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Carta para los jueces anticorrupción

Felipe Rodríguez Moreno

PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.

Actualizada:

14 dic 2022 - 05:28

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Un hito se dibuja en la justicia de un país de tierra fértil y gente buena, pero empobrecido por un sistema electoral estructurado para que los gallinazos sean halcones de los Andes.

Una ruptura en la línea de tiempo se produce con su llegada, en un país donde los corruptos generan hambre, pero donde quienes tienen hambre se arrodillan ante los corruptos.

En sus hombros hoy recae el peso de combatir el cáncer, pero un cáncer social y no biológico, lo que quiere decir que ustedes han de ser todo menos quimioterapia, pues en la justicia es impensable, como ideal, la destrucción de células sanas con el fin de aniquilar las malignas.

Por eso decidí escribirles esta carta, como ciudadano, para que la lean y guarden o la lean y destruyan, pero para que al menos alguna oración quede tatuada en su inconsciente.

La idea de los jueces anticorrupción es la más loable y técnica: buscar que los delitos relacionados con la corrupción, aquellos causantes del tercemundismo económico y mental en el que vivimos, sean juzgados no por jueces comunes, sino por jueces especializados.

La especialidad significa conocer el fenómeno de forma científica, es decir, ser los neurólogos a los que acude un país que padece de lesiones cognitivas a causa de afecciones graves en el sistema nervioso.

Tener especialistas siempre será una garantía. Contar con jueces especializados será, en la teoría, el mejor seguro contra la impunidad.

Pero claro, siempre hay un pero, y de ese, pero les vengo a hablar hoy.

Recuerden que los reflectores están ante ustedes y que la sociedad clama por aquello que clama toda sociedad empobrecida: por culpables, por sangre (mientras mayor sea su cantidad, mejor).

El ciudadano les exigirá condenas y posturas draconianas. ¿Ratificaciones de inocencia? Ni pensar. Porque, claro, en la mente de quienes comen pan en el circo, ser sospechoso o procesado en un caso de corrupción sólo puede ocurrirle al corrupto, jamás al inocente.

Por eso les escribo esta carta, para recordarles que ustedes no sufren de daño cerebral. Para recordarles que el fin del proceso no radica en la instauración de un cadalso público para el entretenimiento de las masas, sino en hallar la verdad y la justicia.

¿Y qué es justicia en este contexto anticorrupción? Ustedes conocen la respuesta y se las escribo otra vez para que nunca lo olviden. Estas deberán ser las ocho reglas sagradas: 

  • Justicia anticorrupción es garantizar que ningún corrupto salga campante para disfrutar impunemente del dinero que no se invirtió en salud y en educación para los más pobres.

Es recordar que no existe mayor acto de corrupción que el uso de la justicia como herramienta de persecución política.

¿Saben por qué necesitamos que ustedes sean nuestros jueces anticorrupción? Porque este país, tricolor descolorido, lleva demasiadas décadas condenando inocentes como chivos expiatorios, condenando peces chicos como ejemplificación mediática y liberando a grandes capos como única misión.

Sólo con jueces anticorrupción probos, como lo serán ustedes, tendremos a los malos tras barrotes y a los buenos en libertad.

Y a los que hasta hoy fueron fiscales y que ahora son jueces anticorrupción, ustedes tienen el reto más grande y difícil: quitarse el chip de acusadores. Créanme, no va a ser fácil.

El ser humano se programa mentalmente y desprogramarse no sucede de un día para el otro.

Recuerden que ahora su rol no es conseguir condenas, sino conseguir justicia, lo cual, muchas veces, significa también ratificar inocencias.

Y habrá quienes griten y ataquen su rol. Habrá quienes clamen que ustedes deben desaparecer. De esos siempre habrá, pero a los juristas jamás les han de importar los gritos en una profesión donde solo ha de primar la razón.

Combatir las causas de la pobreza es el trabajo que pocos se atreven a desempeñar en un país donde los políticos tienen el rol histórico de magnificar la pobreza.

Ustedes han optado por el trabajo más digno y respetable de todos, por eso les pido que no se olviden nunca que su única autoridad es la ley.

Pero no se olviden de que, sobre todo, su misión más importante es llegar a sus respectivas casas en la noche y así cumplir, finalmente, ver a sus hijos a los ojos. Si logran hacer esto sin bajarles la mirada, entonces, misión cumplida.

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