír y gozar de la vida que, para ella, es la forma más pura de volver a casa.
El acento, la ropa y esas pequeñas señas de identidad
La cantante quiteña Lola Guevara, que también vive en España, entra en detalles finos, casi fonéticos, a la hora de hablar de identidad. “El acento quiteño es muy marcado en las ‘eses’, a veces arrastrando las ‘erres’, y tiene un cantadito que entre quiteños reconocemos”. Ahí están también los diminutivos amables —el “otro poquito”, el “aquícito no más”— y esas camisetas que funcionan como banderas: Liga, Quito o Aucas. En Madrid, asegura, basta toparse con una de ellas para activar el radar emocional.

La gestora cultural añade otra pista a la identidad: la vestimenta inicial de los recién llegados. “Los estudiantes que vienen a hacer sus másters traen un look muy quiteño, muy clase media-media alta: saquito, camisita o blusita, peinadito...” Esa estética dura unos meses, hasta que “van mimetizándose con la ciudad, arriesgándose más”. Pero incluso cuando el guardarropa se diluye, el lenguaje los delata. Habla del “cantadito con ciertos agudos” y de las palabras inevitables: “bacán”, “de ley”, “chévere”, “yaff”. O de interjecciones que estallan en la calle como sirenas de procedencia: “Chucha madre”, “¡Buenooff!”.

Diego Arteaga, documentalista quiteño radicado en Madrid, advierte que en la capital de España un quiteño puede perderse en el mestizaje general. A veces resalta “ese deje al hablar que muchos creen que es mexicano”. Pero la música no pasa desapercibida, sobre todo los pasodobles que lo conectan con su ciudad natal. “Esa música que es así tan española, pero que tú oyes y te suena tan quiteño, tan Fiestas de Quito. Resulta gracioso, ¿no? Porque es una música súper española, pero a mí me suena como muy mía”.
Para el chef Pablo Maldonado, su identidad pasa por su cocina. El nombre de su negocio en Madrid, “Chulla”, es una declaración de intenciones: una palabra quichua que designa algo “único” o que pasa una sola vez. “Mi equipo y yo mimamos cada detalle para hacer un pequeño viaje a Ecuador a través de los sabores, y es tan satisfactorio demostrarles una identidad a la comunidad española”.

El recuerdo de Quito desde España
Para el chef, recordar la ciudad es volver a los juegos en la calle, las reuniones familiares, la música andina y mantener viva “la ilusión de algún día volver a nuestras raíces”. La Embajadora confiesa una devoción absoluta a la ciudad de sus padres y sus abuelos: “Sus montañas, su cielo azul, su centro histórico, sus barrios, sus plazas, su comida, sus similitudes arquitectónicas con España y su rebeldía”.

Para la cantante, Quito es la ciudad que le dio mucho y allí está su corazón. “Me dio la identidad que tengo como ciudadana, me regaló los mejores años de mi juventud, me dio la oportunidad de cantar y es el lugar donde se quedó gran parte de mi corazón, donde está mi amada familia”, y le viene una canción ‘Tierra de Luz’, a la mente, en cuya grabación participó en el 2002:
El vínculo para el documentalista, en cambio, es más turbulento. Diego confiesa bronca y miedo ante el deterioro urbano. Los barrios que antes eran oasis ahora infunden desconfianza. Aun así, cree que algún día se reconciliará con la ciudad.

La gestora cultural se mueve en una dualidad parecida. María José recuerda a Quito como “una ciudad que te absorbe y te cabrea”. Describe el “incivismo terrible”, la odisea de caminar por la ciudad. Reconoce la “bipolaridad” de Quito: “Una ciudad imposible y a la vez brillante, sobre todo por su gente”.
Y así viven las fiestas de la capital estos quiteños a la distancia: con el cantadito que delata, los diminutivos amables, los “de ley” que se escapan sin permiso, la chacota que arma hogar en cualquier salón, los pasodobles que suenan a Quito, los sabores y los recuerdos que, a veces, duelen.
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