Visa y fe: las promesas religiosas que los ecuatorianos pagan al migrar
Desde caminatas simbólicas hasta misas a distancia, los migrantes mantienen vivas sus creencias como forma de gratitud y fortaleza emocional.

Marlene cumple su promesa al pie de la Virgen de Fátima, en acto de fe y gratitud. Nueva York, 23 de julio de 2025
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La fe viaja en las maletas de los migrantes. A veces se esconde entre una estampita de la Virgen de El Cisne o un rosario heredado, y otras, en palabras susurradas antes de partir: “Si llego bien, le hago una misa el Divino Niño”. Para miles de ecuatorianos en Estados Unidos, la promesa religiosa es una especie de contrato emocional con un poder superior, un pacto para sobrevivir al miedo y al exilio.
Marlene, de 61 años, recuerda la noche antes de tomar el bus hacia México. “Me arrodillé en mi cuarto y le dije a la virgencita: ‘Si cruzo, busco un santuario allá y te llevo flores’”, cuenta desde Queens. Hoy, con trece años en Estados Unidos, asegura que constantemente le lleva flores a la iglesia. “Es como pagar mi deuda. No tengo otra forma de agradecer por estar viva”, dice, con lágrimas contenidas.
Este vínculo entre migración y religión popular no es nuevo. Según el Pew Research Center, el 74% de los migrantes latinos en Estados Unidos se identifican como católicos o cristianos evangélicos. La espiritualidad se convierte en un salvavidas emocional, un sostén frente a los riesgos del camino, las detenciones o la incertidumbre migratoria.
El fenómeno de las promesas religiosas tiene raíces profundas en la cultura ecuatoriana. El testimonio de José, un agricultor de 45 años, de Manabí, es otro ejemplo.
“Prometí que, si conseguía mis papeles en Estados Unidos, mandaría a hacer una misa cada mes en mi pueblo”.
José, migrante ecuatoriano
Hoy, su madre en Portoviejo se encarga de cumplir la promesa en su nombre. “Es como un hilo invisible. Mi mamá manda fotos de las velas encendidas, y yo siento que estoy ahí”, relata José.
Las iglesias como punto de encuentro
Las iglesias y comunidades religiosas en Estados Unidos se han convertido en punto de encuentro para migrantes que pagan sus promesas lejos de casa. En la Iglesia de San Patricio, en Long Island - Nueva York, el párroco Miguel observa cada semana cómo llegan latinos con velas y cartas.
“Muchos me dicen: ‘Padre, estoy aquí porque prometí venir si lograba traer a mis hijos’. Estas promesas mantienen viva su esperanza”.
Miguel, párroco de la Iglesia de San Patricio
El impacto emocional es enorme. Migrar implica una ruptura: dejar la tierra, la familia, el idioma. Para soportar ese vacío, la fe se transforma en una brújula. “La promesa es una narrativa de resiliencia”, explica Andrea Ocaña, consultora en Derechos Humanos y Movilidad. “Les ayuda a dar sentido al sacrificio y a mantener una conexión simbólica con su país y sus creencias”, añade.

Según la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USCCB), más de 4.400 parroquias ofrecen misas en español en el país, y cerca de 3.000 tienen ministerios dedicados exclusivamente a la comunidad hispana. Estas cifras reflejan no solo una realidad demográfica, sino el peso espiritual y social que tienen los migrantes latinos dentro de la Iglesia. “Muchos llegan a cumplir promesas o a pedir fuerzas para cumplirlas”, señala el padre Miguel.
Sin embargo, la distancia hace que algunas promesas adopten nuevas formas. “Antes prometíamos caminar al santuario en Loja, ahora nos toca caminar por Queens con velas”, bromea Ana Vega, quien organiza cada agosto una pequeña peregrinación para honrar a la Virgen de El Cisne en Nueva York. “No es lo mismo, pero es lo que tenemos”, añade.
La historia de Manuel y Fabiola, pareja de migrantes en Nueva Jersey, resume el poder de estas promesas. Antes de migrar, pidieron juntos: “Si llegamos y logramos un trabajo, cada año daremos comida a los peregrinos en El Cisne”. Aunque no han vuelto a Ecuador en seis años, cada agosto mandan dinero para comprar agua y pan que se reparte en la caminata, y siguen la misa por internet.
“Es nuestra forma de decir gracias. Sin esa fe, no hubiéramos soportado todo lo que pasamos”.
Manuel y Fabiola, migrantes ecuatorianos
Y en esa memoria, que se arrodilla, que cruza fronteras con estampitas escondidas entre la ropa, que enciende velas a kilómetros del altar original, también se sostiene una identidad que no entiende de sellos en el pasaporte; porque las promesas religiosas no garantizan visas ni papeles, pero son testigos del poder simbólico de la fe como motor de supervivencia.
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