El centro de Guayaquil aún palpita y no cede ante la inseguridad: “los que se tienen que esconder son otros”, dicen los transeúntes
Ni la delincuencia, las organizaciones terroristas o la recaptura de alias ‘Fito’ les han quitado la altivez a no pocos guayaquileños que en julio se toman las plazas y parques para ‘ganarse el pan’, caminar o disfrutar de la vida nocturna.

Imagen de visitantes en el Malecón 2000, en el centro de Guayaquil, el miércoles 16 de julio del 2025.
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Luis no mira la hora en su celular sino en los débiles rayos del sol que a las 18:00 se van apagando en una esquina donde expone su estante con snacks, dulces y revistas, en la avenida Nueve de Octubre y Baquerizo Moreno, en pleno centro de Guayaquil.
Presuroso, habla sin dejar de guardar su mercancía en dos grandes cartones. Como si alguien lo siguiera o lo esperara, o como si temiera que la noche llegara antes de volver a su casa, seguro, junto a su familia, en el sur de la ciudad.
“Ya no es como antes, ya mismo salen los amigos de lo ajeno, antes uno se quedaba hasta las ocho, ahora para qué, luego vienen a pedirle vacuna, con lo poco que se gana, mejor se cierra”, dice Luis, de 45 años, el atardecer del miércoles 16 de julio del 2025.

La jornada laboral termina para la mayoría de los empleados bancarios, oficinistas o administrativos en la arteria principal de Guayaquil. Ahí, una marea de hombres y mujeres, de entre 30 y 55 años, camina con la misma prisa con la que Luis guarda los productos que vende.
Marco Lara los ve pasar, con nostalgia. Hace 45 años que él cuida carros en la calle Rumichaca y desde entonces ha visto cómo ha ido perdiendo vitalidad una avenida que desde niño le pareció el corazón de Guayaquil, la Nueve de Octubre.
“Hace unos años me quedaba hasta las 23:00, ahora hasta las 20:00 nomás, porque no hay mucha gente, no hay movimiento, los locales cierran a las ocho”, cuenta Marco, de 56 años, contrariado porque su día antes rendía USD 35 y hoy ‘con suerte’ llega a USD 25.

Marco ha sido testigo del ocaso del centro de Guayaquil, un fenómeno que el urbanista guayaquileño, Florencio Compte, explica que se originó por el año 1950, cuando la población comenzó a desplazarse hacia la periferia.
“Con el desarrollo de urbanizaciones como Urdesa, por ejemplo, es que el centro de Guayaquil empieza a perder su atractivo como sector residencial y centrándose más a lo comercial y administrativo”.
Florencio Compte, urbanista
En el centro de la ciudad “casi no vive nadie” -explica Compte- y atribuye a esta causa el abandono que predomina a partir de ciertas horas en esta zona de la urbe y que, en los dos últimos años, se ha acentuado más por la creciente inseguridad.
“Hay negocios que han cerrado, por ejemplo, iniciativas que empezaron con mucho empuje, como la calle Panamá, hay restaurantes que han cerrado. Ya es difícil circular cuando comienza a oscurecer, por la alta inseguridad”, comenta el arquitecto Compte.
Y precisamente la calle Panamá, declarada como Rincón Mágico, luce vacía por las noches. Todos los restaurantes y cafeterías, que vibran durante el día, lucen cerrados.
A la gente le gusta caminar por las noches
En el distrito Nueve de Octubre, -que comprende el casco comercial de Guayaquil, Parque La Victoria, Barrio Garay, calles Antepara, Chile, Venezuela-, las muertes violentas pasaron de 13 en 2018 a 187 en 2023. El año pasado se reportaron 134 asesinatos y en 2025, hasta mayo, hubo 96 homicidios.
Las cifras revelan un aumento que se busca reducir con la presencia de policías y militares. Se los observa en las esquinas del parque Centenario, caminando por las veredas en grupos de cuatro o en bicicletas recorriendo la avenida que une el hemiciclo de la Rotonda con el Monumento a los Próceres de la Independencia.
“Guayaquil, sí, es un lugar donde hay zonas fuertes, pero realmente no pasa nada, puedes caminar tranquilo, el malecón está repleto de gente los fines de semana, y es muy bonito pasear en familia, los parques están ahí”.
Naomi Peralta, de 26 años.
Cerca de las 21:00, esta emprendedora de negocios digitales caminaba tranquila por el Malecón 2000, a la altura de la calle Tomás Martínez, luciendo un elegante vestido blanco, una cartera palo rosa y con el celular en la mano.
“Me gusta Guayaquil, porque es una ciudad llena de energía, con gente alegre, no cohibida, hasta la comida es deliciosa”, comentó Naomi al confesar que el arroz con pollo es su plato típico preferido.

