Fútbol ecuatoriano en Nueva York y Nueva Jersey, el gol que los devuelve a casa
Ligas ecuatorianas que se disputan en Nueva York y Nueva Jersey, mantienen viva la identidad de miles de migrantes, a través del fútbol amateur y luego de extenuantes jornadas laborales.

Jugadoras durante la Gold Cup Femenina, un torneo anual que destaca el talento del fútbol femenino y promueve la participación de mujeres en este deporte en Estados Unidos
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Cortesía Soccer Friends League
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En la ciudad que nunca duerme, hay un Ecuador que nunca se olvida. Bajo las luces artificiales de canchas alquiladas en Queens, Brooklyn o el Bronx, donde el ruido de los trenes elevados se mezcla con el eco de gritos en quichua y español costeño, una comunidad late fuerte. Es lunes o tal vez miércoles. Da igual. La semana no se mide en días, sino en partidos.
La Liga Ecuatoriana Residentes en Nueva York es mucho más que una competición de fútbol. Es una patria móvil hecha de coloridos pupillos, camisetas y pulmones que se exprimen tras diez horas de trabajo en la construcción, en la cocina o en taxi alquilado. La mayoría de estos jugadores son migrantes, que llegaron a Estados Unidos hace más de 10 años. No pueden volver ahora, pero tampoco se sueltan de lo que son. Y entonces, juegan.
Los partidos se hacen en canchas alquiladas, gracias al esfuerzo conjunto de los participantes. Aunque no hay publicidad ni cámaras de televisión, lo que realmente destaca es la comunidad unida por la pasión al fútbol.

En los márgenes del campo, se venden empanadas, mote y cola ecuatoriana. A veces hay banderas, parlantes que suenan con música ecuatoriana o reguetón. No todo es fútbol. Es también terapia. Es duelo. Es recuerdo. Es celebración.
“Mi hijo nació aquí. Él no entiende mucho del Ecuador, pero cuando me ve jugar, me pregunta por qué lloro. No sabe que en cada pase que doy estoy regresando, aunque sea por segundos”, cuenta Luis, un volante de 42 años que lleva 20 en Nueva York.
Activa desde hace más de 14 años, la Liga Ecuatoriana Residentes en NY agrupa a más de 32 equipos en categorías masculinas, femeninas e infantiles. Es un espacio donde cientos de migrantes ecuatorianos, incluidos hombres, mujeres y niños, encuentran una forma de reconectar con sus raíces. Torneos como el “Verano 2025” convocan a familias enteras en torno al deporte y la tradición. Junto a otras ligas como: Fedeguayas Soccer Leagues o la Liga de Queens, esta iniciativa fortalece el sentido de pertenencia y cohesión comunitaria en Nueva York.
Y cuando el último partido termina y la camiseta sudada se convierte en segunda piel, queda algo que no se borra con el pitazo final. Queda la certeza de que, aunque la distancia pesa, en estas canchas se construye un Ecuador que permanece, que se expresa con fuerza, y que —pese a todo— sigue jugando. Porque para muchos, este no es solo un torneo. Es su pedazo de patria con horario de entrenamiento.
Pelota y patria

En una cancha de Newark (Nueva Jersey) bajo los reflectores de un campo sintético rodeado de concreto y nostalgia, un ecuatoriano corre hacia la portería. Es de noche. Son casi las 23:00. Lleva 12 horas de jornada laboral encima, pero sus piernas no tiemblan. La pelota entra. Gol. Y entonces, no celebra para sí. Alza los brazos al cielo, mira a la cámara que transmite en directo por Facebook y dice, entre lágrimas: "Va por ti, mamá. Ya son 11 años sin verte."
Aquí el fútbol se juega con memoria. Cada pase es un recuerdo, cada grito un intento de acercarse a un país que se añora. La Soccer Friends League, nacida en 2015 como encuentros entre amigos, se ha convertido en el corazón deportivo y emocional de cientos de migrantes ecuatorianos.
Hoy reúne a más de 250 equipos masculinos, 60 femeninos y 20 infantiles. No hay grandes estadios ni patrocinadores, pero sí algo más poderoso: comunidad, identidad y una red de afectos que se teje en torno a una pelota.
David Lema, uno de los organizadores, recuerda los inicios con una mezcla de orgullo y vulnerabilidad. Él y sus hermanos, nacidos en el cantón Chunchi - Chimborazo, han sostenido la liga con trabajo duro y mucha fe. “Esto es más que fútbol”, dice. “Aquí la gente viene a sentirse vista, abrazada. No importa donde trabajas, cuando la pelota rueda, todos somos iguales”.

La liga administra dos centros deportivos —en Harrison y Newark—, genera empleo para unas 40 personas y organiza eventos emblemáticos como el Torneo de Niños o el Gold Cup Femenina, donde jugadoras migrantes, muchas de ellas madres o estudiantes, demuestran que el fútbol también les pertenece.
Los partidos se juegan en las noches, los fines de semana, después de largas jornadas laborales. Hay árbitros profesionales, trofeos bien ganados y una transmisión en vivo que conecta con Ecuador. Y, sin embargo, es en los gestos más pequeños donde ocurre la magia.
“Transmitimos los partidos por redes sociales, y hay familias enteras conectadas desde Ecuador. Gente que no ha visto a su hijo, a su hermano, en muchos años. Cuando un jugador mete un gol y corre a la cámara para dedicarlo, no hay forma de no quebrarse” David ha visto a sus jugadores llorar en silencio, como si ese gol fuera un puente, un abrazo desde lejos.
Hay jornadas en las que la cancha se llena de bailes tradicionales, de platos típicos, de torneos con madrinas y presentaciones culturales. Y hay otros en los que el partido sirve para rendir homenaje a quienes murieron en pandemia, lejos de casa y sin despedida.
En estos campos de juego, donde la nostalgia se mezcla con el barro y el césped sintético, cada pase es una carta. Cada atajada, un acto de afirmación. Y cada gol, una declaración de amor. A la madre que quedó en Riobamba. Al hijo que crece sin acento andino. Al barrio que ya no existe.
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