Sábado, 20 de abril de 2024

Lecturas de domingo: Rocío Soria, Juan Carlos Arteaga, Ana Minga y Joe Hill

Autor:

Eduardo Varas

Actualizada:

2 Jun 2019 - 0:06

Autor: Eduardo Varas

Actualizada:

2 Jun 2019 - 0:06

Rocío Soria y 'Deterioro' - Foto: PRIMICIAS

El poemario 'Deterioro', de Rocío Soria, es un paseo poderoso sobre la mortalidad y la culpa. Los ensayos de Juan Carlos Arteaga en 'Poéticas de la violencia' cuestionan al lector como consumidor del mundo contemporáneo. Ana Minga utiliza al hombre de la máscara de hierro como base para 'La hora del diablo'. Y Joe Hill aterroriza con su versión de los vampiros en una novela que, desde hoy, será una serie de AMC.


 

Deterioro

Rocío Soria

Mecánica giratoria, 2019

USD 10

El arranque es brutal, en un poema que tiene un fuerte carácter narrativo. En Oramas hay una sentencia de fin, de muerte, de un ser que ha desaparecido mientras otro lo visita en el hospital y pregunta por él. La paradoja de sentido surge cuando recuerda, reacciona ante la noticia y repite, como si no existiera otro espacio en el que se pudiera deambular: “¿dónde está Oramas? debo llevarle un encargo”.

A Oramas hay que llevarle el poema. Ahí está la desesperación.

Con este impacto, Deterioro revela la fuerza que tiene. Un recuento de fantasmas —seres cercanos, familiares—, como si ese primer choque reventara todo lo demás. La fuerza de una cotidianidad perdida en forma de poesía:

 

“solo tengo miedo de mi verdadero nombre o rostro /

de que las ciudades sean solamente gritos intermitentes /

sirenas de ambulancia transportando este dolor inespecífico”.

La voz que suena en estos poemas busca la normalidad, con lo que pueda. Tiene la valentía para luchar contra esa sensación que se ha disparado en los versos:

 

se acaba el cuento /

amenaza imponerse la nada /

estoy en mi cubil felino como llamo a esta oficina en la que los fantasmas maúllan como gatos en celo /

ya nada me asusta /

ya nada lo hace mientras canto”.

Soria, quien trabajó durante cinco años en el área de comunicación de un hospital en Quito, por lo que tuvo contacto con enfermos, despliega su capacidad creadora como un tributo a los que no están y como rechazo a la idea de permanecer viva, mientras la muerte se vuelve certeza alrededor. Hay culpa, desde luego. De ese tipo que impide que lo valioso mantenga su valor:

 

qué objeto tiene la poesía cuando los amores se pierden en estos seis segundos que es la vida o cuando me asomo a la tapa del pozo de este mi cuerpo a observarme con parsimonia y ya sin dolor”.

Quizás la respuesta esté en el mismo libro, en la lectura en voz alta de aquello que el otro no puede leer o en la necesidad de cantar cuando el otro ser no reacciona, solo para obtener una señal. Sí, leer como bálsamo.


 

 

Poéticas de la violencia

Juan Carlos Arteaga

Turbina Editorial

USD 5

Juan Carlos Arteaga y sus 'Poéticas de la violencia'

Juan Carlos Arteaga y sus 'Poéticas de la violencia' PRIMICIAS

Una de las expresiones que mejor pueden definir el trabajo de Juan Carlos Arteaga como ensayista es ‘observador afilado’. Porque él mira lo mismo que ven los demás, pero lo compara con sus ideas, con los datos que va conociendo, con lo que investiga y así produce textos en los que aparecen los análisis más cortopunzantes que se pueden encontrar en Ecuador.

Arteaga consigue en Poéticas de la violencia no solo interpelar lo que somos como seres humanos sino, particularmente, cómo nos movemos en el nivel de consumidores voraces. ¿Perspectiva moral? Se podría decir que sí, pero no hay un intento por decir lo que está bien o mal, sino más bien por caracterizar el mundo, lo que terminará por afectar al lector, que se queda reflexionando sobre aquellas cosas que el autor propone.

