'¿Quién me va a pagar 7 dólares por una funda de chifles?' Angustia en comerciantes ecuatorianos en Estados Unidos por alza de aranceles
La administración Trump impuso aranceles a más de 300 productos provenientes de países sin tratados de libre comercio, como Ecuador, Brasil e India. La medida impacta a exportadores, distribuidores y pequeños comerciantes en ciudades con alta presencia migrante.

El impacto de los aranceles se sentirá en góndolas donde tienen presencia productos ecuatorianos y de otras partes de Latinoamérica.
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Selene Cevallos
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NUEVA YORK. “¿Y ahora quién me va a pagar siete dólares por una funda de chifles?”, pregunta con resignación Rosa Espinoza, tendera ecuatoriana en Queens, mientras espera el despacho de los últimos paquetes de snacks ecuatorianos, como galletas y jugos. Para ella, vender productos de su tierra es el negocio que le permite mantener a una familia de cuatro integrantes y el puente emocional con los migrantes que cruzan su puerta cada día. Pero ese puente empieza a tambalearse.
El 31 de julio de 2025, la Casa Blanca firmó una orden ejecutiva que fija aranceles por país. Para Ecuador, la tasa es del 15% y entra en vigor el 7 de agosto; en paralelo, Washington impuso un 50% a Brasil y un 35% a Canadá. La medida, presentada por la administración Trump como una apuesta por la “reciprocidad comercial”, reconfigura el intercambio con decenas de socios, con y sin TLC, y amenaza con encarecer la canasta de los migrantes y tensar los márgenes de pequeñas empresas latinoamericanas en Estados Unidos.
Moris Gutt, CEO de Biolcom, empresa ecuatoriana exportadora de jugos naturales, vinagres y frutas deshidratadas, no oculta su frustración: “Este arancel del 15 % representa una barrera injusta que golpea directamente a quienes apostamos por el valor agregado desde el origen. No solo encarece el producto, también pone en riesgo relaciones comerciales construidas con esfuerzo”. Biolcom, como muchas otras firmas, ya activa planes de contingencia: renegociación de contratos, rediseño de empaques y búsqueda urgente de nuevos mercados. “Europa nos recibe con los brazos más abiertos”, dice Gutt, mientras deja en claro que la medida no solo afecta cifras: “Golpea a los productores rurales, a las cooperativas, a los pequeños agricultores que están detrás de cada botella que exportamos”.
Para Manuel Echeverría, quien participa activamente en foros de comercio bilaterales entre América Latina y Estados Unidos, su preocupación va más allá del exportador. Él trabaja con empresas ecuatorianas que desean colocar sus productos en dicho país y ve cómo sus planes se reconfiguran por completo: “Este tipo de decisiones obliga a revisar todo: costos, logística, canales de distribución. Incluso productos competitivos como el camarón pueden perder terreno frente a países como India o Vietnam, que ya tienen tarifas similares o más agresivas”.

Aunque el camarón ecuatoriano sigue teniendo calidad superior y una demanda sólida en mercados premium, Echeverría alerta: “Cuando sube el precio final, baja la demanda. Es una ley del mercado que también afecta al tendero latino que no puede absorber el golpe sin subir precios”.
En el sur de Newark, Edwin Chasi, dueño de una pequeña tienda con productos típicos ecuatorianos, se sincera: “Ya no quiero traer más. El cliente se molesta, cree que uno quiere ganar más, pero no saben que es la aduana, el transporte, los nuevos impuestos. Un tarro de dulce de guayaba que vendía a 8 dólares, ahora lo tengo que poner a casi 10 dólares, nadie lo va a comprar”. Edwin resume una verdad incómoda: el arancel del 15 % no se queda en los puertos ni en las empresas exportadoras. Llega al plato de cada migrante que busca el sabor de casa: una salsa de ají, un queso manaba o un chocolate de cacao fino de aroma.
El precio de no tener un TLC con Estados Unidos
Para el economista Ricardo Rivadeneira, el nuevo arancel no es una sorpresa, sino la consecuencia de decisiones geopolíticas tomadas hace más de dos décadas. “Estados Unidos firmó tratados de libre comercio con países como Colombia, Perú y México. Ecuador, en cambio, los rechazó, en su momento, por razones ideológicas. Hoy, mientras nuestros vecinos pagan un arancel del 10 %, nosotros enfrentamos un 15 %. Y eso nos deja en clara desventaja”. Rivadeneira aclara que no se trata solo de proteger a los pequeños exportadores, sino de evaluar, en conjunto, cuan competitivo es el país. “A diferencia de otras naciones, Ecuador no puede devaluar su moneda para abaratar costos porque está dolarizado. Eso nos obliga a buscar eficiencia, invertir en tecnología, reformas laborales y elevar la productividad. Si no logramos absorber ese diferencial, nos quedamos atrás. El mundo no va a esperar a que nos pongamos al día”.
En Nueva Jersey, Nancy Zurita solía darse un gusto quincenal: un queso ecuatoriano de mesa que le costaba 12 dólares y le sabía a casa. “Ya era un lujo, pero nada como ese quesito de mi tierra, ni el pan me sabía igual sin él”, sonríe y confiesa. Sin embargo, la última vez que fue a la despensa, el tendero le advirtió: “Prepárese, que va a subir cuatro dólares más”. Nancy hizo cuentas rápidas. Dieciséis dólares por un pedazo de memoria. “Así ya no puedo. Por más que me guste, el colombiano cuesta siete y se va a mantener en ese precio. No es el mismo sabor, pero es lo que hay”. Lo dice con resignación, la misma con la que millones de migrantes han aprendido a llenar el carrito con nostalgia a medias.

David Castro, dueño de una distribuidora de productos latinos en Nueva Jersey, está preocupado. Aunque no importa directamente desde Ecuador, Bolivia o México, sabe que los aumentos de costos llegarán igual. “Si los precios suben, tengo que decidir si traslado ese costo o pierdo margen”, explica. Su mayor temor es quedarse con stock que no rota, o que los clientes opten por marcas más baratas de otros países. “En este negocio, si te subes unos centavos, te dejan por la competencia”, dice.
Exportadores piden coherencia a los gobiernos. Analistas piden eficiencia. Tenderos y distribuidores piden oxígeno. Y los migrantes, simplemente, no quieren pagar con sus recuerdos la factura de una disputa comercial.
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