La inseguridad, las organizaciones terroristas ni alias ‘Fito’ le han quitado a Naomi la altivez con la que se adueña de las calles porteñas cuando sale a caminar, lo único, confiesa, que le da calma cuando el trabajo diario la llena de tensión.
Con el mismo pensamiento, Roberto Samaniego, de 28 años, miraba junto a su novia algunos destellos de luz en las aguas del majestuoso río Guayas, cerca del punto turístico ‘Guayaquil’, donde la gente espera, a veces en fila, para guardar un recuerdo fotográfico del paseo.
“Yo no puedo quedarme en la casa, tengo que salir a la calle, es como si me faltara el aire, para algún lado me tengo que ir a dar una vuelta, aunque sea. No me imagino salir del trabajo y meterme en la casa, los que tienen que esconder son otros, yo no le debo nada a nadie”.
Roberto Samaniego, de 28 años
Y su pensamiento lo celebra el fotógrafo Enrique Iturralde, feliz porque ve que el corazón de Guayaquil aún palpita, que se activa la ciudad y que hay más clientes que le piden una foto, a USD 2, a diferencia de otros días en que el emblemático malecón “daba pena”.
“Gracias a Dios se está activando, en estas últimas semanas he visto bastante gente. Ya me iba a la casa hace un rato (19:30), pero comenzó a llegar gente. A esta hora no había nadie el mes pasado, hasta los ‘salta, salta’ estaban desinflados, ahorita está lleno de niños”, opina Enrique.

A lo largo del Malecón 2000 hay cámaras de seguridad, dice este fotógrafo profesional de 58 años, uno de los cuatro que trabajan en este sector turístico y que se turnan los cuatro puntos más visitados: la Perla, El Reloj Público, Olmedo y la palabra Guayaquil.
“Que la gente venga, hay seguridad, hasta para los padres distraídos, aquí siempre encuentran a los niños perdidos, además, la comida es buena, no es caro, una camiseta de buena calidad cuesta USD 5”, invita Enrique con su lente siempre listo para ‘disparar’ una foto.
Jennifer Mangia confirma la economía de los precios en el malecón, el sitio que más visita en las noches, porque “siempre hay variedad, siempre hay algo diferente”. Lo hace con la pequeña Camila, de 4 meses, que lleva en brazos mientras su hijo mayor, Didier, de 3 años, juega en la resbaladera con la supervisión de su padre.
“Soy de Quito, pero ya tengo cuatro años en Guayaquil. La verdad, no extraño Quito, me gusta el clima de esta ciudad y mis hijos ya están acostumbrados. En Quito, en la noche ya no se puede salir, el mismo frío no le deja disfrutar, mis hijos se enferman allá”.
Jennifer Mangia, quiteña de 32 años
Le gusta tanto vivir en Guayaquil que Jennifer ya no come el encebollado con canguil, ahora le gusta el encebollado guayaco y prefiere acompañarlo con pan, el caldo de salchicha es su segundo plato favorito y, para desayunar, otra opción es “el bolón cabeza de niño”.
“Me encanta Guayaquil, no siempre vengo al malecón, también voy a Puerto Santa Ana, a Samanes, a las Peñas, al Parque Histórico, me gusta Guayaquil, porque está cerca de la playa. Y esa es la pelea con mi esposo, que es militar y quiere pedir el pase a Quito, pero le digo que no”, dice Jennifer sonriendo.

El centro de Guayaquil -recalca el investigador Florencio Compte- sigue siendo un referente simbólico de la ciudad, pese al desarrollo inmobiliario de Urdesa en 1950, de Los Ceibos en 1960, de la Alborada en 1980 y pese al actual desplazamiento a la zona de Samborondón.
Sin embargo, el urbanista sugiere que el municipio desarrolle un plan integral -movilización, iluminación y seguridad- para fortalecer el comercio y el turismo, pero lo clave, recalca, es recuperar el carácter residencial del centro, pues “la vida la hacen los habitantes”, solo así volverá a latir con fuerza el corazón de Guayaquil.
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