La más importante: ¿hasta dónde llegamos como observadores del mundo en el que vivimos? Qué nos mueve, qué nos repele, qué nos convoca, dónde están y hasta dónde llegan nuestros deseos. Lo hace revisando ciertos consumos culturales —los happenings, la pornografía, el cine snuff y la escritura— porque es en este terreno que el consumidor —espectador, oyente— tiene una libertad por la que decide qué ver o experimentar o de si acepta la manera en que una representación sucede ante su mirada.

Y esto en el marco de una hiperexcitación, que Arteaga define como la certeza de que contemplar ya no basta y que se busca una sensación adicional —como cuando habla de la violencia visual de las películas snuff—. No hay soluciones ni propuestas, solo descripción y definiciones. Quien lee estos ensayos será el que proponga cómo se moviliza ante lo que el autor propone.


 

La hora del diablo

Ana Minga

Cascahuesos editores, 2018

USD 10

Ana Minga y su 'La hora del diablo'

Ana Minga y su 'La hora del diablo' PRIMICIAS

En este poemario hay máscaras —¿una sola?— y hay un cruce intenso con la figura de ese gemelo del rey Luis IV de Francia, encarcelado con una máscara de hierro, de acuerdo a la perspectiva de Alejandro Dumas. La poeta lo deja claro en una nota al inicio y en esa intersección se produce el golpe que estos 29 poemas generan: el calabozo y el rostro cubierto, la incapacidad de ver más allá. En La hora del diablo hay una nebulosa por la que se debe transitar, sin importar lo que se tenga en frente:

A pesar de ver bosques /

mares/

animales siempre compasivos /

a pesar de tener en la punta en la nariz /

el aroma de mandarinas y naranjas /

todo es calabozo

(poema XII)

Ana Minga (Loja, 1984) ofrece un poemario en el que entrega al lector un mecanismo de reconocimiento. Porque hay un paseo por varios momentos comunes entre creadora y un tipo particular de lector: infancia, pérdidas, el reconocimiento de que el cuerpo no es lo suficientemente duro, la angustia, los pensamientos que no se apagan —¿es esa la real hora del diablo?—. Todo un enjambre de posibilidades, de rostros, cada poema es una máscara que se cae y ofrece otra perspectiva en el siguiente.

En estos versos hay una búsqueda de sosiego, de no perder la esperanza. En el poema XIV dice:

“Pero a pesar de mi frialdad /

te busco para que rompas esta máscara /

que pudre mi cara".

Quizás sea inútil, pero es una búsqueda legítima. Y en este libro eso es un recurso poderoso.


 

NOS4A2 (NOSFERATU)

Joe Hill

Suma, 2013

USD 29,50

Joe Hill y su 'Nos4a2'

Joe Hill y su 'Nos4a2' PRIMICIAS

El hijo de Stephen King es un escritor importante por cuenta propia y en esta, su tercera novela, lo demuestra. No solo por el tipo de ambiente tenebroso que aumenta a medida que las páginas pasan, sino porque consigue —años antes de que escribir sobre violencia hacia niños se volviera en una necesidad narrativa— reformular el mito del vampiro poniendo en peligro a menores de edad. La inocencia, en ese sentido, es el germen de un ser maligno —Charles Manx— que hará lo necesario para evitar que su reino del mal se destruya.

Sí, es terror, pero sobre todo es fantasía.

En ese terreno de pura imaginación suceden cosas inexplicables, porque hay seres capaces de conseguir que las reglas del mundo se doblen para su beneficio. En un extremo está Manx, pero en el otro está Vic McQueen, la mujer que está llamada a hacer todo lo posible por detenerlo. Los dos tienen el poder de llegar a cualquier lugar que se propongan, pasando a través de un portal al que tienen acceso. En el caso de Manx, a un lugar en su mente, terrible, donde los niños que captura permanecen y pierden su esencia. Para Vic se trata de ir a lugares en los que ha perdido algo.

Ambas fuerzas están condenadas a enfrentarse y lo saben. Entonces, a lo largo de 720 páginas no se experimenta un viaje elíptico hasta llegar al choque de las fuerzas, sino todo un viaje de héroe y villano para conseguir el conocimiento que requieren para conseguir el triunfo. Sin importar a qué lado se pertenezca.

Una versión televisiva de esta novela  en formato de seriese estrena hoy por AMC, protagonizada por Zachary Quinto como Charles Manx y Ahsleigh Cummings como Vic McQueen y quizás esa sea una buena excusa para acercarse a las páginas de este libro.