La Bahía de Guayaquil en alerta: comerciantes enfrentan extorsión, amenazas y secuestros
El casco comercial más emblemático del centro de Guayaquil sobrevive entre ventas, miedo y bombas. La extorsión, conocida como “vacuna”, los ha puesto en jaque y acecha a 4.300 dueños de negocios, quienes claman protección estatal y municipal.

Corredor de la Bahía de Guayaquil donde se oferta productos naturales y de higiene personal, el 13 de mayo de 2025.
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En los corredores angostos de la Bahía, casco comercial en el centro de Guayaquil, donde las ofertas gritan desde los parlantes y los vendedores pulsan la esperanza de una venta más, algo ha cambiado.
El bullicio comercial de siempre ahora está cubierto por una sombra de silencio contenido. El miedo ya no es solo al robo de celulares o carteras, sino a una violencia más sistemática, más organizada, más implacable.
Desde hace meses —y con mayor intensidad en las últimas semanas— los comerciantes del corazón comercial de Guayaquil han recibido amenazas, panfletos y mensajes de texto en los que les exigen pagos mensuales a cambio de no ser víctimas de atentados.
Lo llaman “vacuna”: un cobro extorsivo a cambio de una supuesta seguridad que el Estado no les garantiza.
Las bombas que lo cambiaron todo
El jueves 8 de mayo de 2025, dos artefactos explosivos artesanales fueron colocados en locales comerciales ubicados entre las calles Ayacucho y Chimborazo. Uno detonó, causando daños materiales; el otro fue desactivado por expertos de la Policía. Desde entonces, los mensajes no han parado.
Durante el fin de semana siguiente, varios comerciantes recibieron textos por WhatsApp: exigencias de dinero y advertencias claras. “Sabemos quién eres, dónde vives, y quiénes son tus hijos”, decían algunos. La amenaza no se limita al negocio: se extiende a la vida personal, familiar, cotidiana.
A esto se suman casos de secuestros e intentos de secuestro, una práctica que ha empezado a preocupar aún más a los comerciantes de la Bahía. Si bien no todos se atreven a hablar, en voz baja reconocen que el miedo ya no solo es a perder el negocio, sino a desaparecer.
“No basta con que te cobren. Ahora también te pueden llevar si no cumples”, advierte una vendedora de ropa que prefiere mantener el anonimato.
Lucía Peña, vocera del Frente Único de Comerciantes de la Bahía, lo resume con firmeza:
“No podemos normalizar esto. La sumisión no puede ser la forma de sobrevivir. O pagas, o cierras. Y ninguna de las dos debería ser la opción”.
Lucía Peña, vocera del Frente Único de Comerciantes de la Bahía
El silencio también es una estrategia
Hay quienes prefieren callar. Varios comerciantes no quieren hablar, ni aparecer en medios, ni dar su nombre. “Te tachan de sapo y después te persiguen”, explica un vendedora de ropa. “Aquí todos sabemos algo, pero nadie puede decir mucho”.
Peña admite que muchos optan por pagar para evitar represalias. Otros abandonan sus locales sin despedirse. Y hay quienes, como ella, creen que solo la unidad puede resistir el avance de esta amenaza.
“Esto ya no es solo delincuencia común. Es una metástasis. Y si no la enfrentamos como cuerpo social, se va a seguir expandiendo”.
Lucía Peña, vocera del Frente Único de Comerciantes de la Bahía
Un Estado que llega tarde y a medias
En junio de 2024, comerciantes solicitaron más presencia policial. La respuesta fue desalentadora: no había patrulleros porque “no tenían llaves”, ni motocicletas porque estaban dañadas. La unidad móvil del UPC del barrio Garay estaba desahuciada: sin batería, sin aire acondicionado, sin personal.
Frente al abandono institucional, los comerciantes decidieron actuar: reunieron USD 4.500 entre todos y lograron reactivar una UMAC (Unidad Móvil de Atención Ciudadana), que hoy opera de 09:00 a 19:00 todos los días en las calles Chile y Ayacucho, aunque su ubicación puede variar dependiendo del día y la hora.

Sin embargo, la cobertura es mínima: solo entre dos y cuatro agentes policiales recorren un área de al menos 16 cuadras, con recursos operativos limitados. A eso se suma que la alimentación diaria del personal es cubierta por los propios comerciantes.
Cuando el comercio se vuelve vigilancia
La precariedad ha obligado a los comerciantes a crear sus propios sistemas de alerta. En varias zonas se han instalado alarmas remotas, activadas a través de dispositivos manuales o teléfonos móviles.
Cuando un comerciante detecta la presencia de sujetos sospechosos o se da una situación de riesgo, activa la alarma. Esta emite una sirena que alerta a otros vendedores, a los clientes y transeúntes del peligro inminente.
“No solo es para llamar la atención de la Policía”, dice Peña. “También es un mecanismo para protegernos entre nosotros. Porque aquí, o nos cuidamos entre todos, o no nos cuida nadie”. Cada sector tiene su propia organización.
El 'rostro' de la extorsión
La “vacuna” no distingue tamaños de negocio, pero sí calcula ganancias. A los locales de venta de celulares —uno de los rubros más lucrativos— se les exige hasta USD 1.500 mensuales. A los demás, entre USD 500 y USD 800.

La Bahía, por su alta circulación de efectivo, su economía informal y su histórica falta de controles, se ha convertido en terreno fértil para la proliferación de este tipo de acciones de la delincuencia.
Además, la compra y venta de celulares robados fortalece un mercado paralelo que agudiza la presencia de antisociales. El olor a marihuana se vuelve habitual en ciertos tramos. La descomposición no solo es moral; también es física y palpable.
“Sobrevivimos del comercio, de las ventas diarias”, lamenta uno de los vendedores, quien prefiere hablar desde el anonimato por temor a represalias. “Pero la gente ya tiene miedo de venir. Piensan que aquí les puede pasar algo. Y eso nos mata lentamente”.
Voces que se organizan
Pese al miedo, algunos han decidido alzar la voz. El 12 de mayo, varios dirigentes de asociaciones de comerciantes de la Bahía acudieron a la Gobernación del Guayas para exigir medidas de seguridad.
El 13 de mayo, en cambio, se reunieron con Fernando Cornejo, presidente de Segura EP, y el teniente coronel Herbie Guamán Silva, jefe del distrito 9 de Octubre de la Policía Nacional.
Se habló de reforzar el patrullaje, de incorporar 100 agentes metropolitanos, de implementar el plan EAS (Estaciones de Acción Segura). Pero para los comerciantes, eso no basta.
“Nosotros no queremos pelear con nadie. Solo queremos que quienes deben protegernos lo hagan”, dice Peña. “La marcha que convocamos no es para enfrentarnos a nadie, sino para demostrar que estamos unidos. Y que no nos vamos a dejar vencer”.
¿Hasta cuándo?
Caminar por la Bahía ya no es lo mismo. Bajo la vitrina de ofertas, detrás del ritmo de los parlantes y los gritos de promociones, hay temor. Un temor que paraliza, que silencia, que aleja a los clientes y debilita los ingresos.
La Bahía resiste, sí. Pero lo hace a un alto costo. La ciudadanía está haciendo lo que le toca al Estado: organizarse, protegerse, sostenerse.
Mientras tanto, los antisociales conocen los nombres, los rostros, las direcciones. Operan con impunidad. Y los comerciantes, que han hecho de esta zona su vida, siguen exigiendo algo tan básico como difícil de alcanzar: seguridad para poder trabajar.
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