Viernes, 29 de marzo de 2024

Ocean Vuong: del dolor surge la más imprescindible belleza

Autor:

Eduardo Varas

Actualizada:

10 Oct 2020 - 0:05

Con esta, su primera novela, Ocean Vuong consigue no borrar su poesía, pero sí ponerla al servicio de una historia que quería contar.

Autor: Eduardo Varas

Actualizada:

10 Oct 2020 - 0:05

Con esta, su primera novela, Ocean Vuong consigue no borrar su poesía, pero sí ponerla al servicio de una historia que quería contar. - Foto: Diego Corrales / PRIMICIAS

Una novela que golpea por la capacidad que tiene de hilvanar varias historias que desembocan en una sola cosa: el sentido de la vocación literaria.

En la Tierra somos fugazmente grandiosos es el largo título de la novela con la que el poeta Ocean Vuong da un paso a la narrativa.

Y aquí sucede algo maravilloso, porque el ejercicio narrativo de Vuong -quien nació en Vietnam en 1988- sin dejar el carácter poético se centra en contar algo. El verso está ahí y ayuda a narrar, rompiendo la historia y el conflicto.

Es como si Vuong quisiera explicar que la novela, como objeto literario, más que enfocarse en estructuras clásicas o esperadas, encuentra algo más rico con una pregunta mueve todo el relato y las emociones funcionan como respuesta.

Cuando no hay conflicto, hay espacio para una indagación más profunda, que no solo funciona, también afecta a quien lee.

Porque En la Tierra somos fugazmente grandiosos es un repaso histórico por la vida de quien escribe esto, que se supone es una carta a su madre vietnamita que no sabe leer.

Esto con la excusa de responder ¿qué es ser escritor? Vuong escribe un libro que da una respuesta a alguien que, en esta ficción, nunca podrá leerla.

Una paradoja sobre la utilidad o no del arte, que luego es enfrentada en un momento del texto.

Así, en una ráfaga de escenas, de tiempos distintos, de personajes variados, de historia añeja, de un pasado lejano y de otro cercano, Vuong es capaz de doler y enternecer.

La vida es cruda y hermosa

Una de las escenas más brutales, honestas, duras y hermosas es cuando el chico que cuenta la historia está con su madre en un local de comidas. Él tiene 14 años y le confiesa a su madre que no le gustan las mujeres. Su madre escucha.

Hay un tipo de aceptación que tiene que ver con cuidar al hijo y no quedarse sola. Inmediatamente la madre le dice, porque es un momento de confesiones, que abortó a su hermano mayor. Que lo ha visto en sueños.

De fondo suena Justin Timberlake, y el escritor -que cuenta esto en pasado- habla de la relación entre su madre y la música de Chopin como parte del bálsamo a la niñez de ella en una Vietnam en el caos de la guerra.

En un par de páginas hay confesiones, música y conciencia sobre el pasado como una especie de bestia de carga.

La dinámica no va a cambiar en las más de 200 páginas de la novela. 

En la que Vuong cuenta una historia que aparentemente es la suya, la de su abuela y su madre, la del chico al que quiso por primera vez.

Los contactos sexuales -las descripciones son directas y al mismo tiempo bellas- y esa sensibilidad que crecía en medio del cuidado y las narraciones de la abuela y la violencia física que ejercía su madre, como consecuencia de un estrés postraumático.

Vuong disecciona ese pasado en una serie de viñetas. No establece un mapa a seguir; sin embargo, no dificulta la claridad ni la comprensión de quien lee.

Solo es cuestión de una frase, de una palabra, para saber que de esa mujer de la que habla, en medio de los campamentos norteamericanos, es su abuela, por ejemplo.

Lo que deja la guerra

Varias decisiones y acciones determinantes surgen a medida que se lee la novela.

La abuela le va a dar un abuelo norteamericano -la razón por la que la familia puede migrar a Estados Unidos- y que no es realmente su abuelo.

Una abuela lo protege, madre de una madre que no aprendió a leer y que en Estados Unidos se dedicó a ser manicurista, trabajando a diario hasta que el cuerpo no le diera más.

Sobrevivientes, sí. Pero no se trata del malestar. Se trata de la belleza. De las guerras que han debido vivir cada una de las generaciones.

De ese racismo que es menos evidente, de la homofobia, de las adicciones a los opioides. De cómo en todo ese entramado se puede encontrar lo hermoso.

Lo que se recrea con el lenguaje, lo que se hace con la escritura, con el poder de la palabra no para hacer que la realidad sea otra cosa; sino para que se pueda aceptar que la sonrisa que se produce es un hecho, así como eso que daña. 

La fugacidad se vuelve condición de vida, con la suficiente capacidad de dejar por sentado que ese tiempo basta para ser grandiosos. 

Esto es lo que consigue una novela escrita por un poeta, respondiéndole una pregunta a su madre.

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